Bolsonaro: el ascenso del igualitarismo bestial

Eduardo Sartelli

Se ha dicho que cincuenta millones de brasileños se convirtieron, de golpe, al fascismo, dando el triunfo a Jair Bolsonaro. "Facho", sin embargo, no define correctamente al personaje. La ideología de Bolsonaro es muy similar a la de Rafael Videla, Augusto Pinochet o la misma dictadura militar brasileña: un mundo organizado administrativamente, sin ideología, a partir de un conjunto de variables claras y limitadas. No es ni siquiera un populista.

La explicación del ascenso de un personaje tal es más sencilla. En un Brasil posapocalíptico, Bolsonaro expresa un punto de reagrupamiento de una vida social desquiciada, donde la crisis no es más que la expresión desorbitada de las características ya delirantes de una realidad completamente degradada. Y expresa esta conciencia con la sorpresa, harto desagradable, de haber desembocado en ella luego de una década de supuesta expansión económica, de superación de la pobreza, de expansión "imperialista" y de reagrupamiento como cabeza de un posible nuevo orden internacional, la "B" de los BRICS. Bolsonaro es, sobre todo, la expresión del cansancio y el hartazgo frente a la política del privilegio "diverso" propia del PT y de todos los "populismos" latinoamericanos.

Los años 90 fueron la década dorada del triunfo burgués sobre la última oleada revolucionaria del siglo XX. Esa década de soberbia "neoliberal" encontró un rápido límite en los estallidos del 2001 y la emergencia de movimientos y gobiernos de "izquierda" en América Latina y Europa. Era la población derrotada, que ahora volvía bajo otro ropaje: piqueteros, globalifóbicos, mileuristas, campesinos sin tierra, anti-capitalistas, indignados, etcétera, etcétera. Todos ellos dieron lugar a experiencias políticas caracterizadas por una falta de perspectivas realistas y una organización acorde con la producción de resultados concretos. Movimientos caóticos, que no llegaron a nada concreto, permitieron a la burguesía reorganizarse con regímenes políticos que congelaban la crisis por la vía de satisfacer demandas parciales de la población movilizada, sobre todo demandas simbólicas.

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En efecto, no se trató de resolver los problemas que el capitalismo genera, porque ninguna de estas estructuras políticas (que van desde Nicolás Maduro a Barack Obama) tenía ni remotamente un objetivo socialista ni podía tenerlos. En consecuencia, impulsaron la respuesta "gradualista": adaptarse a la miseria ambiente mejorando la situación social con paliativos temporarios, parciales y sectorizados: planes sociales, subsidios, empleo estatal, entre otras cosas. Y mucha ideología: cada uno de estos "avances" es descrito como "extensión de derechos", "reconocimiento", "inclusión", "reparaciones históricas" y toda una parafernalia discursiva que adorna soluciones mezquinas a problemas enormes. La clave política es la destrucción del colectivo y de la noción de bien común: este problema, que tiene esta persona porque pertenece a esta "minoría" que sufre esta "opresión" particular. Así, la igualdad desaparece en nombre de la "diversidad". Se oculta que el verdadero problema es sistémico. Se oculta también que, por más que se hable de socialismo, de lo que se trata es de no atacar al capitalismo como tal. El resultado es un régimen del privilegio particular, que es la contracara del ascenso de un personal político cuya fuente de recursos no es el mundo privado, las empresas, es decir, la burguesía, sino uno que busca convertirse en burguesía utilizando los ingresos públicos. La corrupción es lo que aceita esta maquinaria de dominación de masas que dice haber llegado para "empoderar" a una población que ya estaba "empoderada" (recuérdese el 2001) y a la que estos regímenes vienen a desmovilizar.

Obviamente, todo este aparato debe ser sostenido por alguien. Ese "ciudadano común", normalmente perteneciente al tercio mejor ubicado en la estructura de la clase obrera, pero también a ese otro tercio con condiciones inestables y amenazado siempre de caer al fondo, ese que no tiene ninguna "particularidad", ninguna "diferencia", es el que paga la maquinaria "reparadora". La demanda básica de esta reacción generalizada es el fin de la política de la diferencia, el fin del subsidio y de la opresión impositiva del Estado. Su apoyo, la fragmentación de la clase obrera en "identidades" que se oponen y se pelean por quién está más "oprimido" y tiene, por lo tanto, más "derechos", un escenario creado por el populismo.

Bolsonaro y Mauricio Macri, muy diferentes ideológicamente, expresan sin embargo una demanda de "igualitarismo" muy sui generis, un igualitarismo burgués: todos somos iguales, que cada uno se arregle. Se trata de un igualitarismo bestial, que solo puede ser enfrentado realmente por un igualitarismo real. Todo un desafío para una izquierda que ha preferido perderse en la política de la diferencia, abandonando la perspectiva que la caracterizó históricamente y que es la única realmente revolucionaria.

El autor es doctor en Historia, director del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales (CEICS) y docente de la UBA y UNLP.

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