Las enseñanzas del futuro

Para organizar el futuro del país y en la medida de lo posible, resolver los males heredados del pasado, el Gobierno debería disponer de una estrategia, una doctrina, y un programa

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El presidente Alberto Fernández
El presidente Alberto Fernández

Los países normales transitan generalmente períodos con algunos conflictos puntuales, en el marco de sólidas estabilidades consensuadas por medio de definiciones sobre rumbos estratégicos. Argentina es diferente, bastante más compleja y difícil, con conflictos casi permanentes y con rumbos demasiado cambiantes. Sus periódicas crisis son administradas utilizando una agenda que se genera principalmente a partir de encuestas de opinión. Pero para gobernarla seriamente, es decir, para organizar el futuro del país y en la medida de lo posible, resolver los males heredados del pasado, debería disponer de una estrategia, una doctrina, y un programa, de algún modo acordado mayoritariamente, ya que si es impuesto sólo por una mayoría escasa, es muy probable que finalice en nuevas crisis.

El actual gobierno, al igual que el anterior, se conformó como una coalición electoral, con visibles diferencias históricas y de criterios internos. No es un secreto que hay sectores del actual oficialismo que se llevan bastante bien con ciertos sectores de la oposición y les gustaría acordar políticas de estado entre ambos, aun manteniendo sus propios enfoques. Sin embargo la voz cantante (al menos mediáticamente) en ambas coaliciones la llevan los sectores ubicados en sus respectivos polos opuestos. Para mantener esa artificial polarización suelen utilizar, en ambos casos, argumentos bastantes extremistas: desde la oposición, acusando al gobierno de “infectadura” o “vamos camino a Venezuela”, así como, desde cierto sector del oficialismo, acusan a opositores de “odiadores psiquiátricos y asesinos seriales”. Cuanto más absurdo el argumento mejor es su efectividad polarizadora. El fino manejo de las redes sociales y la cuantiosa utilización de fake news, por ambos bandos, elevan el nivel del fanatismo de los polos opuestos, lindante en el odio clasista. Enmascarado detrás de esa maniobra se verifica el evidente “negocio político” de los dos grupos.

El presidente AF proclama tener una política amplia y de consulta con todos, pero en la práctica, la agenda está manejada, real y mediáticamente, por prioridades que no son las populares, sino de los intereses de los que transitan profesionalmente en la política. Tanto el kirchnerismo como el macrismo impulsan habitualmente propuestas políticas irreconciliables, cuyo interés se encuentra casi exclusivamente en los sectores más politizados. La realidad popular, la de los excluidos, los trabajadores y la mayoría de la clase media, pasa por otros lugares más tangibles. La imagen que da el espectáculo de la política, es que el país está conducido por dos personajes antagónicos, que simultáneamente gozan, en las encuestas de opinión, de los mayores porcentajes de rechazo. Un típico grotesco del sainete criollo.

Las propuestas de designaciones de nuevos funcionarios y las iniciativas político electorales de mayor incidencia futura están actualmente a cargo de la ex-presidenta, reconocida por su innegable astucia. Considerando su extremo realismo y pese a su postura “oficial” a favor del garantismo, que seguramente no representa cabalmente sus íntimas creencias personales, CFK está alentando, atendiendo a la inquietud colectiva de la grave inseguridad ciudadana, al Tte. Cnel. Médico Sergio Berni a desarrollar una estrategia retórica “dura” contra el delito, en orden a posicionarlo como un candidato potable para la PBA. Como posiblemente la situación económica no mejore demasiado en estos tiempos de altas restricciones presupuestarias, una fuerte imagen frente al delito podría ser un buen argumento electoral. Sería una buena táctica electoralista pero una pésima estrategia, ya que no atacaría realmente las causas de la inseguridad sino a sus obvias manifestaciones. Si fracasa esta movida en el bastión kirchnerista de la PBA/GBA, el triunfo del 2019 podría convertirse en un sueño de una noche verano. No debemos olvidar que hasta los narcotraficantes reemplazan hoy al estado en muchos barrios carenciados como ordenadores sociales y garantes del cumplimiento de la cuarentena.

Los históricos actores políticos (el justicialismo y el radicalismo) y los sectores sociales (empresariado, sindicalismo y movimientos sociales) no aparecen como los protagonistas centrales de esta situación particular de la Argentina, pese a que los principales problemas actuales son de origen social y económico. La evolución de la agenda es conducida emocionalmente por los sectores duros o ultras y no por la racionalidad de la política más elemental, que debería estar en clara sintonía con la agenda popular. El pueblo de a pie, cansado de tanta “guerra” inútil, quiere que el Gobierno atienda centralmente la búsqueda de las soluciones para los problemas acumulados desde hace décadas: 50% de pobreza, creación de empleo genuino, crecimiento económico, desempleo tecnológico, restricción externa, deuda externa, inseguridad, educación, …. . Y debería hacerlo en el marco de mínimas coincidencias con todos los estamentos de la vida nacional.

El peronismo no aparece en la escena política, por lo que no puede mostrar lo único que le quedó como propio: su doctrina. Las actuales limitaciones doctrinarias de algunos de los dirigentes montados sobre las estructuras partidarias, condicionan la necesaria riqueza que debiera tener un serio debate sobre el futuro del país. La desorientación conceptual del PJ se reveló una vez más por el Zoom “doctrinario” entre el PJ y el PC chino, un verdadero ridículo ya que sus raíces conceptuales, culturales e históricas son diametralmente opuestas; continuando con la misma desorientación doctrinaria de otras épocas, cuando varios sectores internos (casualmente cuando estaban temporalmente a cargo del gobierno) adhirieron a las terminales mundiales socialdemócrata, socialcristiana, liberal, y castro-chavista. Olvidan lo que sabiamente decía el sociólogo Rodolfo Kusch, que el saber siempre está situado; que sin identidad no hay rumbo. Los países tienen intereses comerciales, industriales, geopolíticos, y pueden negociar alianzas en ese sentido, sin ninguna necesidad de “adherencias” ideológicas.

