Fútbol, rock y astro-física en una lejana noche rosarina

Por Eduardo Porreti

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"Don't you hear my call though you're many years away?
Don't you hear me calling you?
All your letters in the sand cannot heal me like your hand"

(´39, Queen).

La relación entre deporte y regímenes dictatoriales es extensa. Ya sea para tapar la crisis económico-sociales o la represión política, algunos eventos deportivos han sido usados para entretener a las multitudes, difundir una imagen de transparencia política, o, sencillamente, promover una narrativa higienista del cuerpo y la mente, alejada de las tentaciones y los pensamientos peligrosos.

La dictadura militar que asoló la Argentina de los años ´70 no fue original en ese sentido. Tomando como base una decisión de la FIFA -en 1974, por iniciativa del inefable Ministro de Bienestar Social del tercer gobierno de Perón, José López Rega- organizó el Mundial de fútbol 1978.

La Dictadura reemplazó a la Comisión de Apoyo al Mundial por un Ente Autárquico (el EAM '78) inicialmente dirigido por el General Omar Actis, asesinado poco después. En medio de una cruel lucha interna en la Junta Militar, las sospechas recayeron en la Marina, asumiendo la presidencia del Eam ´78 el Almirante Carlos Lacoste, mano derecha del Almirante Emilio Massera, verdadero factótum del Mundial.

Un desatino económico (a un costo de U$D 500 millones, U$D 400 más que el próximo torneo en España), junto al notable trabajo del técnico César Menotti, permitió a la Selección argentina conquistar su primer campeonato.

Las vicisitudes se sucedieron al estilo argentino: no faltó la angustia, la suerte cruzada y ciertos manejos turbios que siempre impiden celebrar cualquier cosa, completamente. El equipo argentino logró clasificar a la final tras un polémico partido contra Perú que dejó afuera a Brasil, el mejor equipo de Mundial, que no perdió ningún partido.

El partido final estuvo también rodeado de incidentes, ya que Holanda estuvo a punto de ganar el partido cuando Robert Rensenbrink estrelló la pelota en el palo del arco que defendía Ubaldo "Pato" Fillol con el tiempo cumplido.

La final se jugó en el estado Monumental de Núñez, en lo que era y sigue siendo la cancha de River Plate. Los clubes habían competido entre sí frente al Eam 78 para obtener la sede y subsedes a través de un sistema de presiones que incluyó algo de corrupción y no menos complicidad política.

El estadio de Rosario, junto a otros en Mendoza y Córdoba fue el escenario de varios partidos importantes, junto a los jugados en la ciudad de Buenos Aires, en los estadios de Vélez Zarsfield y River Plate. Toda la opacidad en el proceso adjudicatario, tuvo, vale decirlo, una contrapartida en la transparencia de los concursos de arquitectura para construir o remodelar los estadios, a cargo de grandes estudios de Argentina y el exterior, con magníficos diseños.

Tres años después de que Argentina jugara en el "Gigante de Arroyito" de Rosario, contra Polonia y Perú, me mudé a esa ciudad, para estudiar Ciencia Política y convertirme, algún día, en diplomático. Vivía junto a mi amigo Marcelo en una sórdida pensión de la calle Entre Ríos. Nuestra habitación daba a la calle y el calor era inhumano. La pensión parecía salida de una novela de Arlt: ladrones y prostitutas la habitaban en una jungla de precaria tranquilidad, interrumpida cada tanto cuando la policía buscaba a algún vecino de pieza.

El pago de la pensión incluía una sopa todas las noches, hecha de una sustancia extraña y roja, preparada religiosamente en una olla descomunal que se calentaba en una oscura cocina, con paredes sedientas de pintura, a la que uno llegaba por un zigzagueante recoveco. En ese pasillo había un teléfono público que yo usaba para llamar a mis padres y mentirles que estaba bien.

