Marcha por la Vida: un día en Treblinka, la macabra fábrica de la muerte

La historia del campo de exterminio cuyos jerarcas nazis se enorgullecían en definir como "el fin del mundo" para sus víctimas. Las atrocidades cometidas en medio de un bosque. Y la movilizante experiencia de los jóvenes que marchan por los sitios de la memoria recordando los horrores del nazismo,

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Dos chicas lloraban el desgarro y se abrazaban al lado de una roca. De una de las 17 mil rocas que pueblan ese agujero escondido en el bosque donde entre 1942 y 1943 estuvo Treblinka.

Treblinka fue literalmente una máquina de matar escondida entre los árboles y allí terminó el día de hoy para los jóvenes que participan de Marcha por la Vida.

Más temprano habían recorrido las calles de Varsovia para entender adónde estuvo el gueto, aunque para eso hubiera que valerse de los pocos rastros que quedan.

Las delegaciones de la Argentina llegaron a Treblinka pasado el mediodía, después de dos horas de viaje desde la capital polaca. Cada uno de los grupos -de 30 o 40 personas-, fue orientado por un guía que utilizó 3 o 4 paradas para explicar las diferencias entre este campo y los demás, la estrategia de exterminio que implementó el nazismo, y las historias de resistencia que aquí se produjeron.

Los investigadores calculan que solo el 1% de los que arribaron a Treblinka lograron sobrevivir (Foto: Victoria Bornaz)
Los investigadores calculan que solo el 1% de los que arribaron a Treblinka lograron sobrevivir (Foto: Victoria Bornaz)

El punto clave fueron las historias con nombre y apellido. La posibilidad de identificar a los que ahí murieron, de individualizarlos, hizo que todo se volviera real y que la emoción se apoderara de adolescentes y adultos.

Cada uno de los colegios -ORT, Buber, Tarbut y Scholem Aleijem- eligieron una manera diferente de terminar el paseo–homenaje.

Unos leyeron fichas individuales de asesinados en el campo. Otros, interpretaron un texto y un discurso que desbordó de emoción al grupo, y ORT, que es el colegio con la delegación más numerosa, armó un acto en el Aída Ender, hija de sobrevivientes de la Shoá, contó su historia personal y enumeró la enorme cantidad de familiares -sus abuelos entre ellos- que fueron asesinados en ese lugar.

Una joven llora en Treblinka, donde fueron asesinadas más de 800.000 personas (Foto: Victoria Bornaz)
Una joven llora en Treblinka, donde fueron asesinadas más de 800.000 personas (Foto: Victoria Bornaz)

El acto se cerró cuando un grupo de alumnos cantó la canción de los partisanos, para terminar abrazándose entre lágrimas de emoción.

Un poco más allá, cuando la música había finalizado, un adolescente de quince años deambulaba buscando una piedra en particularSeguramente la que nombrara al pueblo del que venía su familia, porque las piedras en el campo llevan el nombre de los pueblos y las ciudades en las que exterminaron a los judíos.

Cada piedra ubicada en el suelo recuerda a un pueblo o una ciudad exterminadas por las fuerzas nazis. Cada piedra es un testimonio de la barbarie (Foto: Victoria Bornaz)
Cada piedra ubicada en el suelo recuerda a un pueblo o una ciudad exterminadas por las fuerzas nazis. Cada piedra es un testimonio de la barbarie (Foto: Victoria Bornaz)

El chico tenía una gorra de colores, una bandera argentina que le colgaba en la espalda, y un retrato en la mano. En el papel se veía un hombre de edad mediana que miraba a la cámara. Era una foto de no menos de 60 o 70 años atrás, blanco y negro. Probablemente el bisabuelo o el abuelo del chico que buscaba sus raíces entre las piedras. Que buscaba sus raíces entre el dolor.

La atroz historia de Treblinka, la fábrica de la muerte

Los que subían a esos trenes, aunque ellos no lo supieran todavía, no tenían más esperanza. Su destino estaba sellado de antemano, la selección -eufemismo que significa: la decisión de asesinarlos– había sido hecha antes.

De los que eran derivados hacia Belzec, Sobibor y Treblinka casi nadie sobreviviría.