Tampoco el radicalismo actúa de acuerdo a sus principios generales, quedando permanentemente detrás de los acontecimientos políticos que genera el PRO. Un poco producto de la pandemia y de la cuarentena, la confusión generalizada también arrastra a diversos sectores sociales (empresarios y sindicalistas) hacia la inmovilidad política. Inclusive el mismo gobierno aparece como si estuviese un paso detrás de los acontecimientos, que adquieren una dinámica propia. Se podría pensar que los medios de comunicación amplificando a los dos polos personalistas generan una agenda ampliada, a la que los sectores más racionales solo atinan a seguir, como pueden.

Para esta posmodernidad no existe el pasado racionalmente pensado, que queda en manos de historiadores académicos. El futuro se analiza poco, con el esquivo argumento, que sólo es una tendencia incierta. Por eso todos los actores operan sobre el presente, en el cual los políticos están sujetos a las tensiones mediáticas y de las redes sociales. No hay continuidad de las esencias y de las raíces, por lo que se pierde el rumbo definido desde inteligencia conceptual, desde la identidad. El análisis profundo se margina en pos de lo urgente o anecdótico, y todo culmina con la manipulación de las expectativas, las que se acomodan de acuerdo a los resultados de las encuestas. Un ciclo que no tiene dirección ni rumbo previsible.

La irrupción del COVID-19 desnudó la realidad social y económica, donde la salud, así como la vivienda, las aglomeraciones precarias, y el trabajo sin empleo fijo, son los sustratos sobre los que se desarrolla y se difunde la pandemia. Lo que se pudo salvar en vidas con la instrumentación de la cuarentena criolla, difícilmente pueda salvarse en el futuro cercano del grave desmoronamiento social, lleno de pobrezas y quebrantos económicos. Frente a esta tempestad inesperada, el Presidente apeló a su lógica humanista; pero tal vez en lugar de confiar exclusivamente en las recomendaciones del grupo inicial de infectólogos, hubiese debido consultar con mayor anticipación a un más amplio espectro de consejeros, tal como lo hizo cuando ya nadie respondía a las consignas gubernamentales.

El pueblo se fue cansando de una cuarentena tan prolongada ya que los comportamientos sociales responden en el 98% de los casos a las necesidades de supervivencia, pero también a sus identificaciones con el espíritu nacional. Todo ataque indiscriminado a dichos comportamientos, ya sea por incapacidad para resolver problemas, o por oportunismo político, generan innecesarios antagonismos. Pese al miedo (o pánico) instalado por un lado y al malestar social por situaciones de injusticia, es urgente comenzar a transitar una agenda con prioridades que atiendan las necesidades populares. Para transformar el país y lograr un camino al desarrollo, hay que impulsar las inversiones en capital físico y humano, enfocado a la creación de empleo para todos. Para llegar a este rumbo correcto se debería crear primero un clima de confianza que permita pensar en el largo plazo. Poco podrá avanzarse en un clima de enfrentamientos internos y sin rumbo claro. Un mix de consumo y de inversión, correctamente enmarcada por un planeamiento estratégico consensuado permitirá lograr una cierta pax social y política, para beneficio de todos los sectores sociales y todos los sectores políticos. El camino al desarrollo (instalado oportunamente en el pensamiento colectivo argentino por la dupla Frondizi-Frigerio) es mucho más complejo que una simple reactivación económica y necesita mínimos grados de confianza.

Creativas y novedosas coaliciones, favorables a establecer una nueva unidad nacional, podrían organizarse por consenso si se pudiese fusionar los conceptos emergentes de los principales movimientos políticos de nuestra historia: 1) la creación de una nueva Nación soberana, lograda por la Revolución de Mayo y la Declaración de la Independencia; 2) la Generación del 80 permitió desarrollar internamente un fuerte espíritu y empuje emprendedor logrado mediante inversiones, creatividad, tecnología e innovación; 3) el período yrigoyenista expandió el republicanismo y la incorporación de las clases media a la vida política, social y económica; 4) el peronismo extendió y aseguró una mayor la justicia social entre los sectores más humildes. 5) Argentina tiene, lamentablemente, desde hace décadas, una geopolítica cero. Por ello debe agregarse a los cuatro puntos anteriores, el encontrar un rumbo estratégico mediante un correcto análisis geopolítico, que potencie todas las capacidades y recursos nacionales.

Nuevas propuestas políticas que concilien estos cinco conceptos en un nuevo modelo de desarrollo, con eje en la eficiencia social, deberían ser la base para el logro de mayores niveles de confianza interna, lo cual cambiaría radicalmente la imagen externa de nuestro país, y aseguraría su repotenciación mediante fuertes inversiones internas y externas.

Finalmente deberíamos aprender del análisis de los escenarios futuros posibles; atendiendo a las realidades globales y nacionales. El viento de cola favorable no vendrá en estas épocas del precio de las commodities sino de las tempestades de la geopolítica global. Habrá que estar también a la altura de esos acontecimientos para no perder una nueva oportunidad que nos brinda la historia.

El autor es analista de temas geopolíticos