No pienses en una batalla cultural

Dicen sus partidarios y exégetas que el presidente Javier Milei encara, principalmente, una “batalla cultural”. Sin embargo, lo que el jefe de Estado desarrolla es en realidad una “guerra moral”. Que es algo muy diferente

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Javier Milei (Franco Fafasuli)
Javier Milei (Franco Fafasuli)

El lingüista cognitivo George Lakoff, de la Universidad de California, Berkeley, se hizo muy conocido en todo el mundo por su libro No pienses en un elefante, cuyo principal argumento es que los marcos de interpretación de la realidad se solidifican en nuestros cerebros por repetición. Negar sin más, en los mismos términos, con las mismas palabras y metáforas el marco que con el que el rival político define la realidad no hace más que volver más sólida su idea en quien la escucha. El título del libro y lo que nos ocurre en realidad cuando recibimos esa directiva sobre el animal de grandes orejas, colmillos, piel rugosa y trompa explica con creces el eje central del enfoque.

Lakoff estudió en su momento la retórica sobre la que se montó la ola conservadora que lideró el diputado republicano Newt Gingrich a mediados de los 90. Más tarde hizo lo mismo con George W. Bush, la revuelta generada por el Tea Party a partir de 2009 y ahora con Donald Trump, ícono del movimiento mundial del que forma parte Milei, al que nos parece adecuado denominar derecha radical global.

¿Qué nos dice este autor? Que pensar es un proceso físico que se da en nuestros cerebros, en nuestras neuronas. Que la mayor parte de ese proceso es inconsciente. Que, al contrario de lo que creemos, no pensamos incorporando “información” o “datos”, sino que los ladrillos de nuestro pensamiento son marcos conceptuales y metáforas.

Un buen ejemplo es el concepto de “alivio fiscal”, que la dirigencia política argentina importó de Estados Unidos. Si, por ejemplo, un espacio político progresista o peronista -si es que busca revalorizar la responsabilidad de los ciudadanos para su comunidad y el rol del Estado en ese contexto- adopta el término “alivio fiscal”, fortalece la idea de que los impuestos son un sufrimiento. Y peor aún, que como todo dolor, deben ser eliminados.

El lingüista nos dice además que las palabras cambian nuestros cerebros. Por supuesto los marcos conceptuales y las metáforas también. Cuando una palabra o un marco se activa una y otra vez en nuestro cerebro, los circuitos entre ciertas neuronas se vuelven más fuertes. Si cada vez que alguien dice “libertad” esa idea viene de la mano de la pura, absoluta y cruda primacía del mercado en lugar de, por ejemplo, la posibilidad de expresarnos abiertamente que nos ofrece la vida democrática, la creciente autonomía que experimentamos accediendo al conocimiento en una universidad o cuando la riqueza que aportamos a la sociedad con nuestro trabajo es remunerada de manera justa, será sólo la primera de esas ideas la que se haga más y más fuerte en miles y miles de personas.

Con un agregado que ya comentamos: cuando negamos un marco conceptual en los mismos términos en que fue pronunciado, también aquel se termina fortaleciendo. Así, por caso, si “grieta” y “casta” son algunas de las principales metáforas que utilizaron aquí en los últimos diez años la derecha y la derecha radical para enmarcar la realidad, a mal puerto irán los sectores más progresistas utilizando esas palabras, aunque sea para negarlas (¿”La casta eras vos”?).

Ya tenemos una primera clave lakoffiana: en política, quien enmarca (primero) un debate, tiende a ganar ese debate. Y en la Argentina hace bastante tiempo que los marcos provenientes del campo que hoy se opone abiertamente a las políticas del presidente Milei llegan tarde, funcionan de manera reactiva, no se imponen y -también es cierto- cuentan con menos megáfonos que los propalen.

Acerquémonos a la idea de “guerra moral”, que también surge de Lakoff. ¿Cómo llega ahí? Lo que sostiene es que, quienes se alinean con un pensamiento conservador y quienes lo hacen con ideas más progresistas, piensan distinto sobre los mismos temas. Y esto porque organizan sus nociones sobre el mundo a través de metáforas ordenadas por dos modelos ideales: uno que Lakoff llama el de la Familia del Padre Estricto y otro que es el de la Familia del Padre Que Cuida y Acompaña (nurturant).