Estos tres campos eran de los llamados campos de exterminio, diseñados exclusivamente para asesinar a quienes entraban allí. Frías, perfectas y atroces fábricas de muerte.

Los trenes que llevaban a los campos de exterminio
Los trenes que llevaban a los campos de exterminio

A Belzec, Sobibor y Treblinka los unía el férreo dominio de un personaje terrorífico: Odilo Globocnik.

Los campos de exterminio -el nombre describe a la perfección el sitio- desde su concepción se pensaron con un exclusivo propósito: la eliminación veloz de cada uno de los judíos deportados que cruzaran la entrada. Una eficacia abyecta: más de un millón seiscientas mil personas fueron asesinadas en esos terrenos.

Se ha calculado que la tasa de supervivencia en Treblinka no superó el 1%. De cada cien que arribaban, sobrevivió menos de uno. Alguien puede suponer que esa aceitada máquina asesina requería de enormes instalaciones y de miles de soldados. Nada de eso.

Los pilotes que recuerdan las vías del tren. Apenas descendían los prisioneros de los vagones se ponía en marcha la maquinaria asesina (Foto: Victoria Bornaz)
Los pilotes que recuerdan las vías del tren. Apenas descendían los prisioneros de los vagones se ponía en marcha la maquinaria asesina (Foto: Victoria Bornaz)

A diferencia de Auschwitz, Treblinka ocupaba un terreno de escasas dimensiones y funcionaba con unas pocas decenas de soldados y oficiales nazis a cargo, cuya labor principal era dar directivas y asegurar el orden y la disciplina a través del terror y de los castigos físicos.

Las tareas de manipulación de los cadáveres y la limpieza de las cámaras estaban a cargo de los Sonderkommandos, prisioneros judíos que tenían una mayor sobrevida -la mayoría también serían asesinados- por haber sido elegidos para llevar a cabo esas órdenes desagradables y necesarias para la eficacia de la matanza.

En un enorme depósito se guardaban todas las pertenencias de los recién llegados. Sus abrigos, valijas, joyas, ahorros y otros valores que luego de ser evaluados eran enviados a Alemania
En un enorme depósito se guardaban todas las pertenencias de los recién llegados. Sus abrigos, valijas, joyas, ahorros y otros valores que luego de ser evaluados eran enviados a Alemania

Todo ocurría con precisión y velocidad. Un macabro y fluido mecanismo del horror. Cada etapa duraba poco tiempo pero estaba bien determinada y tenía su propio estado de ánimo.

Al principio, la impostura y el engaño; una falsa amabilidad para pretender una atmósfera de tranquilidad. Lo único que podía hacer sospechar a los prisioneros era la impaciencia de quienes daban las órdenes. Todo debía ser hecho con celeridad.

Franz Stangl (centro), el comandante de Treblinka
Franz Stangl (centro), el comandante de Treblinka

Se les informaba que pasarían a recibir un baño colectivo después del largo viaje en tren; luego recibirían rompa limpia y nueva, y serían reasignados hacia otro destino.

Una vez que ingresaban a la edificación, las víctimas no tenían mayores motivos para sospechar su final inminente. Unas cerámicas con la estrella de David en relieve convencían a los recién llegados que se trataba de un mikvé, un baño ritual judío.

Esos hombres y mujeres creían que solo se asearían. Pero el engaño, la falsa sensación de normalidad, no finalizaba en ese punto.

Franz Stangl fue el temible comandante de Treblinka, fue quien optimizó la maquinaria criminal. Recién fue apresado en 1967 (Foto: Victoria Bornaz)
Franz Stangl fue el temible comandante de Treblinka, fue quien optimizó la maquinaria criminal. Recién fue apresado en 1967 (Foto: Victoria Bornaz)

La edificación más cercana al punto de llegada de los trenes parecía una pulcra estación de trenes con flores y arbustos que lo engalanaban.

Pero solo se trataba de una fachada que ocultaba un enorme depósito en el que se guardaban todas las pertenencias de los recién llegados. Sus abrigos, valijas, joyas, ahorros y otros valores que luego de ser evaluados eran enviados a Alemania (aunque muchas de las cosas más valiosas se las quedaran los oficiales a cargo).

