Sueños de grandeza o la grandeza de los sueños

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Sigmund Freud planteaba que la humanidad habría recibido tres heridas narcisistas. La primera a través de Copérnico, al demostrarnos que no éramos los dueños ni el centro del universo. La segunda a partir de la teoría de Darwin, al hacernos caer en la cuenta de que tampoco éramos la cúspide de la creación, sino apenas un vertebrado más en la cadena alimenticia. La última afrenta al ego humano la propondría el mismo Freud, al exponer que ni siquiera somos dueños de nuestra mente y asegurar: “El Yo ya no es amo en su propia casa”.

En el año 1899, en el noveno Bezirk (distrito) de la ciudad de Viena, en su departamento de la calle Berggasse 19, Freud saca a la luz el libro La interpretación de los sueños, donde introduce el concepto del Yo. Desde allí plantea que los sueños son una realización alucinatoria de los deseos, y que a partir de su estudio científico somos capaces de acceder al inconsciente, para entonces ayudarnos a explicar la génesis de las fobias, neurosis e ideas obsesivas.

En ese mismo momento, en el mismo distrito de la ciudad de Viena, apenas cruzando la calle en Berggasse 6, otro hombre escribía un libro que editaría en 1902. En su obra Altneuland- La Vieja Nueva Tierra, Theodoro Herzl describía su sueño: la creación de un Estado judío. Herzl sueña con un Estado donde podrían reunirse todas las juderías dispersas del mundo acosadas por la constante persecución antisemita. Un moderno y creciente Estado judío donde la tecnología, la ciencia y el desarrollo de la academia fueran de excelencia, donde el puerto de Jaffa abriría las puertas a todos aquellos que quisieran construir una sociedad diversa, justa y cosmopolita. Una tierra donde resurgiría milagrosamente el olvidado y antiguo idioma hebreo, así como se incluiría e integraría a la vez, en plenos derechos, a la población árabe. Cincuenta años antes de la creación del Estado de Israel, Herzl lo soñaba y aseguraba: “Si lo queréis, no será solamente un sueño”.

El Premio Nobel de la Paz Elie Wiesel imagina en uno de sus relatos un encuentro entre Herzl y Freud, donde Herzl hubiera dicho: “Doctor Freud, tengo un sueño. Un sueño que me atormenta y no me permite dormir de noche. Me siento atravesado por este sueño y no sé qué hacer”. Freud entonces hubiera respondido: “Venga, don Theodoro, recuéstese en el sofá y vamos a trabajar ese sueño. Lo voy a atender y lo voy a curar de ese problema que usted tiene”. Desde la ironía, Wiesel agradece que ese encuentro nunca haya sucedido. Freud lo hubiese psicoanalizado, sanado de su trauma, y nosotros no tendríamos ningún Estado de Israel.

Claramente, desde el psicoanálisis la interpretación del sueño no va en detrimento de los sueños. Si bien la posición de Freud en relación al proyecto sionista fue en sus comienzos ambigua, jamás renunció a su herencia judía, siendo incluso miembro del consejo de administración de la Universidad Hebrea de Jerusalén a instancias del Dr. Jaim Weitzman, primer presidente del Estado hebreo y promotor de la enseñanza oficial del psicoanálisis en Israel.

Nuestros sueños son imprescindibles, marcan el destino, el rumbo y además, son la gasolina para el viaje. Son el aire fresco que renueva convicciones, y que nos hace saber que no debemos estar conformes con lo que somos, sino ir por todo aquello que podemos llegar a ser.

Podemos estar meses soñando y diseñando unas vacaciones, pero no nos regalamos un día para soñar y diseñar una vida. Tal como dice Mario Benedetti: “Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo”.

Solemos dejar nuestros sueños dormidos y sólo pelear contra lo que nos atropella. El rabino Sacks nos enseña la diferencia entre la vida del “Vaiehi” (y sucedió), y la vida del “Iehi” (que suceda). Los sabios del Talmud notaron que cada vez que un párrafo de la Biblia comienza con la palabra “Vaiehi” inmediatamente ocurre en el relato siguiente algún problema. Cuando simplemente permitimos que las situaciones nos “sucedan”, que la vida nos pase, entonces dejamos de vivir nuestra propia vida.

La vida del “Iehi” es distinta. En la creación Dios dice “Iehi Or”- “que suceda la luz”, y crea el Universo. Es la diferencia entre una vida vista como una acumulación sistemática de casualidades en la que sólo vamos atajando penales, y otra en la que somos nosotros quienes soñamos y diseñamos esa vida y el destino.