En este último “tipo ideal” de comprensión del mundo, el padre y la madre -si es que hay dos- son igualmente responsables por la crianza de los hijos. Lo que ellos hacen es acompañar y apoyar a cada uno de sus hijos en su crecimiento, para que a su vez puedan convertirse en personas que acompañan y apoyan a otras. Lo hacen con empatía y con responsabilidad por ellos mismos y por los demás. Eso implica que crezcan fuertes, confiados en sí mismos, resilientes. No se trata de padres permisivos. Ejercen autoridad sin ser autoritarios. Se ganan el respeto de sus hijos. Definen reglas y límites justos y razonables y pueden explicar por qué toman sus decisiones. En esta metáfora, la familia es la Nación o la comunidad, los hijos son los ciudadanos y el padre es el líder, quien actúa cuidando con responsabilidad hacia los miembros de esa Nación. Esos hijos a su vez actúan responsablemente y con empatía unos con otros. No pueden estar bien si los demás están mal. Y tienen responsabilidad en replicar esa dinámica con el mundo que los rodea.

¿Y cómo es el modelo del padre estricto, que determina el encuadre que realizan los conservadores y hoy en día la derecha radical? En este, el que ejerce la autoridad moral es el padre, no la madre. Existen el bien y el mal absolutos y el padre conoce y diferencia el bien del mal, con un criterio inherentemente moral. El mundo exterior es malo, hostil. La familia necesita de un padre estricto para protegerla de ese mal. Esa autoridad moral ejercida por el padre no puede ser desafiada. Quien lo hace pone en riesgo al conjunto. En el mundo hay competencia y siempre habrá ganadores y perdedores. El padre necesita ser un ganador para proveer bienestar a su familia. Los hijos nacen malos -quieren hacer todo lo que los hacen sentir bien, no lo que está moralmente bien-. La forma en la que los hijos aprenden lo que está bien de lo que está mal es a través del castigo, lo suficientemente doloroso física o psicológicamente. Sólo así pueden desarrollar la disciplina interna que los convierte en seres morales.

Javier Milei
Javier Milei

Esa disciplina es la que les permite seguir sus propios intereses, lo cual es lo único que les permite ser prósperos en ese mundo hostil exterior. Y naturalmente se sigue que en ese exterior lo que existe es el capitalismo de libre mercado. Si cada uno sigue su interés egoísta, habrá prosperidad en el mundo. Es por lo tanto moral seguir ese interés egoísta. Lo que es inmoral es darle a los hijos (a la gente) cosas que no se han “ganado”. Sobre todo porque eso les quita su incentivo para ser disciplinados. Eso los hace dependientes e incapaces de actuar moralmente. Si uno sigue este sistema moral que describimos será próspero. Si uno no es lo suficientemente disciplinado para ser próspero tampoco lo será para ser una persona moral. Por lo tanto, uno merecerá su fracaso y su pobreza. La libertad es la libertad de seguir ese camino moral hacia el egoísmo, la prosperidad y la riqueza. El mal no está dado solo por una amenaza directa, sino por todo lo que ponga en riesgo ese sistema de moralidad.

Existe, por lo tanto, una jerarquía natural, fija, rígida, de moral, riqueza y poder que no puede ser modificada porque ello pondrá en riesgo a todos:

  • Dios sobre el hombre.
  • El hombre sobre la naturaleza.
  • Los disciplinados (y fuertes) por sobre los indisciplinados (y débiles).
  • Los ricos por sobre los pobres.
  • Los empleadores por sobre los empleados.
  • Los adultos por sobre los niños.
  • La cultura occidental sobre otras culturas.
  • Los hombres sobre las mujeres, los hombres blancos sobre el resto de los hombres, los heterosexuales sobre los gays. Son, los primeros, “hombres de bien”.

La gente se divide principalmente en estos dos campos (dos familias), aunque hay algunas personas que son “biconceptuales”. En algunos temas (puede ser la política sobre las Islas Malvinas) adhieren a un marco pero en otras (puede ser la que regula la ayuda social por parte del Estado) adhieren a otro. No se trata de hablarles en voz más baja -lo que hará que ni siquiera nos escuchen- sino de manera más clara.