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Dos veces por semana, algunos integrantes de esa fauna venían a nuestra habitación a jugar a los naipes, por algo de dinero, pero sobre todo por el prestigio que otorga la simulación. El mejor jugador de los otros era un hombre de unos 60 años que había sido trapecista en un circo del que escapó –decía- en algún pueblo de la Argentina. Era pequeño, atlético y usaba hilos blancos de sisal para tapar su calvicie. A veces, mientras repartíamos las cartas, saltaba imprevistamente desde su silla, sólo para caer parado sobre su musculoso brazo derecho.

Llevaba pocos días viviendo en esa pensión cuando el viernes 6 de marzo de 1981 tuvo lugar el recital de Queen en el estadio mundialista de Rosario Central. Ese recital cambiaría la forma en que se hizo música en Argentina. El profesionalismo, el cuidado de la escena, el sonido y la sensación de fiesta perfecta impactarían en los músicos argentinos, dueños de un amateurismo decepcionante.

Queen se presentó en varios sitios de la Argentina, en una gira que incluyó Brasil y otros lugares de la región. Fue la primera banda de rock de esa importancia es abandonar los circuitos convencionales y arriesgarse a esas latitudes, generando un efecto perdurable e impensado: cambiar la cultura musical.

El grupo británico visitó la Argentina en plena dictadura militar, generando situaciones bizarras con autoridades políticas (un incómodo encuentro con el dictador Roberto Viola, interesado en cierta apertura cultural), un impensado cruce entre fútbol y el rock -inusual en el sur del planeta, pero normal para un británico- con la subida al escenario de Diego Maradona, así como una antológica escapada de los fans desde el hotel Sheraton en un camión policial que usualmente transporta detenidos. El antológico comentario de Mercury fue: "Amo esto, parecemos putas llevadas a la cárcel después de ser levantadas por la policía".

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Yo tenía 15 años cuando escuché Queen por primera vez, en el crudo invierno de 1978. Había ido con mis padres y mi amigo Alberto a Córdoba. Una fría noche dejamos la casa que alquilábamos frente al lago y caminamos varios kilómetros hasta el centro de la ciudad, en busca de entretenimiento. Al pasar por una disquería descubrí una música que nunca había escuchado antes: un sonido complejo, oscuro y cristalino a la vez, con cambios de ritmo, coros superpuestos y una guitarra de resonancia única. Era el disco Jazz, de Queen.

Queen -en mi opinión- fue el grupo musical working class hero por antonomasia, empapado de un toque vamp y algo cursi. Todo en Queen fue excepcional desde el principio, con las tapas de los álbumes dibujados por el propio Freddie Mercury, la vestimenta exagerada, la poesía barroca y la actitud iconoclasta.

Formado en el lejano 1970, su incansable curiosidad musical los llevó desde el rock progresivo inicial, al glam-rock de los 70, los sonidos de jazz, el gospel, el pop bailable, de un breve coqueteo con el punk (Sheer Heart Attack) al sonido orquestado de música para películas y un reencuentro final con el rockabilly. Queen reaccionaba ante las modas musicales de un modo singular, lateral, desplazado: ante la moda del rock pesado combinaba rock sinfónico y ópera, ante la debacle de los grandes grupos y el ataque del punk, mostraba su interés en el jazz.

Sin dejar de influirse por los entusiasmos de cada oleada británica, la producción musical de Queen parecía siempre fuera de lugar, tardía y temprana a la vez. Un ejemplo de ello es Cold Stone Crazy, una suerte de homenaje al rock de los 70 pero con cambios de ritmo y sonidos que prefiguran lo que mucho después sería conocido como thrash-metal.[i]

Los devaneos sexuales de Mercury, dentro y fuera del escenario, eran, al mismo tiempo, una celebración de la vida y una exacerbación de la sensibilidad, al servicio de la producción artística: Lo importante es que Queen tenía algo que decir, por fuera de cómo lo decía. Con todo y durante décadas, Queen fue visto como un producto de mala calidad y cutre por buena parte de la crítica musical, que no toleraba el costado cheesy de la banda.

