El necesario relanzamiento de un vínculo estratégico argentino-brasileño

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Cualquier observador medianamente atento de la dinámica internacional en general y de América Latina en particular tiene muy en claro que una relación política, económica y de seguridad fundamental para la prosperidad y la estabilidad de la región es la existente entre Argentina y Brasil. Cuando los políticos, los diplomáticos, los militares, los académicos y los empresarios de ambos países deben hablar o escribir artículos sobre este tema, recurren a diversos hitos claves del pasado como fue el encuentro de Alfonsín y Neves, en 1984, entre el mismo Alfonsín y Sarney, en los años posteriores, para consolidar confianza mutua en el campo nuclear e incrementar el comercio, así como entre Menem y Collor, y luego con Cardoso para construir el Mercosur.

Una mirada más amplia y alejada de la memoria selectiva que nos caracteriza como país fue la cumbre de 1979 entre los presidentes militares, o sea, Videla y Figueiredo. Un confeso hincha de San Lorenzo de Almagro. En ese momento ambos países dejaban atrás verse mutuamente como rivales estratégicos y militares. Por un lado, desde 1977 el gobierno argentino pasó a tener como principal hipótesis de conflicto bélico el Chile de Augusto Pinochet por el diferendo del Canal de Beagle. Por su parte, la élite diplomática y militar de Brasil asumió que la competencia por la hegemonía regional con Buenos Aires ya se había inclinado indefectiblemente a favor de Brasilia. La inestabilidad política y económica de la Argentina, particularmente fuerte después de mediados del siglo XX, hacía que nuestro país no pudiese ya mantener esa competencia.

Pero al mismo tiempo, prudentemente Brasilia, si bien en forma sigilosa, asumía que el sistema internacional bipolar montado por los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el proteccionismo comercial de la crecientemente poderosa Comunidad Económica Europea, el ingreso de la masiva mano de obra barata de la comunista China en el capitalismo internacional desde 1978, los muy bajos precios de las materias primas que exportábamos, los límites que se imponían desde el norte al desarrollo de tecnologías sensibles como la nuclear y la misilística, el creciente endeudamiento externo, etcétera, ponían serios límites y desafíos a la victoria pírrica de Brasil sobre Argentina. Esa visión constructiva y de largo plazo de Brasilia se vio en la postura de neutralidad que mantuvo durante los meses de mayor tensión pre-bélica entre Argentina y Chile, a fines de 1978 y ni que decir en el respaldo diplomático a nuestro país durante la guerra de Malvinas de 1982.

Previamente mencionábamos hitos fundamentales encarnados por Alfonsín, Neves y Saney en materia de reforzar los lazos de confianza mutua entre las dos nacientes democracias inmersas en agudas crisis económicas, así como también en materia nuclear. Luego Menem, Collor y Cardoso profundizarían e institucionalizarían la integración económica con el Mercosur, así como en el área nuclear con las inspecciones mutuas vía la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (Abacc).

El siglo XXI marcaría un momento casi mágico y probablemente irrepetible para Brasil, caracterizado por una Argentina duramente golpeada y traumada por la crisis del 2001, un gobierno K necesitado, a partir del 2003, de crear una base de sustentación política e ideológica reinventándose como de izquierda y confrontativa con los Estados Unidos, en especial a partir del 2005 y más aún pos 2007. Mientras tanto, Brasil combinaba la llegada de Lula, con su historial de izquierda, con pragmatismo económico, fluida relación con Estados Unidos, boom de precios de las materias primas, descubrimiento masivo de recursos petroleros en alta mar y una región que desde Venezuela, Bolivia, Ecuador, etcétera veía ascender gobiernos con retórica confrontativa con Washington y el capitalismo. Sin que la dolarizada economía ecuatoriana ni las masivas ventas de petróleo venezolano a Estados Unidos hiciesen sonrojar a sus mandatarios y sus simpatizantes.

