Días de miedo, dolor y aislamiento: dos sobrevivientes de la gripe A recuerdan el calvario a 10 años de la pandemia

Cecilia Zorraquín y Guido Nanti no se conocen pero tienen algo en común: el pavor al contar cómo vivieron la Influenza A H1N1 que afecto a la Argentina durante el otoño e invierno de 2009

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Cecilia con su marido Federico y sus hijos Mora, Lorenzo y Ramiro, que en ese momento estaba en su panza
Cecilia con su marido Federico y sus hijos Mora, Lorenzo y Ramiro, que en ese momento estaba en su panza

Fue durante el otoño-invierno de 2009. Hace diez años. "Gripe porcina", se la llamó erróneamente en un principio. "Gripe A", se la denominó después. Fue la influenza A por una nueva cepa: la H1N1. Y puso al mundo en alerta cuando la OMS declaró "pandemia internacional" a fines de abril. El 7 de mayo se confirmó el primer caso en la Argentina. El 15 de junio, la primera muerte, en el Gran Buenos Aires. A partir de entonces todo fue prevención, nuevos hábitos y mucho miedo.

Había que evitar el contagio de este virus que afectaba las vías respiratorias y que se transmitía a través de la tos, el estornudo o incluso la saliva, al hablar. Por eso cerraron los colegios. Dieron licencia a las embarazadas. Los tribunales extendieron la feria judicial. Se desaconsejaron las visitas a shoppings y clubes. También las reuniones masivas y los saludos con beso. Había que lavarse las manos seguido, acopiar barbijos y, sobre todo, usar alcohol en gel. Así y todo, la gripe A de 2009 afectó a más de 10.000 personas y mató a 625, según datos oficiales. Entre los sobrevivientes, la experiencia de Cecilia Zorraquín y Guido Nanti. Dos casos bien distintos, pero signados por la angustia al recordar la pandemia.

"Tuve miedo de morirme"

Cuando contrajo el virus, Cecilia Zorraquín tenía 36 años y estaba embarazada de seis meses de Ramiro, su tercer hijo. Mamá de Mora y de Lorenzo, que en ese momento tenían 4 y 2 años, respectivamente, recuerda bien cómo empezó todo. "Fue un sábado de julio. Había pasado el día en lo de una amiga, con mis hijos. Volví a casa a la tardecita, los bañé y de pronto me empecé a sentir muy mal. Temblaba, no me podía mantener en pie y me tuve que acostar. Supe al instante que no era una gripe normal. Era una sensación que no reconocía", asegura la organizadora de eventos, casada con Federico hace 17 años.

Cuando su marido llegó a la casa y la vio así, llamó a su obstetra, el doctor Ángel Fiorillo, quien sin dudar le dijo: "Llevala ya al Cemic Saavedra", donde trabajaba. "Creo que mi médico tuvo la sospecha desde el primer momento, porque con las gripes de los embarazos anteriores nunca me había mandado de urgencia a ningún lado", analiza Cecilia y recurre a familiares para construir el relato.

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"Mientras esperaba que llegue mi suegra para quedarse con los chicos, empecé a levantar mucha fiebre. Al salir de casa mi marido me acostó en la parte de atrás del auto. El cuerpo no me respondía. No pude sentarme, ni decir una sola palabra en todo el viaje desde Nordelta al sanatorio. Estaba totalmente descompensada", agrega.

Al llegar, la guardia estaba atestada de gente, le pusieron un barbijo y tuvo que esperar un rato largo a que la atendieran. Cada vez se sentía peor. "En todos lados se hablaba de la gripe y la veías en la tele. Pero yo no soy de sugestionarme. Nunca lo fui", apunta sobre todo cómo vivía antes.

Con los primeros estudios del corazón saltó la taquicardia, uno de los síntomas de esta gripe. A Cecilia le dijeron que quedaría internada. Su marido pregunto si podría tratarse de gripe A y le respondieron que había que confirmarlo. "Me sentaron en una silla de ruedas; me hicieron radiografía de los pulmones; me sacaron sangre y me asignaron una habitación. Me pusieron un suero y me pasaron un antibiótico. Entonces una vez que estaba siendo monitoreada y atendida, me sentí más tranquila. Lo peor había sido en casa, durante el viaje y en la sala de espera. Ahí sí tuve miedo de morirme", asegura Cecilia.

Al día siguiente, los exámenes preliminares de laboratorio confirmaron que Cecilia tenía gripe A. "Mi obstetra se disculpaba por hablarme desde la puerta, por riesgo a enfermarse y propagar el virus a más embarazadas. Me dijo que tenía que tomar Tamiflu para sobrevivir, que no le haría mal a mi bebé. E hizo la orden para que mi marido lo fuera a buscar al día siguiente, al Hospital Muñiz, que era dónde se conseguía", agrega.