El enfoque que abordamos nos permite explicar y entender por qué en el “liberalismo” de Milei ocurren al mismo tiempo cosas que no tienen vínculo a priori unas con otras o que incluso son contradictorias entre sí: por ejemplo, se aborrece la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, se prohíbe el lenguaje inclusivo en el Estado, se deja sin comida a los comedores comunitarios, se agacha la cabeza ante Gran Bretaña y se ataca a quienes se jubilaron por moratoria. Todo eso al mismo tiempo en que se cuestiona a una cantante joven, exitosa y adinerada que ejerce su libertad de expresión y sexual en el espacio público. Y a la vez cuando permite hacer cualquier cosa a los grandes empresarios pero no se protege a las pequeñas industrias ni a los consumidores.

Nos acercamos así a entender por qué estamos ante una guerra moral (la idea también es de Lakoff, para explicar lo que se juega en las elecciones de este año en Estados Unidos) y no ante una “batalla cultural”. Ocurre que estamos atravesando una lucha entre dos sistemas de moralidad. Y la política se juega en ese campo moral donde sostenemos lo que sostenemos porque consideramos que “está bien” mientras que atacamos a los que sostienen lo que “está mal”.

Lamentablemente, para estas derechas radicales, esto no es un enfrentamiento argumental ni una simple batalla propia de lo contingente y transitorio de cualquier enfrentamiento político. Esto es una guerra en la que no habrá un final hasta que uno (ellos) termine de imponerse. Hay, en estas guerras morales, un reconocimiento de la otredad solo para agredir, estigmatizar y, en última instancia, apalancarse en ese otro al solo efecto de construir una identidad propia cuyo sentido es la eliminación del enemigo. Son “los hombres de bien” contra “el mal”.

Al tratarse, entonces, de una guerra moral, todos aquellos que no formen parte de esas derechas tienen una sola alternativa por fuera del enfrentamiento decidido y una oposición cerrada: el sometimiento. Más allá de la retórica, no hay camino exitoso de negociación con esta visión del mundo. No hay diálogo, ni búsqueda de consensos ni “puntos de acuerdo intermedios”. No hay ética democrática con los “adversarios”. La moral es así: bien o mal, sin grises.

Entonces, asumiendo que el campo de juego está dominado por esta conflagración -más aún en un contexto de guerra de información donde los hechos y los datos se tergiversan y deforman- también hay que asumir que no se le va a ganar ni con datos ni con un programa de gobierno que sea “mejor”. Se va a ganar -o perder- en el teatro de operaciones donde se despliegan las guerras morales: en el de los valores y las emociones que expresan (o pueden conmover) dos formas opuestas de concebir el mundo y la moralidad que lo acompaña.

El campo de batalla, lamentablemente, está definido. Esto ya no es un concurso de programas de gobierno y de filminas basadas en evidencia. O una batalla pasajera. Los opositores al Gobierno se podrán tomar más tiempo para comprenderlo, pero habrá un costo. Neville Chamberlain, Iósif Stalin y Franklin Roosevelt también creyeron en algún momento que podían negociar o esquivar una guerra que ya estaba declarada.

Se ha declarado una guerra moral. Y sucede que la derecha (radical) parece tener más claro que en el cerebro humano, nos enseña Lakoff, cuando los datos a los que somos expuestos contradicen el marco de referencia con el que nos identificamos, lo que se impone es el marco de referencia y lo que se descarta son los datos (en inglés, increíblemente, esto se expresa con la frase “frames trump facts”).

Seamos claros: argumentar posiciones con consistencia y apego por los datos no debe menospreciarse ni ser abandonado. Por supuesto que una función fundamental de los partidos políticos es desarrollar programas de gobierno consistentes. Pero, en el marco que hemos delineado, y si es que la oposición busca imponerse al actual gobierno, no tendrían que olvidar que todos esos datos y propuestas de políticas públicas deben estar al servicio de fortalecer un marco de comprensión del mundo basado en un tipo de moralidad y de emocionalidad y no al revés. Los tanques por delante y la infantería por detrás.

Marcos, valores y emociones serán los que le permitirán a la oposición dar batalla en esta guerra. Y decididamente las emociones que vayan embebidas, apalancadas en esos valores. Porque sin emociones, sin sentirlo acá, acá abajo, cerca del estómago, los ciudadanos no están en condiciones de decidir y actuar de acuerdo a lo que les requiere esta guerra con palabras en la que, lamentablemente, ya estamos metidos.

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