¿Adiós a la Pax Americana?

Ante un escenario que muestra a una China, una Rusia y un Irán con ambiciones imperiales regionales y/o globales, ¿qué país o qué alianza desprovista del liderazgo norteamericano podría efectivamente enfrentarlos?

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Vladimir Putin y Joe Biden, presidentes de Rusia y Estados Unidos (Saul Loeb/Pool via REUTERS)
Vladimir Putin y Joe Biden, presidentes de Rusia y Estados Unidos (Saul Loeb/Pool via REUTERS)

La ofensiva rusa sobre la región de Donbass es mucho más que un ataque a la soberanía de Ucrania. Es un acto de agresión contra el orden mundial de la posguerra fría. Este ordenamiento global encuentra su origen décadas atrás.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Washington y Moscú se unieron para enfrentar a la Alemania nazi. Esa curiosa alianza entre el máximo exponente del capitalismo global y el principal promotor de la revolución proletaria internacional fue, en la caracterización del académico John MacMahon, un matrimonio de conveniencia afectado por la sospecha y la rivalidad desde su nacimiento. Con la derrota del nazismo, creció la mutua percepción adversaria entre estas dos potencias dispares. En un famoso memorando, conocido como “el telegrama largo” de febrero de 1946, el encargado de negocios en la embajada de Estados Unidos en Moscú, George F. Kennan, señaló que el desprecio soviético por el capitalismo y la democracia norteamericana era inmutable, advirtió que una política de apaciguamiento sería estéril y aconsejó a Washington afirmarse ante la expansión del poder soviético.

Los gobernantes estadounidenses percibieron que el verdadero poder de Moscú yacía no tanto en el tamaño de su ejército y arsenal militar, sino en su capacidad de exportar el comunismo hacia otras regiones del mundo. La Unión Soviética podía expandir su influencia global y socavar el posicionamiento de Estados Unidos, aun sin disparar un solo tiro en su contra. Ese reconocimiento de la amenaza real soviética no significó, sin embargo, un desconocimiento de su amenaza militar, a punto tal que apenas cuatro años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, se creó la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Establecida en abril de 1949 como una alianza de defensa occidental, tenía por objetivo “mantener a los estadounidenses adentro, a los soviéticos afuera y a los alemanes abajo”, como MacMahon recuerda que se dijo entonces poco diplomáticamente. La Guerra Fría pronto cruzó las fronteras europeas e impactó en Asia, Medio Oriente, África y América Latina.

Para comienzos de la década de 1990, la Guerra Fría había concluido, con el impresionante desmoronamiento de la URSS. Advino una nueva era signada por la influencia global estadounidense, la única nación con capacidad militar, política, económica y diplomática de inclinar la balanza considerablemente en cualquier conflicto en cualquier parte del mundo. En un ensayo publicado a fines de 1990 en Foreign Affairs, el analista político Charles Krauthammer definió a la fase geopolítica emergente como “el momento unipolar”. Con precisión profética, escribió: “La característica más impactante del mundo de la posguerra fría es su unipolaridad. Sin dudas, la multipolaridad vendrá con el correr del tiempo. Quizás dentro de una generación aproximadamente habrá grandes potencias co-iguales con los Estados Unidos, y el mundo se parecerá, en estructura, a la era previa a la Primera Guerra Mundial. Pero no estamos allí todavía. Ahora es el momento unipolar”.

Estados Unidos como el único garante de la estabilidad global, heredando el rol del imperio británico de antaño, ejerciendo poder duro y blando con el propósito de preservar la democracia liberal, la paz mundial y el comercio internacional era ahora una realidad. La tarea era desafiante, pero no muy costosa: con un presupuesto en defensa del “5.4% del Producto Bruto Nacional y en caída no es para nada exorbitante”, indicaba Krauthammer (hoy representa el 3.7% del PBN).

Pero no todos aprobaban que Washington ejerciera ese papel, despectivamente tildado de “sheriff global”. Dentro y fuera de Estados Unidos, muchos criticaron el ejercicio del poder unipolar norteamericano, particularmente durante el gobierno del presidente George W. Bush entrado el siglo XXI. Hubo una época no muy lejana, incluso, en la cual se mencionaba a Japón, Alemania, Brasil y otras naciones económicamente fuertes como legítimas candidatas al podio de la multipolaridad. Quienes así pensaron, confundieron poder económico con poder político-militar de proyección internacional, pero la moda duró por cierto tiempo. A lo largo de un proceso que cruzó las administraciones de Barack Obama y Donald Trump, Washington pareció complacer a los cuestionadores del ejercicio crudo del poder norteamericano, al replegarse ante ciertos conflictos (Obama en Siria y Libia) y embanderarse en la consiga aislacionista y antiglobalista del America First (Trump).

Si la Administración Biden profundizara la tendencia y EE.UU. abandonara su misión esencial, entonces: ¿quién estaría llamado a preservar el orden mundial? ¿Las Naciones Unidas, que ha incorporado a Irán y a Venezuela en su Consejo de Derechos Humanos? ¿La Unión Europea, que no puede comprometerse a aportar el 2% de su economía continental a su propia defensa colectiva? ¿Algún país o algún líder puntual? ¿La Gran Bretaña de Boris Johnson, si es que él no está de juerga? ¿La Francia de Emmanuele Macron, que acaba de anunciar su retirada militar de… Mali? ¿La Alemania del novato Olaf Scholz? Joe Biden no es un león, pero su respuesta a la amenaza de Vladimir Putin estuvo a la altura de las circunstancias, aun cuando no haya podido evitar la invasión a Ucrania. Ante un escenario que muestra a una China, una Rusia y un Irán con ambiciones imperiales regionales y/o globales, ¿qué país o qué alianza desprovista del liderazgo norteamericano podría efectivamente enfrentarlos?

“La estabilidad internacional nunca está asegurada. Nunca es la norma. Cuando se la alcanza, es el producto de una acción auto-consciente por parte de las grandes potencias, y muy particularmente de la más grande de ellas, que por ahora y el futuro predecible es Estados Unidos”, anotó Krauthammer en el artículo ya citado de 1990. Y observó: “Si Estados Unidos quiere estabilidad, tendrá que crearla. El comunismo está de por cierto terminado; el último de los credos mesiánicos que han acechado este siglo [XX] está bastante muerto. Pero constantemente habrá nuevas amenazas que perturbarán nuestra paz”.

Hoy Vladimir Putin está desafiando la tan odiada Pax Americana. Esperemos que no llegue el día en que la añoremos con pesar.

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