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Cecilia pasó una semana internada y aislada. Sólo la visitaban su marido y su madre, que entraban con barbijo. Ni sus hijos, ni sus hermanos podían verla. Médicos y enfermeras entraban además con camisolines especiales y usaban guantes para todo. Al tercer día de internación, su mamá la vio y, según le confesó después, "le volvió el alma al cuerpo". El Tamiflu había hecho efecto muy rápido. Cecilia estaba sin fiebre y con mejor semblante. "Mientras yo mejoraba, sabía que en el mismo pasillo había una chica muy mal… Que no terminó bien", agrega angustiada.

Una vez en su casa, siguió con los controles, pero se recuperó totalmente. "Recién ahí me di cuenta de lo que me había pasado: me podría haber muerto. Estuve bastante bajoneada y preocupada por mi bebé en la panza", asegura Cecilia. Entonces cuenta que cuando Ramiro tenía siete años, le descubrieron un quiste benigno en el oído. Que lo operaron, perdió parte de la audición, pero que hace vida normal. Sabe que es probable que no haya tenido nada que ver con el Tamiflu, pero a ella siempre le quedó la duda.  "Mi hijo nació el 20 de octubre y mi papá se murió el 30 de noviembre. Porque además de todo, cuando yo tuve la gripe mi papá tenía cáncer… Era duro no poder visitarlo. Por suerte pude estar con él al final. Y si bien nunca supe dónde, ni cuando me agarré el virus, siempre creí que pudo haber tenido que ver que yo estaba con las defensas bajas porque mi papá se estaba yendo", reflexiona Cecilia. Y agradece, que a pesar de todo, por el ojo clínico y la velocidad de su obstetra hoy puede compartir la experiencia.

"Me salvé de milagro"

Cuando contrajo el virus, Guido Nanti tenía 27 años y trabajaba muchísimo. "Fui uno de los primeros en tener la gripe A", asegura sobre su caso, a principios de junio. "Me dedico a fabricar y alquilar carpas para eventos. Ese día había estado toda la tarde y noche en Almirante Brown, trabajando para el Municipio. Había muchísima gente… Llegué a casa con el amanecer. Me bañé. Me tiré a dormir. Y al mediodía me desperté con fiebre", relata el joven que vive en Quilmes, pero que se crío en el campo, en Las Flores.

Guido con Natalia, su esposa, y sus hijos Morena y Joaquin. En ese entonces su hija mayor tenía sólo dos años
Guido con Natalia, su esposa, y sus hijos Morena y Joaquin. En ese entonces su hija mayor tenía sólo dos años

"Pensé que era una simple gripe pero igual fui al médico, en la Clínica del Niño y la Familia de San Francisco Solano. Me revisaron y me mandaron a casa. Al día siguiente me sentía peor, me dolía todo el cuerpo y volví a la clínica. Me dijeron que tenía anginas y me recetaron un antibiótico. Esa noche no dormí nada… Al día siguiente, no me podía mover. Volví a la clínica, esta vez arrastrado por mi señora de un lado y mi tía del otro", recuerda Guido, que está con Natalia desde hace 15 años. Y agrega: "Era como si me estuvieran clavando cuchillos en la espalda. No podía reírme, toser, ni respirar bien". "Vos tenés neumonía", le dijo el médico con solo revisarlo y lo internó de urgencia.

A Guido le hicieron múltiples estudios, pero recién a los cuatro días le dieron el diagnóstico y le prescribieron Tamiflu. "No se conseguía por ningún lado. Logré tenerlo gracias a un contacto político", detalla. Y agrega que esos primeros días internado fueron los peores. "Mis pulmones estaban muy tomados y no saturaban. Me tenían que dar mucho oxígeno. Dormía sentado. Cada vez que tosía me dolía hasta el alma", asegura.

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Además, cuenta que se turnaban para cuidarlo sus primos y tíos. Que su mamá, su abuela y otro tío llegaron de Las Flores. Y que quien se llevó la peor parte fue su señora, que no podía verlo porque tenía que estar sana para cuidar a Morena, su hija mayor, que sufría un principio de neumonía, con sólo dos años. Hoy además tienen a Joaquín, de siete años.

"Estaba tan mal que pensaron en trasladarme a terapia intensiva, pero prefirieron dejarme aislado para evitar contagios. Los médicos entraban a verme tapados con ropa descartable y se ponían alcohol en gel todo el tiempo. Muy de a poco empecé a mejorar. Y recién después de quince días me fui de alta", rememora Guido.

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Cuando volvió a su casa, su cuerpo no era el mismo. "Pasé tres meses sin salir y todo un año con mucha tos. Mis pulmones quedaron muy debilitados. Me enfermo de nada. Cuando yo de chico solía jugar afuera a pesar de la lluvia y el frío, sin engriparme. Tenía las defensas de un chico de campo", asegura. Y además agrega que todos los años se da la vacuna.

"En la tele se hablaba de la gripe A. Y yo escuchaba sobre prevención con el trabajo del Municipio. Pero jamás pensé que podía agarrármela. ¡Sabés el cagazo que me dio cuando me dieron el diagnóstico! Conocí gente que murió. Una vecina de Las Flores dejó dos chicos sin mamá. Yo me salvé de milagro. Tal vez porque siempre había sido un pibe sano", asegura y celebra poder contarlo.

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