Magnicidio, democracia y el método Darín

El negocio del fundamentalismo y la sugerencia del actor para repensar las reglas de juego. ¿Hay algo entre los extremos? ¿Somos capaces de ponernos en el lugar del otro?

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Intento de asesinato a Cristina Kirchner
Intento de asesinato a Cristina Kirchner

La bala no salió, pero el atentado magnicida contra la vicepresidenta Cristina Kirchner disparó debates que, bien aprovechados, podrían ayudarnos a reconstruir nuestra frágil vida en común. De momento, no parece que la dirigencia haya elegido ese camino. Se la ve, más bien, transitando la vieja calle de las oportunidades perdidas. El Presidente de la Nación eligió dar un mensaje más para los propios que para el conjunto del pueblo al que gobierna. La presidenta del principal partido opositor no repudió el hecho y habló de jugada política.

Pero hay excepciones. En la política, en las empresas, en los medios, en la calle. Hay mucha, mucha gente hartísima de que la quieran forzar a elegir, siempre, cada día, a cada minuto, entre dos opciones maniqueas en las que, según le dicen, se juega todo lo importante, el bien y el mal, como en las viejas películas de superhéroes que ya no existen porque hasta Hollywood entendió que los malos no son completamente malos ni los buenos son completamente buenos.

Si no creés que la Vicepresidenta fingió su propio magnicidio, estás a favor de la corrupción y la impunidad. Si no aceptás que esto es consecuencia causal directa del odio de la derecha, estás a favor de la explotación económica y la pobreza. La causa Vialidad es tan importante como el Juicio a las Juntas o es una pantomima que busca proscribir a Cristina Kirchner. No hay, en el medio, nada. Y a quienes todavía pensamos que es posible encontrarnos en algún lugar común (llamémosle Corea del Centro) se nos ríen en la cara. Ni nazis ni judíos, nos dicen con sorna. O nos acusan de coreanos del norte unos y de coreanos del sur otros, ¡al mismo tiempo!

Yo creo que en el medio hay un montón de cosas. Algunas me gustan más y otras menos. Pero en ese espacio hay matices, alternativas y dimensiones bastante más realistas que el escenario blanco-negro que nos quieren forzar a comprar.

Algunos ejemplos:

- ¿Es lógicamente posible creer que el atentado contra la Vicepresidenta fue real y uno de los hechos más graves de la historia democrática y, al mismo tiempo, sostener que la corrupción kirchnerista existió y debe ser juzgada? Sí.

- ¿Es posible preocuparnos seriamente porque la derecha radicalizada empuja cada vez más a los partidos de centro-derecha a posiciones peligrosas para nuestras libertades y, a la vez, reconocer que el kirchnerismo alimentó sus propios odios? Sí.

- ¿Y decir esto implica que lo segundo justifica lo primero? No, claro que no.

- ¿Es relevante definir quién empezó, como pretenden mis hijos de 8 y 10 años cuando se pelean? No, es absolutamente intrascendente.

- ¿Se puede criticar la hipocresía de quienes alimentaron el odio para luego solidarizarse con la Vicepresidenta y, a la vez, buscar en esto último un hilo de donde tirar para alimentar una convivencia sostenible? Sí.

- ¿Se puede pensar que los discursos de odio son una cosa espantosa pero no estar dispuestas a regularlos más allá de lo que ya dice la legislación sobre crímenes de odio e instigación? Sí.

- ¿Se puede considerar que el Poder Judicial es impresentable y no estar de acuerdo con la ampliación de la Corte Suprema? Claro que sí.

- ¿Se pueden cuestionar las evidentes violaciones de derechos que hubo en algunas investigaciones de corrupción sin comprar la teoría del lawfare? Pues sí.

Ricardo Darín habló de los discursos de odio
Ricardo Darín habló de los discursos de odio

Por supuesto que no es necesario aceptar nada de esto para que podamos vivir en sociedad. La convivencia democrática es perfectamente posible sin ninguna de estas posiciones sustantivas. No se trata de que nadie abandone ninguna bandera. Las menciono solo para recordar que entre Corea del Norte y Corea del Sur hay un mundo de opciones. Son más aburridas y no garpan en política ni en medios, pero existen. Y es muy probable que algunas sean aceptables para norteños y sureños.