El texto de esta semana nos cuenta acerca de la historia de Iosef, el hombre de los sueños. Iosef soñaba sueños de grandeza, se veía en la cima, rodeado del sol, la luna y las estrellas. Se soñaba liderando, cambiando la historia. Pero Iosef no había comprendido aún que no alcanza con tener sueños. Los sueños son el combustible y el destino, pero es necesario un GPS, una estrategia, una ruta, para hacerlos realidad.

Iosef es demasiado impaciente. Falto de tacto, impreciso al hablar y desde la tierna soberbia de la juventud, no mide a quienes hiere en el camino. La falta de estrategia para alcanzar lo que sus sueños le susurran, lo lleva al destierro, la cárcel, la distancia, la soledad y el olvido. Es entonces, desde el pozo de su angustia, que descubre que para alcanzar los propios sueños, debemos incluir a quienes nos rodean. Que otros sueñen también nuestro sueño. Pero antes debemos ser parte de la realización del sueño del otro. Desde ese momento, Iosef se transforma y comienza a interpretar y ayudar en los sueños, desde los del último panadero en la prisión más oscura, hasta los sueños del mismísimo Faraón de Egipto. Es recién entonces, cuando sus sueños se hacen realidad.

Martin Luther King dijo: “I have a dream”, “Yo tengo un sueño”. Pero logró que ese sueño no sea sólo suyo. Se transformó en la voz del sueño de millones de hombres y mujeres que buscaban un mundo con mayor igualdad, con libertad para ejercer la propia identidad, sin barreras ni vergüenzas. Un mundo que deje atrás el oscurantismo de la discriminación, el racismo y la falta de derechos. En su sueño llevaba los sueños de tantos de nosotros. Más tarde, John Lennon diría: “Un sueño que sueñas solo, es sólo un sueño. Un sueño que sueñas con alguien, es una realidad”.

Sueños y destinos. Estrategia y caminos. Sin embargo, hace falta una última pieza: el punto de arranque. Dice Sartre: “Soñar en teoría es vivir un poco, pero vivir soñando es no existir”.

El gran Maestro Jasídico del siglo XVIII Menajem Mendel de Kotzk, el “Kotzker Rebe”, analiza un texto del exégeta francés Rashi, quien vivió 800 años antes que él. Rashi nos enseña por qué el suegro de Moisés se llamaba Yitró. Ese nombre proviene de la palabra hebrea “Yeter” que significa “agregar, o sumar”. Según Rashi, Yitró lleva ese nombre porque sumó, agregó un párrafo brillante a la Torá, en el momento en el que instruye a Moisés acerca de la importancia de delegar, de formar gente y de transmitir su experiencia y su espíritu a otros. Ese consejo derivará en un proceso de mejor institucionalización de la administración, la educación y la justicia.

Sin embargo, el Kotzker Rebe nota que Rashi se saltea en su texto las primeras palabras de Yitró hacia Moisés. Yitró, antes de su consejo, le dice: “Lo que vos haces no está bien” (Éxodo 18:17). ¿Por qué Rashi no menciona esta crítica? Nos enseña el Kotzker que no podemos ser sistemáticos hacedores de cuestionamientos, dueños del juicio a otros y de la crítica. Eso es justamente lo que jamás agrega nada. Siempre encontraremos alguna justificación para no hacer lo que tenemos que hacer, o para encontrar responsabilidades en algún lugar y, entonces, no cambiar nada.

Más que autores de críticas y creadores de conflictos, debemos ser generadores de soluciones y realidades, ser hacedores de respuestas. Lo que agregó Yitro a la Torá no fue la crítica del principio, sino la solución posterior. El último paso para que finalmente los sueños se hagan realidad, es dar el primer paso.

Amigos queridos, amigos todos.

El dramaturgo español Enrique Poncela escribió: “En la vida humana sólo unos pocos sueños se cumplen. La gran mayoría de los sueños, se roncan”. Resulta cómico, pero tristemente cierto. Calderón de la Barca fue un gran poeta, pero los sueños no tienen porqué ser solamente sueños. Soñar es sentir que la piel se sigue erizando al imaginarnos plenos, es sostener con coraje nuestros ideales, es apostar a construir una sociedad más seria y justa, es ofrendar parte de nuestra alma para fines más elevados, es valorar la dimensión todopoderosa del amor y descubrir sentidos para la existencia.

Para lograr que nuestros sueños se cumplan, deberemos aprender a armarnos de paciencia, de inteligencia, y ser los estrategas de nuestras decisiones, elecciones y conversaciones. Entonces, más que hurgar en el inconsciente, estar plenamente conscientes, de que es tiempo de despertar.

El rabino Ale Avruj es Rabino de la Comunidad Amijai y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.