
Días pasados, el Banco Mundial dio a conocer un informe que alertó sobre la situación de la educación argentina. En “las trampas de la pobreza” resaltó los niveles de ausentismo y abandono escolar exacerbados, planteando que el mayor porcentaje de bajo rendimiento y deserción se da en los sectores más pobres.
En el escrito denominó “ciclo roto” a la escuela secundaria debido a que los jóvenes no asisten y su graduación es muy baja respecto de lo esperado. El abandono en ese nivel se acelera alrededor de los 15 años. Por sólo dar un ejemplo, el 31% de los jóvenes del conurbano no van a la escuela.
Las condiciones de pobreza extrema se convierten en un muro que separa a los niños de un aprendizaje pleno. Cuando se les consulta a los padres por qué no sostienen la escolaridad, responden que se debe a la falta de empleo o la lejanía de la institución escolar o problemas con el transporte. A esto hay que sumarle recorrer un largo camino para llegar, sin desayunar, sin útiles escolares, y con una incertidumbre constante sobre el futuro. Esos niños, para los cuales el Banco Mundial utiliza el término “ciclo de pobreza”, enfrentan obstáculos que no solo afectan su rendimiento académico, sino que moldean su vida.
Es común escuchar hablar de educación como el gran motor del desarrollo y de transformación social, pero implementar cambios reales exige un compromiso firme y sostenido.
Es necesario entender que cada niño que queda fuera del sistema escolar es una oportunidad perdida, no solo para ese sujeto, sino para el progreso colectivo. La educación tiene el poder de transformar comunidades, economías y países enteros, pero solo cuando es verdaderamente accesible para todos.
Para el Banco mundial, las “trampas de la pobreza” -los desequilibrios macroeconómicos, la política fiscal insostenible y la ausencia de incentivos para invertir- son medidas que siguen impidiendo el acceso a una educación de calidad.
En este sentido, el rol de los docentes en estos contextos es fundamental; sin embargo, no reciben el apoyo adecuado. A diario enfrentan desafíos en soledad que no son sólo pedagógicos, sino sociales. En general, son maestros recién recibidos que se inician en escuelas alejadas, sin infraestructura edilicia adecuada, sin materiales didácticos y con muchas problemáticas asociadas a la pobreza estructural. El apoyo al docente novel es fundamental, es imprescindible acompañarlo con personal idóneo y con proyectos que compensen el déficit.
Por lo tanto, planificar la mejora económica y financiera de un país implica también planificar una educación que abarque a todos. Es un reto complejo que exige abordar tanto el acceso a la escuela como la permanencia, sumado a la calidad de la enseñanza.
Para lograrlo, será necesario invertir en la formación y en el bienestar de los docentes, en capacitaciones en distintas metodologías de aprendizaje, en apoyo a la resolución de los problemas, así como reducir la carga administrativa para que puedan dedicarse exclusivamente a su aula.
El costo de la inacción en educación traerá consecuencias en la economía, tales como desempleo juvenil, escasa formación laboral, inseguridad, estancamiento en el progreso tecnológico, entre otras tantas. Una población con bajos niveles educativos enfrenta limitaciones en su capacidad para desarrollar habilidades productivas, comunicativas, innovadoras y competitivas. Es ahora o nunca.
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