Relaciones Argentina-Brasil: ¿se mantiene la ilusión de un destino común?

Compartir
Compartir articulo

El viaje de cualesquier presidente de Brasil y Argentina a las respectivas asunciones no es un asunto de vida o muerte, pero sirve para consolidar fortalezas y remediar debilidades.

Durante largos años (1983-2003) vivimos en un clima de gran vocación integradora con nuestros vecinos y de fuerte intención de estrechar lazos con Brasil. El Mercosur fue el gran subproducto de ambas ideas fuerza, las más importantes de toda la historia diplomática de nuestro país.

Eso está hoy congelado y la llegada de Jair Bolsonaro a la conducción del Estado más importante de la región aparece acentuando ese mal momento para la ilusión de un destino común, o al menos asociado. Lo más probable parece ser que el nuevo mandatario busque deshacer compromisos y, en una especie de lamentable "Brasil first", oriente su destino internacional de manera mucho menos ligada a la suerte de la región.

Es en ese clima que nuestro presidente ha decidido no concurrir a la toma de posesión en Brasilia, el primer día de enero. La especie de que no significa un desaire porque Brasil no invita a esas ocasiones se devela discutible, habida cuenta de que el tradicional jefe de ceremonial de Itamaraty acaba de ser despedido por el inminente canciller Ernesto Araújo, por discrepar con su negativa de invitar a los primeros mandatarios de Cuba y Venezuela. Precisamente por tratarse de una decisión voluntaria, no gatillada por una previa invitación que compromete, la presencia de los presidentes toma un significado relevante. De hecho, ya hay nueve que confirmaron su asistencia. Nosotros hemos decidido no enviar ese mensaje.

En un mundo que desarma frenéticamente bloques y esquemas multilaterales, lo que se sabe de Bolsonaro es que tratará de subirse a esa ola, procurando acuerdos bilaterales, sin la rémora de arrastrar a tres socios con los que les cuesta acordar, especialmente Argentina. La ausencia de Bolsonaro en el G20 y el anuncio de su primer viaje a Chile fueron malas señales que alguien debió advertir a nuestro presidente.

Cuando un Estado es marcadamente más fuerte que sus vecinos, la clave reside en determinar si lo que quiere es comportarse como socio o como patrón. Esa es la clave de nuestro relacionamiento con Brasil. En el largo embeleco de la nunca lograda alianza estratégica navegamos muchos años en medio de una narcosis que nos hizo creer que Brasil aceptaba el benigno rol de mero socio. Socio mayoritario, pero socio al fin. Lo que vienen declarando Bolsonaro y sus aláteres permite sospechar que ese ensueño podría estar llegando a su fin.

Es perfectamente probable que, en legítimo ejercicio de sus derechos, Brasil decida cortarse solo y jugar por su propia cuenta, a la manera de su admirado Donald Trump. Los brasileños que más claramente entienden el juego internacional, como Fernando Henrique Cardoso, saben que el objetivo nacional brasileño de ser reconocido como una gran potencia será mucho más difícil y socialmente costoso en soledad que en compañía de sus vecinos, en especial de Argentina. Si Bolsonaro decidiese un camino tan equivocado, la presencia de un presidente argentino —Macri o el que fuere— resultaría un recordatorio clave de que los aún más egoístas intereses nacionales brasileños pasan mejor por un entendimiento con nosotros. Pena que desde la Casa Rosada no hablen más seguido con Fernando Henrique.

Si Bolsonaro se decidiera por una mayor autonomía de sus socios, no careceríamos de respuestas y continuaríamos siendo un país que puede arreglárselas en el mundo, aunque con un pulmotor del FMI y una eventual disminución de acceso privilegiado al importantísimo mercado brasileño, nuestro principal comprador en el mundo. A la asunción presidencial de ese país es a la que justamente hemos decidido no ir.

El argumento de que es mejor esperar a ver cómo se comporta Bolsonaro corresponde a un coro que, no lejos de Macri, promueve el personalismo, para visualizar a las relaciones internacionales como una suerte de gambitos entre magníficos príncipes medievales, en lugar del permanente y silencioso trabajo de los funcionarios y expertos que, en los países que andan bien, exceden la duración de los mandatos y se mantienen aunque cambien los presidentes. El viaje que se acaba de cancelar no era la visita personal de un señor llamado Mauricio Macri a otro de nombre Jair Messias Bolsonaro; era del presidente argentino al país más importante en el mundo para los intereses de nuestro país, dato esencial que excede largamente a la biografía de ambos.

Es cierto que Macri de todas maneras viajará dos semanas después, pero nuestro primer mandatario no estará presente el día en que se inaugure una nueva era en la vida pública de Brasil, una apuesta copernicana a que ellos, sin nosotros, comiencen a ingresar al siglo XXI, mientras nuestro presidente vacacionará en la Angostura. Y ya se sabe, se debe elegir: ser grande o descansar.

El autor es ex vicecanciller de Guido Di Tella.