Correr con una maleta alrededor de la cuadra, guardar hojas de laurel o lentejas en la billetera o escribir deseos en un papel antes de la medianoche son prácticas que se repiten cada 31 de diciembre en miles de hogares peruanos. Algunas se hacen en voz alta, otras casi en secreto. Aunque suelen presentarse como simples supersticiones, estas cábalas tienen algo en común: responden a una necesidad humana profunda de marcar cierres, proyectar deseos y recuperar una sensación de control frente a lo incierto.
Más allá del folclore, la psicología y las ciencias sociales ofrecen claves para entender por qué estos rituales persisten, incluso entre personas que aseguran no creer del todo en ellos.
Maletas, lentejas, laurel y papelitos
La cábala de la maleta es una de las más visibles. Apenas el reloj marca la medianoche, personas de todas las edades salen a la calle con una valija vacía —o a medio llenar— con la expectativa de atraer viajes y movimiento durante el año siguiente. El gesto es simple, pero cargado de simbolismo: desplazarse, salir, ponerse en marcha.
Algo similar ocurre con las hojas de laurel. Colocarlas en la billetera, debajo del plato o en un rincón de la casa es una práctica menos ruidosa, pero muy extendida. Tradicionalmente asociada al éxito y al triunfo desde la antigüedad clásica, el laurel aparece como un amuleto ligado al trabajo, la estabilidad económica y el reconocimiento.
Otro de los gestos más repetidos es el de las lentejas. Algunas personas las comen apenas pasada la medianoche; otras las colocan crudas en los bolsillos o las esparcen en la mesa. En la tradición popular, las lentejas se asocian con la abundancia y la prosperidad económica, en parte por su forma redondeada, similar a monedas. Desde una lectura más simbólica, este ritual remite a la idea de provisión y seguridad: alimentos simples, duraderos y accesibles, ligados históricamente a la supervivencia y al sustento cotidiano.
También están los rituales escritos: anotar deseos, metas o aquello que se quiere dejar atrás. Algunos queman el papel, otros lo guardan. En ambos casos, la acción funciona como una forma de materializar lo abstracto. Poner en palabras lo que se espera del año nuevo es, en sí mismo, un ejercicio de orden y proyección.
Lo que dice la psicología: rituales como anclas emocionales
Desde la psicología, los rituales cumplen una función clara. Estudios sobre comportamiento humano señalan que las conductas repetitivas y simbólicas ayudan a reducir la ansiedad, especialmente en momentos de transición o incertidumbre. El cambio de año es uno de esos hitos: no transforma la realidad de manera inmediata, pero sí marca un antes y un después en el plano emocional.
Realizar una cábala permite generar una sensación de agencia. No se trata de creer literalmente que una maleta garantiza viajes o que una hoja de laurel asegura trabajo, sino de sentir que se está haciendo algo activo frente al futuro. Ese “hacer” tiene un efecto tranquilizador.
Además, los rituales refuerzan la idea de cierre. La psicología del comportamiento explica que el cerebro necesita señales claras para dar por terminada una etapa. Las cábalas funcionan como esos marcadores simbólicos que ayudan a soltar lo que quedó atrás y a enfocar la atención en lo que viene.
El peso cultural: repetir lo aprendido, incluso sin creer del todo
Muchas de estas prácticas no se eligen de manera consciente. Se heredan. Se repiten porque se vieron en casa, porque alguien las recomendó o porque forman parte del paisaje de Año Nuevo. En ese sentido, las cábalas también cumplen una función social: conectan a las personas con una tradición compartida.
Antropólogos y sociólogos coinciden en que los rituales colectivos fortalecen la identidad y el sentido de pertenencia. Aunque cada persona les asigne un significado distinto, el acto de repetirlos genera un código común. Por eso, incluso quienes se declaran escépticos terminan comiendo uvas, guardando un objeto o participando del rito “por si acaso”.
Ciencia y simbolismo: cuando el gesto importa más que la creencia
Desde la neurociencia, se ha estudiado cómo las acciones simbólicas influyen en la percepción del bienestar. Realizar un ritual activa circuitos asociados a la expectativa y la motivación. En términos simples, predisponen a la acción. Una persona que corre con una maleta puede no viajar más por eso, pero sí puede sentirse más abierta a planear, ahorrar o aceptar oportunidades.
Lo mismo ocurre con escribir objetivos o guardar un amuleto. El objeto no tiene poder en sí mismo, pero funciona como recordatorio constante de una intención. Esa presencia simbólica puede influir en decisiones cotidianas a lo largo del año.
Por qué seguimos haciéndolo cada 31 de diciembre
Las cábalas de Año Nuevo sobreviven porque cumplen varias funciones a la vez: ordenan emociones, conectan con la tradición, reducen la ansiedad y ayudan a proyectar deseos. No requieren fe absoluta ni grandes explicaciones. Alcanzan con el gesto.
En la medianoche del 31 de diciembre, cuando el año termina y el siguiente todavía es una incógnita, estos rituales ofrecen una pausa breve para pensar qué se quiere conservar, qué se quiere cambiar y cómo se imagina lo que viene. Tal vez por eso, aunque cambien los contextos y las generaciones, las maletas, el laurel, las lentejas y los papelitos siguen apareciendo, puntuales, cada Año Nuevo.