Brasil, ¿de país ballena a la argentinización?

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Fernando Haddad y Jair Bolsonaro
Fernando Haddad y Jair Bolsonaro

Una forma pedagógica que la academia tenía para explicar a lo largo de las últimas décadas el comportamiento doméstico e internacional de Brasil era compararla con una gran ballena. De movimientos lentos, sin cabriolas ni grandes sorpresas. Que muchas veces parecía inmóvil y cambiando de rumbo, pero lo hacía de manera lenta y casi imperceptible. Desde ya el punto de comparación era la Argentina, con sus giros, sus cabriolas y sus rápidos cambios de dirección. Un verdadero delfín, con el agregado de un sistema de autopreservación no del todo desarrollado como lo tiene esta magnífica especie.

En el último lustro un conjunto de eventos políticos, económicos y sociales han marcado profundamente esa visión tradicional del Brasil. La destitución de una presidente, el procesamiento y la cárcel para otro mandatario, así como de centenares de políticos y empresarios de gran poder. Todo ello acompañado por movilizaciones y cacerolazos masivos que vinieron con muchos de estos eventos.

Los dirigentes del PT en general y Lula da Silva en particular siempre destacaron durante sus gestiones en la presidencia del país que se asistía a una masiva reducción de la pobreza y el ingreso en tropel de nuevos sectores a ser capas medias. El boom de las materias primas que benefició a la región hasta hace pocos años fue fundamental en este sentido, así como la decisión de Lula de ser prudente en el manejo de la economía y respetar y continuar los logros del Plan Real de su antecesor Fernando Henrique Cardoso. Así como una fluida relación con mandatarios supuestamente tan refractarios a la izquierda como G. W. Bush.

En este contexto, en las próximas semanas asistiremos muy probablemente a dos ruedas electorales claves que definirán el ADN del futuro Brasil y veremos si actúan como un factor que encauce una progresiva normalización de la dinámica política y económica del país o, en cambio, su agudización. En este sentido, existe un creciente consenso entre importantes consultoras internacionales, así como del círculo rojo del Brasil, acerca de que por el momento se potencia día a día la posibilidad de que la segunda vuelta se dé entre Jair Bolsonaro y Fernando Haddad del PT. Con respecto al primero y el atentado contra su vida, existen dos posturas no necesariamente totalmente contradictorias entre sí. Por un lado, que el ataque había enfriado y aletargado la fuerte, dinámica e hiperpersonalista campaña que venía desplegando en las calles y con particular eficiencia y contundencia en las redes sociales. La otra, que pos intento de asesinato Bolsonaro subió 2 a 3 puntos en su intención de voto y, a diferencia de lo que sucedía poco antes, ahora los números lo muestran empatando o ganando a sus rivales en una segunda vuelta. Antes no era así, dado que, si bien lideraba en la primera ronda, el escenario se le hacía más adverso después.

En el caso de Haddad, mientras el PT mantuvo mediáticamente la idea de que Lula podría ser finalmente candidato, tuvo una intención de voto del 4 al 6 por ciento. Pasó al 18%, 20% una vez que se oficializó que sería el muleto del ex Presidente. La campaña del ex ministro petista hace recordar a la desarrollada por Cámpora en 1973 en la Argentina bajo el lema "Cámpora al gobierno, Perón al poder". La diferencia entre el actual escenario en Brasil y aquella violenta y traumática argentina es que nada hace pensar que Haddad llegue a los poco más de 49% de los votos que dieron lugar a que no se tuviese que ir a una segunda vuelta en nuestro país, ni que Lula pueda ser candidato en una elección convocada pocos meses después. Tampoco que el PT, aun con Lula, esté en condiciones de llegar a superar cómodamente el 50% como lo hizo Perón con un 62 por ciento. Antes de confirmarse la imposibilidad de presentarse como candidato, Lula llegó en torno al 35 por ciento. Asimismo, cabe esperar que en los próximos días Bolsonaro pueda darle más presencia personal en medios y redes a su campaña y que, si la salud lo acompaña, esté con los pies en los escenarios y los actos de su alianza en las semanas previas a la segunda vuelta.

En el pleno internacional, Bolsonaro lanzó un tema que da y dará vueltas durante los próximos meses. Afirmó que, si llegase a ganar Haddad, el PT buscaría la forma de darle una amnistía a Lula y desandar con ello el proceso del Lava Jato que desarticuló parte sustancial de los mandos históricos del PT y aliados. Ello obligó al petista a desmentirlo. No obstante, su estrategia electoral de completa y hasta algunas veces casi empalagosa mimetización y subordinación a Lula, con permanentes referencias al ex Presidente, no lo ayudan mucho a que amplios sectores de la sociedad y observadores del exterior le crean. De hacerlo, no cabría descartar una seria crisis con importantes sectores de las Fuerzas Armadas que han puesto en claro en estos últimos años que no dejaran vía libre para que sectores de la élite política vuelvan al país a foja cero en materia de lucha contra la corrupción. A ello seguramente se sumarían fuertes protestas, cacerolazos y marchas en las grandes ciudades del sureste y sur del país, donde se concentra la amplia mayoría de las capas medias, medias altas y altas del país. Centros urbanos donde Bolsonaro y otros candidatos contrarios al PT sacan la masa crítica de sus votos y donde se sitúa el 70% o más del PBI del país.

