Entre el hambre y el dedo acusador

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Alberto Fernández y Mauricio Macri (Adrián Escandar)
Alberto Fernández y Mauricio Macri (Adrián Escandar)

Para que la palabra política no se convierta en una lengua muerta, la palabra del político tiene que ser veraz. El primer debate por ley de la Argentina ha puesto en tensión una vez más el problema de la verdad y la posverdad. Es que la palabra política sin credibilidad es poca cosa. Tal vez por eso haya sido parte de la estrategia del candidato del Frente de Todos contar con Scioli como invitado “sorpresa” en el debate. Scioli es un símbolo de la naturaleza falseada de la palabra de quien fuera en 2015 su contrincante.

Siguiendo esta dirección, Fernández abrió su presentación con un fuerte cross a la mandíbula: “Hace cuatro años hubo otro debate. En ese debate alguien mintió mucho y otro dijo la verdad. El que mintió es el presidente que hoy quiere volver a ser presidente y el que dijo la verdad hoy está sentado en primera fila. Yo vengo a decirles la verdad”. El formato no favoreció el intercambio, pero el Presidente dejó pasar que se lo tilde de mentiroso. Aplomado y sin el apremio de tener que dar explicaciones sobre su gestión ni a las acusaciones de los otros adversarios, avanzó con su libreto, se ciñó al mandato de no confrontar y presentó su propuesta para un país imaginario. La palabra autista y sin anclaje con la realidad es posible por el propio formato que asumió el debate. Un debate que desnaturaliza el intercambio de ideas y la confrontación de posiciones favorece la posverdad.

Macri esta vez omitió mencionar a CFK, el acuerdo con Irán o a Nisman, todos elementos que fueron centrales para su triunfo en 2015. Tampoco se refirió a la pesada herencia económica, que fue la explicación preferida de la mayor parte de su gestión, hasta que decidieron extender esa culpa a los últimos 70 años. Tal vez no fue desacertada la estrategia del equipo de Juntos por el Cambio, abandonando esos temas ya utilizados hasta el hartazgo para centrarse en los exiguos logros de la gestión que, aunque sean escasos y no resulten significativos en comparación a los números que muestran la inflación, el aumento de la pobreza o el desempleo, pueden crear la ilusión de que se está avanzando de a poco y de que aún falta tiempo. Es un discurso para una porción del electorado que parece anteponer determinados valores por sobre la dura realidad económica.

De hecho, Alberto reiteró en varias ocasiones que el Presidente desconoce la realidad, algo que tal vez pudo aprovechar por el orden en que salió sorteado (en tres de los cuatro bloques sucedió al presidente), y por lo tanto, fue producto del azar. Cabe preguntarse entonces qué hubiese ocurrido si el orden era el inverso. ¿Acaso era Macri el que iba a atacar primero y Alberto lo iba a ignorar? Tal vez esta incógnita se pueda develar el sorteo del próximo debate. Siguiendo esta lógica, cabe preguntar entonces si el principal activo que logró el oficialismo en el debate, “volvió el dedito acusador, volvió la canchereada”, hubiese sido posible si el orden era el inverso. Y la respuesta es no.

Alberto Fernández intentó utilizar a su favor ese orden y el oficialismo no demoró ni 10 minutos en lanzar un tuit para transformar esa fortaleza en debilidad, al reponer la importancia de ese gesto, por sobre la realidad que estaba describiendo el candidato del Frente de Todos. El equipo de Cambiemos a esta altura probablemente no necesite pasar por su laboratorio para sacar provecho de un gesto, comprendiendo que la carga simbólica que este connota, es lo suficientemente efectiva como para ponerla en primer plano y cumplir una vez más con el objetivo, aglutinar a sus adherentes duros por el antikirchnerismo.

Si un gesto apenas descortés, como puede ser levantar el dedo y señalar a alguien al hablar, es utilizado como el principal atractivo para convencer electores, el sistema político entonces puede sumergir a la Argentina en los problemas que actualmente se encuentra. Dejando en evidencia que el Gobierno prioriza un gesto por sobre el hambre y la desocupación, será el turno del Frente de Todos para transformar esa debilidad en su principal fortaleza.

La autora es magister en Comunicación y Cultura, UBA. Docente. Directora de la consultora de investigación Trespuntozero