En ese contexto, Brasilia se dedicó a impulsar la idea de Sudamérica por sobre la de América Latina, o sea, sin el poderoso México incluido, y del hemisferio americano, o sea, sin la superpotencia Estados Unidos. La diplomacia presidencial del Brasil de Lula cortaba el continente en una línea imaginaria en el Canal de Panamá. Los gobiernos que proclamaban ser de izquierda se sentían cómodos, para su jueguito para la tribuna interna, con la idea de lo sudamericano y bolivariano alejado de Washington y otras potencias occidentales y republicanas. Un encapsulamiento que era aprovechado inteligentemente con Brasilia para ser el autoproclamado líder y guía de ese espacio, al mismo tiempo que bilateralizaba fluidas relaciones con Estados Unidos, Francia, Alemania, Reino Unido, Japón, así como con los ascendentes China, Rusia, India y Sudáfrica. Ya sabemos cómo terminó todo eso y si hay algunas dudas, está la impactante serie televisiva El Mecanismo, basada el libro del juez Moro, que encabeza la investigación sobre la megacorrupción del caso Lava Jato que estalló en el 2013.

Pero volvamos al presente, al futuro de la relación bilateral. Pocas dudas caben que el proceso de integración entre Argentina y Brasil está signado por el estancamiento y la inercia de glorias pasadas. La esperada firma de un acuerdo marco entre el Mercosur y la Unión Europea en algún momento de este año será una bocanada de aire fresco. Si bien será declamativo y político, no dejará de ayudar a impulsar de manera gradual las exportaciones de nuestros países.

Pero ello distará de ser un factor superador del estancamiento antes mencionado. ¿Debemos resignarnos entonces a ello? No necesariamente. Pese a los pocos meses que le restan al gobierno constitucional del presidente Temer, un camino puede ser recorrido junto al presidente Macri y luego continuado por el que surja electo en las elecciones de octubre próximo. ¿Bolsonaro, alias el Trump brasileño? Pronto nos enteraremos. Dos campos son y serán de vital importancia para conservar y profundizar la relación estratégica y estar adaptados a las tormentas geopolíticas que se avecinan en el mundo multipolar. Una es la articulación de un fuerte y bien estructurado sistema de cooperación entre los Ministerios de Seguridad y Defensa de ambos países en materia de ciberseguridad, frente a injerencias de acciones de otros Estados y también de actores no estatales. Así como en la lucha contra el crimen organizado, en especial el narcotráfico y el terrorismo trasnacional. Desde ya, respetando y llegado el caso actualizando los marcos legales respectivos.

El otro e igual o aún más importante, el campo de la tecnología nuclear y su uso dual. En este sentido, desde hace tres décadas contra viento y marea, crisis económicas, dificultades tecnológicas, etcétera, el Brasil busca terminar de desarrollar y construir un submarino de propulsión nuclear para su Marina. En el caso argentino, es un secreto a voces que cuenta con los recursos humanos tecnológicos para montar en tiempos y costos razonables un motor de ese tipo. Los presidentes Macri y Temer tienen la posibilidad de ser protagonistas de un salto histórico y cualitativo tal como hicieron sus antecesores mencionados al comienzo del presente artículo. ¿A qué nos referimos? A decidir combinar esfuerzos binacionales para dotar a nuestras dos Marinas de esa tecnología, cumpliendo con todas las normativas internacionales y hemisféricas.

Ese paso revolucionario marcaría un antes y un después, y un mensaje claro y directo de la decisión de avanzar juntos, resistiendo con las leyes internacionales en la mano eventuales intentos de evitar el desarrollo y el uso de tecnologías con impactos estratégicos. Sin que eso signifique abandonar la firme posición de no desarrollar bombas nucleares. Seríamos de esa forma los primeros dos países en montar submarinos con motor nuclear y que al mismo tiempo no desean poseer artefactos explosivos atómicos. Este eventual paso ayudaría a encontrar un sendero en común para sumarnos con condiciones realistas y ventajosas al Protocolo Adicional del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares y llegar con más fuerza y coherencia a la Cumbre de Presidentes y Ministros que en año 2020 se realizará con motivo del cincuenta aniversario del Tratado de No Proliferación Nuclear que presidirá el diplomático argentino Rafael Grossi.