800.000 personas fueron asesinadas en Treblinka, una fábrica de muerte cobijada por un bosque (Foto: Victoria Bornaz).
800.000 personas fueron asesinadas en Treblinka, una fábrica de muerte cobijada por un bosque (Foto: Victoria Bornaz).

La cercanía con los trenes les evitaba tener que transportar largas distancias el botín saqueado a los judíos, que era enorme: cada persona tenía permitido llevar hasta cincuenta kilos de equipaje.

En esa estación todo era mentira, nada era de verdad: ni siquiera el reloj, que presidía la puerta de entrada, era real. Estaba pintado sobre la pared: las agujas siempre marcaban la misma hora.

Luego de que se desnudaran llegaba la etapa de la violencia. Quien no hacía caso o se demoraba más de lo que los captores tenían estipulado sufría latigazos, palizas atroces o era asesinado de un disparo.

Odilo Globocnik por orden de Himmler puso en marcha la Operación Reinhard, cuyo fin era la eliminación de los judíos polacos
Odilo Globocnik por orden de Himmler puso en marcha la Operación Reinhard, cuyo fin era la eliminación de los judíos polacos

No se puede hablar de Treblinka sin detenerse en dos personajes claves en esta historia: Odilo Globocnik y Franz Stangl.

Globocnik, nacido en Italia, de nacionalidad austríaca, nazi a partir del Anchluss y criminal de guerra, fue quien, tras recibir la orden verbal de Himmler, coordinó todas las acciones para poner en marcha la Operación Reinhard (Aktion Reinhard) cuyo fin era la eliminación total de los judíos polacos.

Así ordenó y coordinó la construcción y puesta en funcionamiento de los Campos de Majdanek, Belzen, Sobibor y Treblinka. Una vez puestos en marcha, aceitada la maquinaria genocida, procedió a enviar a todos los que estaban recluidos en el Gueto de Varsovia y de Bialystok.

Era un personaje expansivo, que inspiraba temor y que principalmente se mostraba muy orgulloso de su obra. Competía con otros administradores de campos, principalmente con el de Auschwitz, por ver quién tenía mayor poder asesino, quien liquidaba con mayor velocidad. Una competencia macabra en la que aspiraban a obtener el reconocimiento de sus superiores como "los mejores genocidas".

Los cadáveres putrefactos se apilaban al costado de las vías, los guardas atacaban con sus látigos, aquel que no obedecía una orden era fusilado de inmediato (Foto: Victoria Bornaz)
Los cadáveres putrefactos se apilaban al costado de las vías, los guardas atacaban con sus látigos, aquel que no obedecía una orden era fusilado de inmediato (Foto: Victoria Bornaz)

Franz Stangl fue el comandante de Treblinka. Su estilo era diferente al de su jefe Globocnik, pero sus resultados similares. Stangl fue quien montó toda la trama de simulación y engaño. A su llegada se sucedían los tiroteos en el arribo de cada tren, los intentos de fuga, las escenas provocadas por el pánico ante la muerte inminente. No había que ser demasiado perspicaz para entender qué era lo que les esperaba.

Los cadáveres putrefactos se apilaban al costado de las vías, los guardas atacaban con sus látigos, aquel que no obedecía una orden (por lo general dicha en un idioma que las víctimas desconocían) era fusilado de inmediato.

Stangl llegó para ordenar ese desastre. Ideó la trama de simulación y optimizó el proceso de liquidación de los recién llegados.

Depósitos cerca de los trenes para no transportar el fruto del saqueo, fosas también cercanas a las vías -muchos morían en el viaje por las condiciones de hacinamiento y la falta de agua y comida-, celeridad para separar a los deportados por sexos, para desnudarlos (otro depósito para la ropa y efectos personales), el camuflaje de los cercos de alambres de púas de hasta cuatro capas, el asesinato en las cámaras de gas simulando que se trataba de baños colectivos, la limpieza de esas cámaras para que ingresara otro contingente, los diferentes métodos para deshacerse de los cadáveres (fosas comunes, cremación en pilas, cremación en parrillas creadas especialmente).

