Por qué es tan importante estudiar las religiones

Lejos de haber desaparecido, continúan ejerciendo una gran influencia en la política doméstica como en las relaciones internacionales

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Jair Bolsonaro durante la Marcha por Jesús (REUTERS/Adriano Machado)
Jair Bolsonaro durante la Marcha por Jesús (REUTERS/Adriano Machado)

Una conocida anécdota sostiene que cuando en la década de 1940 le mencionaron a Jospeh Stalin una opinión del Papa de aquel entonces, el líder soviético preguntó cuántas divisiones tenía el ejército del Vaticano. Cuatro décadas más tarde, Juan Pablo II jugaría un rol clave en el desmembramiento del bloque soviético. Como muestra este ejemplo, lejos de haber desaparecido, las religiones continúan ejerciendo una gran influencia tanto en la política doméstica como en las relaciones internacionales.

Iván Petrella, autor de Dios en el siglo XXI, señala: “Es imposible comprender la dinámica interna y externa de India sin entender la interpretación particular que Narendra Modi le da al hinduismo. Es imposible entender Turquía o Indonesia sin entender el islam. Vladimir Putin recientemente cambió la constitución rusa y entre otras cosas fortaleció el lugar de la Iglesia Ortodoxa Rusa como sostén de la nación”.

Uno de los motivos que explican esta influencia es el apoyo que numerosas instituciones religiosas le han brindado a una nueva generación de líderes conservadores. Agrupaciones musulmanas como Milli Gorus son por ejemplo una de las principales fuentes de apoyo con las que cuenta Recep Erdogan en Turquía, mientras que el gobierno de Benjamin Netanyahu ha logrado mantenerse en el poder en parte gracias a la alianza que estableció con partidos judíos ortodoxos y conservadores. Por otro lado, Putin ha tejido una sólida alianza con la Iglesia Ortodoxa mientras que Donald Trump y Jair Bolsonaro hicieron lo mismo con el movimiento evangélico.

Dada la importancia que el fenómeno evangélico ha alcanzado en nuestro continente, me detendré un momento a analizarlo. A fines de los 1970 este movimiento comenzó a cambiar la política de los Estados Unidos al brindarle su apoyo al Partido Republicano y moverlo, bajo el liderazgo de Ronald Reagan, hacia la derecha. A partir de ese entonces los evangélicos se transformaron en la base electoral más sólida y confiable con la que cuentan los republicanos. Algo similar ocurre en Brasil, donde los evangélicos (que ya representan aproximadamente una cuarta parte de la población) se han convertido en uno de los pilares sobre los que se sostiene el gobierno de Bolsonaro.

Como lo muestra el caso de Brasil, en las últimas décadas América Latina no se secularizó sino que experimentó una migración de fieles desde el catolicismo hacia las iglesias evangélicas. Lo que estamos observando ahora es el impacto político de esa transición, que no sólo se esta dando en Brasil sino también en países como Bolivia o Colombia. Efectivamente, y en parte debido a su cohesión y enorme capacidad organizativa, los evangélicos están impulsado con éxito una agenda que tiende a ser conservadora en lo social y liberal en lo económico.

Como es sabido, Medio Oriente es otra región del mundo en donde la religión juega un rol protagónico. Si bien allí existe una gran cantidad de intereses y los Estados continúan defendiendo sus intereses en el ámbito internacional, las diferencias y afinidades religiosas (recordemos, por ejemplo, las posiciones de chiitas y sunitas) nos ayudan a entender tanto sus realidades internas como su comportamiento externo.

¿Pero de qué manera las religiones influyen sobre la política exterior? Estas suelen tener una concepción realista sobre las relaciones internacionales, lo cual significa que si bien aceptan la existencia de conflictos entre naciones han buscado alcanzar la paz a través de los equilibrios. Tampoco se hacen ilusiones respecto a la posibilidad de crear un paraíso en la tierra. Este realismo las ha llevado a jugar un rol más moderado y constructivo en el sistema internacional del que muchos suponen. Al menos si lo comparamos con el de algunas de las principales ideologías del siglo XX, como son el marxismo y el nacionalismo.

Esta concepción en parte es el resultado del pensamiento de San Agustín, que en su obra La ciudad de Dios postula que junto a la aspiración a vivir en un mundo celestial, cercano a Dios, los individuos debemos convivir con las duras realidades que existen en la ciudad de los hombres. De esta manera, San Agustín se muestra escéptico respecto a la posibilidad de alcanzar una paz perpetua. Si bien en el plano personal los cristianos deben rechazar la violencia, cree que ante una amenaza externa deben actuar en defensa de ellos y de sus pueblos -en la medida en que esta acción sea autorizada por la autoridad legítima.

El pensamiento de San Agustín ha influido en numerosos políticos progresistas. Este es el caso de Barack Obama, cuya política exterior en parte fue moldeada por los escritos del teólogo protestante Reinhold Niebuhr, un estudioso de las relaciones internacionales y un seguidor de San Agustín. En la concepción de Obama, como también en la del papa Francisco, las religiones pueden facilitar el diálogo entre las sociedades y tender puentes entre los Estados. Este de hecho es un aspecto del mensaje religioso moderno, alejado en gran medida de las luchas religiosas del pasado, que puede fortalecer la colaboración internacional.

En definitiva, y contrariamente a lo que numerosos intelectuales pregonaron durante décadas, hoy la religión sigue importando. En su último libro, Dios en el mundo moderno, la socióloga Marita Carballo nos brinda un dato revelador: el 80% de la población mundial cree en Dios y el 65% sostiene que la religión juega un rol importante en sus vidas. Si no estudiamos las religiones, no entenderemos el mundo en donde vivimos.

El autor es secretario general del CARI y global fellow del Wilson Center