El drama de la adicción a las cirugías: "Puede ser una tortura"

Gabriela Albela es peluquera y fue una de las argentinas afectadas por las siliconas PIP, las prótesis mamarias adulteradas con aceite industrial. Tuvo que ser operada de urgencia para sacárselas y pese a lo traumático de la situación, decidió seguir haciéndose cirugías estéticas.

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El antes y el después. Gabriela Albela a los 15 años, cuando tenía sobrepeso, y ahora.
El antes y el después. Gabriela Albela a los 15 años, cuando tenía sobrepeso, y ahora.

Tenía 34 años cuando se hizo la primera cirugía. Gabriela había adelgazado 40 kilos y, en el proceso, se había hecho la falsa ilusión de que el espejo iba a terminar devolviéndole la imagen de su cuerpo que tanto había esperado. Pero no. Lo que ahora veía era un cuerpo desinflado: mamas caídas y colgajos de piel sobrante que sólo las cirugías podían reparar. Pero a una cirugía siguió otra, y otra, y otra. Atravesó posoperatorios literalmente "tortuosos" y hasta tuvo que sacarse de urgencia las prótesis mamarias PIP, adulteradas con silicona industrial. Pero así funcionan las adicciones: "No medís las consecuencias, siempre querés seguir", dice a Infobae.

La noticia de la muerte de la ex cuñada de Nazarena Vélez tras hacerse una lipoaspiración volvió a poner el foco en la adicción a las cirugías. "Cuando vi cómo me había quedado el cuerpo después de adelgazar, me quería matar. Me empecé a ver los colgajos de piel, las lolas vacías. No había nada que me pusiera que me quedara bien. En seguida empecé a averiguar para hacerme cirugías reconstructivas", cuenta Gabriela Albela, peluquera.

Gabriela se puso las prótesis mamarias pero, al poco tiempo, su cuerpo le indicó que algo andaba mal. "Sentía pinchazos, como que me estaban clavando agujas", recuerda. Al año de tener esos implantes supo que era una de las 30.000 mujeres en el mundo que tenían las prótesis PIP, adulteradas con aceite industrial no apto para uso médico. "Sentía que tenía veneno adentro, me daba pánico seguir con eso en el cuerpo", cuenta. En cuanto supo que las prótesis se rompían con facilidad, decidió operarse de urgencia: se sacó unas y tuvo que pagar nuevamente por ponerse otras. Después, fue a ver a la abogada Virginia Luna, que formó el grupo "afectadas por PIP". Ella y otras 740 mujeres argentinas iniciaron juicio a la empresa francesa y algunas ya fueron indemnizadas.

"Cuando me las cambiaron dije: 'ahora quiero verme bien con el resto del cuerpo', así que programé otra cirugía para sacarme la piel sobrante de las piernas (dermolipectomía). El posoperatorio fue tortuoso porque las costuras están en las ingles y se abren todo el tiempo. Se abren, te vuelven a coser y se vuelven a abrir y supuran. Y cuando empiezan a cicatrizar se forma una película muy fina que tenés que cepillar continuamente para que cierre adentro. Vivía con miedo porque el riesgo de infección es altísimo", cuenta. Gabriela estuvo dos meses sin poder caminar y pasó muchos días sin dormir acomodando los drenajes por donde debía eliminar líquidos de su cuerpo.

"Pero es como que el susto no alcanza, no medís, porque un año después programé las cirugías de abdomen y de glúteos", sigue. "Todos me decían 'pará, ¿cómo te vas a arriesgar otra vez a meterte en un quirófano?'. Yo me quería ver bien y la verdad, si el precio era ese, me metía otra vez". Lo hizo y la cirugía de glúteos no quedó bien: "Quedó un pliegue en la parte de atrás de la pierna, como una tela mal cosida. Tuve que volver a entrar al quirófano".

Gabriela nunca tuvo traumas con su cara pero, al poco tiempo, quiso operarse la nariz. "No lo hice porque mis amigas y mi familia empezaron a decirme 'te estás yendo de mambo'; si no, lo habría hecho. También quise operarme los brazos, porque al haber bajado tantos kilos no me sentía conforme. Los médicos no me dejaron porque era un hospital público, un privado seguro me hubiese operado".

Las adicciones funcionan así. Como un fumador que sabe que puede morir de cáncer pero igual sigue fumando, Gabriela sabe que hay riesgos pero esos riesgos no son suficientes para poner un freno: "La verdad es que yo me seguiría haciendo cosas. Las cirugías tienen como una cosa adictiva, no sé si les pasa a todas, pero te obsesionás con buscar la perfección del cuerpo y, como no la encontrás nunca, entrás en ese círculo vicioso. Sabés que hay mujeres que se mueren en un quirófano pero igual no medís los riesgos. El deseo es más grande que todo lo demás. La adicción a las cirugías puede ser una tortura".

Lo que sigue, ahora, es bótox o relleno en las comisuras de los labios y una frase que anuncia algo que se vendrá: "No me gusta cómo me quedaron las piernas".