En materia de política exterior, Bolsonaro ha venido desarrollando un discurso y publicidades en las redes sociales de fuerte identificación con Donald Trump en particular y con los Estados Unidos en general. Desde comienzos de los años 70, al promediar el gobierno militar que se extendería entre 1964 y 1985, Brasilia comenzó un proceso de cierto distanciamiento del alineamiento que caracterizó su relación con Washington desde comienzos del siglo XX y aun antes. Sin que ello implicara actitudes abiertamente confrontativas o cruzando líneas rojas claves para Washington, como sí lo hizo la Argentina durante la guerra de Malvinas, en 1982, el maltrato a la delegación presidencial de los Estados Unidos durante la cumbre hemisférica de Mar del Plata 2005 o el posterior alicate que cortó precintos de equipamiento de militares americanos en Ezeiza en la década pasada. En todo caso, el gobierno del PT supo hacer un juego que no por simple le resultó menos efectivo. Se basó en alentar al gobierno K argentino y otros de orientación o al menos de retórica de izquierda en la región a actitudes de aspereza y distanciamiento con respecto a la superpotencia, al mismo tiempo que Brasil se mostraba como un interlocutor serio, racional y hasta disciplinador de un vecindario turbulento para Washington.

Desde ya que, de imponerse Bolsonaro, su intención de articular una relación extremadamente cercana con los Estados Unidos se verá matizada o complejizada por temas sensibles como el área nuclear, en especial el desarrollo del submarino nuclear brasileño, en donde por el momento Brasilia no se muestra proclive a adherir al Protocolo Adicional. Un tema por demás sensible en donde la Argentina podrá actuar como facilitador y país aliado tanto de Washington como de Brasilia. También los temas comerciales y las barreras que existen en el mercado americano sobre productos primarios de Brasil estuvieron, están y estarán en la agenda. Ni que decir la importancia clave que tiene para este país latinoamericano del vínculo económico y estratégico con la ascendente China.

En lo que respecta al plano de la economía, tanto Bolsonaro como su candidato a vicepresidente, el general retirado Mourao, han levantado banderas pro capitalistas y de fuerte confianza en el mercado y una activa inserción del país en el sistema internacional. Animándose a hablar de temas como privatizaciones, desregulación, desburocratización, transparencia, aliento a la iniciativa privada, la competencia en la obra pública contra las cartelizaciones, etcétera. Siguiendo con el frente económico, nada indica que en los próximos años la economía de Brasil asista a un boom como el ocurrido antes del 2013, por lo cual, sea Bolsonaro o Hadad, no contarán con sociedades con bolsillos llenos o dulces que reduzcan el interés y el malestar de los ciudadanos de los problemas cotidianos ni moderen la polarización ideológica.

La combinación de este escenario con eventuales intentos de sectores de la izquierda y empresarios de debilitar y descarrillar los megaprocesos contra la corrupción, se parece bastante a una bomba nuclear política de imprevisibles consecuencias.

Por último, y volviendo a las más recientes encuestas de varias de las consultoras más renombradas, se nota hasta el momento un piso de 26% y un techo del 33% para Bolsonaro y 16% y 20% para Haddad. De confirmarse estos números, el petista ya tiene poco menos que dos tercios del 35% al 38% de Lula que mostraron los últimos análisis de campo antes del derrumbe legal de su candidatura. Asimismo, en las simulaciones de una segunda vuelta los dos postulantes empatan en torno al 40 por ciento. Un dato llamativo, en especial por lo que se venía escuchando en algunos medios de prensa y redes sociales que rechazan al militar retirado, es que entre la población de origen afroamericano y entre las mujeres, los votos se reparten de manera casi igual entre ambos. La línea de ataque del PT de mostrar a su rival como misógino y racista por el momento no parecería tener el efecto que se esperaba. Algo parecido con tema voto femenino sucedió entre Hillary Clinton y Trump, en donde los análisis posteriores mostraron que una gran masa crítica de mujeres votó por el candidato republicano.

Por último, un actor relevante es el voto evangélico en Brasil, en donde casi el 38% de la población se identifica de esa manera. Bolsonaro años atrás pasó de ser católico a evangelista y en sus discursos y publicidades hace constantes referencias al Dios como por arriba de todo y Brasil solo por debajo del Creador. En cambio, el PT debe hacer los malabares de siempre para hacer convivir su simbología de izquierda y la idea fuerza de K. Marx de la religión como el opio de los pueblos con las necesidades electorales en un país en donde lo trascendental y espiritual nunca pudo ser quebrado por el materialismo marxista.