Fanático de la banda desde mucho antes de que estuviera de moda, encandilado con la singular belleza de Queen I, Queen II y parte de los álbumes The night at the Opera, A day at the races y News of the world, reconozco que la sorpresiva fama musical de Queen me resulta incómoda, ya que banaliza su aporte musical y olvida la producción temprana, de un valor incalculable.

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Sólo con observar los títulos de los álbumes, su relación con el contenido musical y el arte de las tapas uno puede tomar dimensión de la sensibilidad de Queen. The night at the Opera y A day at the races son títulos de películas de los hermanos Marx, otro gesto a la cultura popular, mientras que News of the world es un guiño al tabloide británico famoso por su amarillismo periodístico, cuya tapa se basa en la obra de Frank Kelly Freas, artista célebre por sus trabajos de pulp fiction, arte sugerido por Roger Taylor, fanático de la ciencia ficción.

Es interesante comparar un éxito popular (que había sido ridiculizado alguna vez en el cine y recuperado recientemente de mejor manera) como Bohemian Rapsody con su precuela, más oscura, empapada de una penetrante crítica social: The march of the black queen, una canción exagerada, con una típica introducción delicada, un cambio agresivo de tonos, con una descripción obsesiva del poder abusivo y, sobre todo, de los placeres del cuerpo humano.

De hecho, hay otro antecedente de Bohemian Rapsody que es Liar, una de las más bellas y olvidadas canciones del grupo. Grabada por Mercury cuando aún se llamaba Farrokh Bulsara, tiene una estructura musical muy similar, prefigurando el interés de Mercury por las letras basadas en la culpa, el rechazo familiar y la tragedia, explicitadas con los juegos de voces, a partir del clima de tensión generados por los riffs de la guitarra de May.

Parte de ese grupo de canciones complejas y trabajadas es The Fairy Feller's Master-Stroke. Basada en la célebre pintura de Richard Dadd (una imagen perturbadora y bella a la vez, propia de la inestabilidad emocional del artista) muestra el interés de Mercury por las zonas oscuras de la psiquis humana, reflejada magníficamente en una canción que describe con cínica precisión los sobrecogedores personajes de un mundo real y ficticio a la vez.

Por fuera de los temas más rockeros, Queen produjo algunas de las más bellas canciones románticas, siempre con cierta complejidad y una extraña tonalidad. Un ejemplo de ello es la breve Nevermore (de un lirismo poético y musical insuperable) y My melancholic blues (de descarnada poesía, con fuerte acento jazzístico).

Las confusiones sobre el valor musical de Queen alcanzan a sus integrantes. Hay quien considera que el aporte de John Deacon se limita al riff de Another one bites the dust., que sólo fue una inteligente propuesta en el auge del funk-pop en 1979 con Rapper´s delight, un hip hop (que prefigura el rap) sobre la base rítmica de Good Time, del grupo Chic. Si se quiere apreciar el uso de Deacon de su Fender Precision, mejor escuchar Flick of the wrist o Dragon attack.

Todos reconocemos el sonido inconfundible de la guitarra de Brian May, pero pocos saben que ese sonido único se origina en que la guitarra de May (denominada por el guitarrista como The Red Special, The Fireplace o The Old Lady) fue construida por él mismo con ayuda de su padre Harold May (un ingeniero electricista preocupado por el abandono de los estudios de su hijo) en 1963, usando maderas y materiales de desecho encontrados en su casa, incluyendo una mesa de caoba y roble y el mástil de la antigua chimenea.

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Pero la conformación del sonido de la guitarra de May no termina allí, sino que involucra elementos técnicos muy particulares[ii], así como el uso de una moneda de 25 peniques de Libra Esterlina –lo que lo obliga a limar sus bordes y tocar ligeramente para no romper las cuerdas– pero le permite tener gran control, generar un sonido limpio y con una articulación perfecta con la voz humana.