Pero, lamentablemente, el problema que tenemos es bastante más serio que la discusión sobre si existe o no el lawfare o si el odio es privativo de unos u otros. La ilusión coreacentrista de encontrar posiciones sustantivas intermedias sobre temas importantes (planes sociales, recursos naturales, fuerzas de seguridad, etc.) es infinitamente pretenciosa ante la magnitud del problema que tenemos.

¿Por qué? Porque la cuestión no es que no podemos ponernos de acuerdo sobre qué hacer con los temas de fondo, sino que no hay ningún tipo de consenso sobre las reglas, condiciones de posibilidad y objetivos del procedimiento que ya hace rato (pongamos, entre 1983 y 1985) decidimos usar para tomar esas decisiones de fondo. Me refiero, claro, a la democracia.

¿En castellano? No estamos de acuerdo sobre las razones por las cuales consideramos valiosa a la democracia. ¿Por qué es el mejor modo de tomar decisiones? ¿Porque con ella se come, se cura y se educa? ¿Y cuando eso no pasa, como casi siempre, qué hacemos? ¿O acaso la elegimos porque es la única manera de evitar que las facciones en que se divide la sociedad se maten? Pregunto esto porque lo de no matarse estaría bastante cerca de dejar de funcionar. ¿La democracia consiste en votar cada dos años y que quien gana haga lo que se le cante hasta que pierda? ¿Es necesario escucharnos? ¿Dialogar? ¿Podemos cambiar de opinión?

Yo creo que la democracia es el mejor sistema para tomar decisiones que nos afectan colectivamente porque confío en que la deliberación entre personas que tienen intereses públicos radicalmente distintos puede acercarnos a mejores soluciones. Es posible que una persona sola también pueda hacerlo, pero hay más chances de que ocurra si todas las que podrían verse afectadas por la decisión pueden participar y si (esta es la clave) se produce una deliberación real.

Esto no implica en absoluto dejar de lado los principios o la ideología, o tener que debatir en un cono de silencio con formalidades iluministas mientras comemos masas finas. Para nada. Podemos (debemos) tener discusiones profundas y decir todo lo que haya que decir para despejar prejuicios, apelaciones emotivas, incongruencias lógicas. Pero hay una cosa que, en democracia, no podemos hacer: dejar de escucharnos.

No es que haya un cartelito formal que así lo indique ni se trata de un imperativo moral. Nada de eso. Es solo una cuestión lógica: si dejamos de escucharnos, no tiene sentido que digamos que hemos elegido a la democracia como el mejor sistema para resolver nuestros desacuerdos morales, políticos e ideológicos más profundos. ¿Por qué? Porque es imposible deliberar sin escucharse. Y escucharnos (este es el engaña pichanga contra el fundamentalismo) implica reconocer a las demás personas como seres cuyas preferencias merecen igual consideración que las nuestras. Nadie debate con su esclavo, decía un buen profesor.

Es lo que, sin ninguna pompa académica, dijo Ricardo Darín dos días después del atentado contra la vicepresidenta en el Festival Internacional de Cine de Venecia en el marco de la presentación de “Argentina, 1985″, la película de Santiago Mitre sobre el Juicio a las Juntas. “Es importante revisar cuál es la violencia propia, la interna. Qué es lo que nos pasa a nosotros por dentro. A veces, sin darnos cuenta, podemos contribuir a esa violencia generalizada. Si uno tiene sensibilidad humanista, el primer deber es tratar de ponerse en el lugar del otro”.

¿Se puso el presidente en el lugar de quienes no militan sus mismos ideales políticos? ¿Se puso la presidenta del PRO en el lugar de Cristina Fernández? Esto es lo que no tenemos y necesitamos, con urgencia, como el aire que respiramos, para coexistir. Si no fue obvio hasta ahora, ya es hora de que lo sea. Los amagues de sentarse a dialogar deben hacerse realidad. Y esto es así incluso para quienes creen que Fernando Sabag Montiel y Brenda Uliarte son dos “loquitos sueltos” y que no hay ningún trasfondo político. ¿Por qué? Porque si esa bala hubiera salido estaríamos muy probablemente al borde de una guerra civil.

El fundamentalismo viene siendo un buen negocio en lo individual. Lo saben muchos antikirchneristas que saltaron las vallas ideológicas en redes sociales para ejercer el método Darín con Cristina Fernández y fueron insultados por sus seguidores. Pero, en lo colectivo, dejar de escucharnos siempre es mal negocio, pues solo puede conducirnos a la autodestrucción.

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