Macri quiere volver sin autocrítica: por qué es una mala idea

Compartir
Compartir articulo
infobae

De a poco va dejando el largo período de vacaciones. Mauricio Macri está empezando a volver al ruedo político y no habría abandonado completamente la idea de ser candidato. ¿A presidente en 2023?

No son sus rotundos fracasos en las promesas electorales de 2015 (pobreza cero, inflación de un dígito, lluvia de inversiones) los que inclinan el platillo de la balanza, sino el 41 por ciento de las presidenciales de octubre y su exitosa “larga marcha” proselitista por el interior que contribuyó a esa notable recuperación luego de la debacle de las primarias de agosto.

Una duda: ¿Cambiemos puede ser alternativa de poder al peronismo llevando como candidato al presidente que perdió y fracasó tan estrepitosamente en su gestión económica?

Otra duda: ¿Cambiemos puede conformar una oposición eficiente y útil a la sociedad para evitar desviaciones del gobierno actual cuando todavía no hizo la más mínima autocrítica de sus garrafales errores políticos, de gestión y comunicación?

Para los expertos en comunicación que creen que sin una autocrítica Cambiemos o Juntos por el Cambio difícilmente pueda volver a ser alternativa de gobierno, y para aquellos que ven cómo la oposición al peronismo está muda en los temas económicos más preocupantes de la gestión del presidente Alberto Fernández, la respuesta es amarga: “En la última Mesa Directiva del PRO, con Patricia Bullrich, Cristian Ritondo, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, entre otros, Macri habría pedido no hacer autocríticas, sino mirar para adelante”, reveló el politólogo y periodista Claudio Chiaruttini en la edición de anoche de “La Hora de Maquiavelo”.

Según Chiaruttini, no estaría habilitándose ninguna clase de debate interno en el PRO para elaborar el fracaso de su gestión nacional y mostrarse como una alternativa política capaz de superar su propia incapacidad.

Solo aparecen algunas voces aisladas, como este fin de semana la del intendente de Vicente López, Jorge Macri, que criticó a su primo por haber elegido a Marcos Peña como jefe de Gabinete, en lugar de colocar en ese cargo clave a alguien con más experiencia política.

Mientras tanto, el propio Peña también está de vuelta de vacaciones y dedicado a competir exportando consultoría de campaña electoral con su propio maestro, el ecuatoriano Durán Barba.

Pero la autocrítica, el mea culpa o la admisión de error no son actos religiosos de contrición y humildad, ni gestos de rendición ante los rivales que quieren ver a su víctima agonizando políticamente: son herramientas de comunicación claves que, si no se aplican, resultará imposible recuperar credibilidad alguna después de una crisis tan grave como la debacle económica en la que terminó la presidencia de Macri.

El ex Presidente desaprovechó la única cadena de TV que sostuvo, a modo de balance de despedida, en noviembre del año pasado. En esa oportunidad sorprendió a propios y extraños culpando de su fracaso económico exclusivamente a la sequía de 2018: en este lugar de esta columna debería venir ese emoticón del hombrecito o mujercita golpeándose la frente con la palma de la mano...

Un ejemplo del discurso de apertura de sesiones del Congreso del presidente Alberto Fernández que no debía haber quedado sin una respuesta muy contundente por parte de la oposición y anterior gobierno es el capítulo deuda. Fernández oficializó en esa importantísima alocución el relato oficial: la deuda se tomó para que los amigos del gobierno fugaran esos dólares y dejaran las deudas al pueblo.

El silencio de la oposición ante tan rocambolesca construcción termina siendo una admisión de culpa: arrésteme, sargento, y póngame cadenas.

No alcanza que algunos economistas salieran por algunos medios a explicar que el dinero es fungible, que la fuga de capitales -al igual que durante el kirchnerismo- se produjo por la enorme desconfianza en la política económica argentina, y que el gobierno de Macri contrajo la deuda para poder financiar el monumental déficit fiscal que heredó del propio kirchnerismo y para pagar aún más planes sociales, jubilaciones y empleo público, a falta de una política económica que los hiciera innecesarios.

Evidentemente alguien le vendió a Macri que financiándose con deuda y no emitiendo billetes directamente bajaría la inflación, aunque ya los economistas advertían por entonces que eso no sólo no bajaría la inflación, sino que llevaría al desastre al que llevó.

Claro, explicar esto implica ir un paso más: el PRO debería admitir que la deuda se tomó porque era la única forma de que funcionara el “gradualismo”, por lo tanto Macri y su equipo tendrían que abdicar de gradualistas, cuando aún hoy siguen sosteniendo que no tenían otra alternativa política.

Y esta admisión llevaría al siguiente paso, que sería reconocer que no escucharon y hasta despreciaron a los que con las mejores intenciones sostenían a los gritos que el dilema no era “gradualismo o ajuste”, sino reformas estructurales profundas, y que para lograrlas no hacía falta ningún “ajuste sangriento” -como el que finalmente hicieron los mismos mercados a partir de abril de 2018- sino otra cintura política y otra estrategia de comunicación. Quizás también otro equipo de gobierno.

¿Le podría recomendar Peña a Macri -ese cordón umbilical todavía no se cortó- “tenés que admitir que yo no servía para el cargo”?

Pero esta autocrítica no solo le puede servir a Mauricio Macri para -en una de esas- poder volver a ser presidenciable algún día. También la necesita toda la oposición del hoy Juntos por el Cambio para recuperar la credibilidad en el mayor de todos los problemas que aquejan a la Argentina: la crisis económica crónica.

La necesita la sociedad argentina en su conjunto para que se instale un diagnóstico realista de qué es imprescindible hacer en materia económica, social y política para que la Argentina corte con estos 80 años de decadencia continua.

Y, aunque quizás le cueste hoy verlo, también lo precisa el presidente Alberto Fernández: tener el diagnóstico correcto le facilitaría ahora, que es su momento de mayor poder, tomar las decisiones correctas para una crisis -que heredó- y que parecería no encontrarle aún la solución.