Pongamos fin a 70 años de crisis recurrentes

Jorge Enríquez

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La historia argentina podría dividirse muy esquemáticamente en tres grandes períodos: 1) el de la independencia y las luchas civiles, que comienza a superarse a partir de 1862, pero en verdad se extiende hasta 1880, cuando logra consolidarse el gobierno federal; 2) la Organización Nacional, que trae aparejado un crecimiento económico y demográfico espectacular, y con ellos una vasta clase media educada y de movilidad ascendente, que transcurre hasta mediados del siglo XX; y 3) la etapa que podríamos denominar del "milagro argentino", que desde entonces exhibe la incomprensible decadencia de un país que en las primeras décadas del siglo XX había llegado a tener uno de los PBI per cápita más altos del mundo.

Esta última etapa tuvo gobiernos democráticos de sesgo autoritario, gobiernos democráticos plenos, gobiernos democráticos débiles tutelados por las Fuerzas Armadas y gobiernos de facto. Fueron muy diversos, pero, más allá de las distintas políticas llevadas a cabo, la decadencia no se detuvo.

Ni hace falta compararnos con los países desarrollados; basta ver cómo les fue a nuestros vecinos en la región, de los que antes nos separaba una distancia considerable. Todos ellos crecieron mucho más que nosotros. Por eso, ante este nuevo sacudón, es necesario que actuemos con prudencia, pero también con mucha firmeza, porque si perdemos esta oportunidad, los males que sufriría nuestro país serían indecibles.

El Gobierno nacional está enfrentando con coraje una situación que no creó. Las causas profundas de esta crisis hay que buscarlas en el populismo que se gestó en la década del cuarenta del siglo pasado; las inmediatas, en los 12 años de kirchnerismo que agudizaron esa patología con un demencial despilfarro de la bonanza que nos traía un contexto internacional excepcionalmente favorable.

Desde que asumió el poder, Mauricio Macri promovió reformas significativas. El rumbo fue siempre claro; la velocidad, menor a la que el propio Presidente hubiera deseado, pero tanto razones de equidad social como de gobernabilidad aconsejaban evitar un drástico ajuste. En los últimos meses el contexto internacional se modificó de un modo sustantivo, restringiendo para la Argentina el acceso al crédito internacional privado y exponiendo en toda su crudeza los desequilibrios macroeconómicos que dejó el kirchnerismo, lo que determinó la necesidad de acordar un crédito con el FMI y de acelerar las reformas fiscales.

El único camino es este, el de la seriedad y la responsabilidad. No saldremos de estas dificultades con las mismas recetas ni los mismos dirigentes que las crearon, esos que se llevaron en bolsos las ilusiones de los argentinos.

Indigna ver a quienes son investigados por uno de los mayores latrocinios de la historia mundial dar lecciones de moral y de política económica. Parecen salidos de un tango de Discépolo. Hasta fantasean con elecciones anticipadas, ignorando que de acuerdo con el artículo 95 de la Constitución Nacional las elecciones presidenciales se deben realizar dentro de los 60 días previos al fin del mandato del Presidente.

Que pierdan las esperanzas. Los argentinos hemos decidido cambiar definitivamente el signo de la decadencia que ellos instalaron. No pasarán. Son expertos en complots y golpes civiles, pero ya les conocemos los trucos.

Nada será fácil ni gratis. Habrá meses de recesión, pero la economía saldrá fortalecida. Lo importante es la equidad en el esfuerzo. Por eso es necesario que los sectores beneficiados por una devaluación excepcional contribuyan con un aporte que será transitorio y no afectará su rentabilidad. Lo que en tiempos normales creemos que es equivocado puede ser necesario en una emergencia.

No es momento de vacilaciones. Estamos más firmes y convencidos que nunca de que esta es la única vía. El camino es escarpado, pero la alternativa es el infierno.

El autor es diputado nacional por CABA (Cambiemos- PRO).