Emocionados, marchan los alumnos de los colegios ORT, Buber, Tarbut y Scholem Aleijem
Emocionados, marchan los alumnos de los colegios ORT, Buber, Tarbut y Scholem Aleijem

Todo en menos de dos horas. Stangl se mostró durante décadas (falleció en prisión a principios de los setenta luego de ser apresado recién en 1968) orgulloso de su obra y de su poder de planificación.

Ya en prisión fue entrevistado por la implacable periodista alemana Gitta Sereny (el libro que transcribe estas conversaciones Desde aquella oscuridad, editado por Edhasa hace unos años, es imprescindible). Al ser preguntado sobre qué sentía sobre esas personas que descendían de los trenes y que un par de horas después, desnudas, despojadas hasta de la dignidad, estarían muertas bajo el itinerario asesino dispuesto por él, Stangl respondió impasible: "No eran personas para mí. Era cargamento. Solo eso, cargamento".

Estación de tren de Treblinka
Estación de tren de Treblinka

Los escasos sobrevivientes de Treblinka narraron que el campo de exterminio tuvo durante su corta vida cuatro etapas bastante definidas.

La primera fue la del caos previo a la llegada de Stangl: los cadáveres al costado de las vías, los fusilamientos, la suciedad.

Stangl al ver la situación le dijo a Globocnik que era imposible hacer nada: "Es el fin del mundo", remarcó. Éste le respondió: "Esa es la idea. Que para ellos sea el fin del mundo".

La segunda etapa fue la de la llegada de Stangl y el principio de la organización. 

La tercera, la de la estabilidad y en la que cada engranaje de esa fábrica de muerte funcionaba a la perfección.

Y la cuarta cuando disminuyó la llegada de los trenes y la preocupación por la cercanía de los rusos se fue imponiendo.

El fin del campo llegó tras un levantamiento que produjeron los detenidos en 1943 (Foto: Victoria Bornaz)
El fin del campo llegó tras un levantamiento que produjeron los detenidos en 1943 (Foto: Victoria Bornaz)

Trebinkla funcionó poco más de un año y medio entre 1942 y 1943. Sin embargo se calcula que la cifra de víctimas que se cobró fue de entre 700.000 y 900.000. Un número pavoroso.

El fin del campo llegó tras un levantamiento que produjeron los detenidos en sus instalaciones. Mientras realizaban sus desagradables tareas cotidianas, preocupados por su subsistencia, mientras la muerte y el hedor los rodeaba, los prisioneros planearon una revuelta aprovechando que eran pocos los soldados a cargo.

Una noche tomaron el depósito de armas, incendiaron gran parte de las instalaciones y emprendieron una fuga que en muchísimos caso se vio frustrada por las tropas que llegaron de refuerzo. Otros, unos pocos, sobrevivieron escondidos en los bosques cercanos por más de un año.

Un par de años atrás, excavaciones arqueológicas han permitido descubrir no solo restos humanos sino los cimientos de las cámaras de gas y otras construcciones (Foto: Victoria Bornaz)
Un par de años atrás, excavaciones arqueológicas han permitido descubrir no solo restos humanos sino los cimientos de las cámaras de gas y otras construcciones (Foto: Victoria Bornaz)

Las autoridades alemanes luego del levantamiento y ante la evidencia de que las tropas rusas avanzaban, ordenaron destruir las instalaciones de Treblinka, quemar los cadáveres que aún estaban a la vista y derivar a los pocos prisioneros vivos que quedaban (para matarlos en otro lugar).

Muchos años después, Treblinka fue uno de los argumentos utilizados por los negacionistas. Insistían en que todo era una fabulación, acusaciones infundadas de las que se carecían de pruebas. Solo el testimonio de unos (muy) pocos sobrevivientes. De esa manera, los negacionistas ignoraban abundante evidencia histórica: testimonios, registros documentales de los trenes enviados y del movimiento de soldados y oficiales, partidas presupuestarias y hasta confesiones de varios de los implicados, Stangl entre ellos.

Pero un par de años atrás, excavaciones arqueológicas han permitido descubrir no solo restos humanos sino los cimientos de las cámaras de gas y otras construcciones. El horror no puede ser negado.

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