Por su parte, sin ser un baterista de técnica perfecta, pero dueño de un sonido inconfundible, Roger Taylor ha brindado una sólida base a Queen[iii], ampliando su rol por fuera de la batería como multi-instrumentista, co-autor y cantando afinadamente.

La voz de Mercury -asociada con un tenor- en realidad era de barítono- poseía un vibrato inusual, el más emblemático de la música popular, logrando una voz oscilante a partir de vibraciones sub-harmónicas. Los tonos alcanzados por Mercury eran fuera de serie porque su voz surgía a partir de la vibración de las cuerdas ventriculares, una técnica usualmente usada sólo por intérpretes de música clásica. La gran cantidad de variaciones tonales y la velocidad con que Mercury las ejecutaba, se suma a la amplitud de la frecuencia en la que lo generaba, llegando a más de 7 herzios.

De todas las canciones que Queen tocara la noche que estuve en el recital de Rosario en 1981, la que más me llamó la atención fue ´39, una delicada canción de folk-rock, escrita por Brian May, tocada con guitarra acústica, originalmente grabada con un contrabajo.

La balada, sencilla, aborda una cuestión propia de los viajes interestelares. Brian May era estudiante de astrofísica cuando formó Queen. Abandonó sus estudios, pero luego de la muerte de Mercury los retomó, logrando su doctorado con una tesis sobre cómo medir la luz zodiacal, ese tenue fulgor que atraviesa el cielo antes de amanecer. En el momento en que May escribió esta canción estaba imbuido de la relevancia de la teoría de la relatividad en el espacio-tiempo.

Así, May escribe una canción en el que un astronauta aborda una nave espacial por una misión importante para su pueblo, en un viaje que sólo lleva un año en la nave a la velocidad de la luz pero que, por la dilación temporal, implicó 100 años en la Tierra. Cuando llega, todo ha cambiado y sus seres queridos han desaparecido.

En 1981 yo no lo sabía. Pero la canción tiene mucho sentido para alguien que pasa mucho tiempo fuera de su casa, en una misión. Al volver, de un modo imperceptible, todo ha cambiado: ciertas maneras de conectarse, formas de hablar, ausencias inesperadas, un ligero desacomodo en el tiempo. Sutilmente, el lugar adonde uno quería volver ha desaparecido. Ya no pertenecemos allí ni al sitio adonde habíamos viajado. Uno queda atrapado en un loop, congelado, vagando en un espacio indefinido.

Así, borroso, incomunicado, quedó el astronauta de Brian May. Y también, viajantes, migrantes y algunos diplomáticos, confinados en una curva del espacio-tiempo, enviando mensajes que nadie escucha, intentando descifrar las cartas que alguien garabateó en la arena, y que el viento del tiempo ha borrado.

[i] No todas las reacciones de Queen a las modas eran lineales: el rechazo al uso de sintetizadores y la inclusión de una frase en cada álbum para evidenciarlo, cuando todo el mundo se apoyaba en ellos, fue también un rasgo de personalidad. El primer álbum en usar sintetizadores fue The Game, el octavo.

[ii] May siempre usa un amplificador Vox AC 30, Flyer Treble Booster para los efectos, Cry Baby de Dunlop para el wah wah, rocktron intelliflex para los coros y el delay, pastillas electromagnéticas intermedias y en fase, cuerdas Optima Gold calibre 9-42. May también usa unas réplicas de su Red Special construidas por lutieres para determinadas canciones (Fat-bottomed girls, Crazy Little thing called love) para lograr un sonido especial en esas canciones.

[iii] Taylor es reconocido por un sólido manejo del bajo y del tambor, un uso eficiente de los platillos y el hi-hat, con énfasis en su back-beat, pasando de sonidos suaves a tonos explosivos con los tom-tom.