Neutralidad en la red: disputa entre gigantes, impacto sobre pequeños

Lautaro Rubbi

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El 2018 arrancó marcado por un nuevo hito. Reportes indican que más del 50% de la población mundial ya tiene acceso a internet. La conectividad es la norma del siglo XXI y gracias a ella se ha logrado un crecimiento exponencial del conocimiento y la creatividad. Fundándose en una internet abierta e igualitaria, millones de empresas y usuarios en el mundo han visto aumentar sus posibilidades para la innovación. Sin embargo, todo esto podría cambiar.

La Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos revocó la normativa de 2015 que aseguraba el acceso igualitario a internet de todos los individuos y las compañías. La norma sobre neutralidad en la red impedía a los proveedores de banda ancha en Estados Unidos bloquear, ralentizar o dar prioridad a algunos contenidos, debiendo proporcionar a los usuarios igual acceso a todos ellos, independientemente de cuál fuera su fuente o su tipo. A partir de ahora se podrá imponer un sistema de diferentes velocidades en función de pagos diferenciados y de los intereses de los operadores. El cambio implicó una derrota de las grandes empresas tecnológicas y, como mínimo, una incógnita para el consumidor.

En el fondo podemos identificar una disputa de intereses económicos. Se calcula que una quinta parte de la población estadounidense utiliza internet de forma continua y un 70% se conecta al menos una vez al día. Dentro de esta enorme masa de usuarios, se estima que Netflix ocupa al menos el 30% del ancho de banda durante las noches, llevándose cuantiosas regalías. La nueva legislación la podría afectar de forma directa y a sus usuarios de forma indirecta. Es probable que los servicios de streaming se vuelvan más caros, debiendo afrontar las empresas como Netflix los costos de permitirse un internet de alta velocidad, costos que se recargarán sobre el consumidor.

De la vereda contraria, las operadoras de telecomunicaciones llevan años mirando con envidia las ganancias de las grandes empresas de la red. Reclaman que quienes más se apoyan en la infraestructura de internet instalada por ellas paguen por ello. Se debe admitir que Netflix compite con los servicios de televisión sin haber invertido por el uso de las redes, permitiéndole lograr precios muy competitivos respecto de los que tienen que invertir o pagar por usar redes de distribución. ¿Es justo este aprovechamiento o es un caso de competencia desleal? Ello tal vez explique por qué gigantes del internet como Google y Facebook se oponen a los cambios.

Sin embargo, las grandes compañías, con tamaño suficiente para afrontar los nuevos costos, no serían las más afectadas. Empresas pequeñas y generadores de contenido independiente tal vez deban pagar en el futuro si quieren velocidades competitivas para sus sitios y es probable que pierdan participación en la red. Al mismo tiempo, esto podría cerrarles la puerta a las nuevas startups de la innovación. Los grandes gigantes actuales, proveedores de servicios que algunos consideran esenciales en sus vidas, seguramente hubieran tenido una vida muy corta de haber tenido que pagar los costos de sus conexiones. Además, la posibilidad de discriminar contenido implica que se podría afectar el derecho a la libre expresión y la información del usuario, lo que da lugar a prácticas anticomerciales o bien censura de opinión. Para la mayoría de la comunidad tecnológica, esta medida es anticompetitiva y atenta contra el espíritu de la propia internet.

En resumen, lo más probable es que una internet más aburrida y cara para los usuarios sea el principal efecto a largo plazo de la reforma. En fin, una disputa entre gigantes con impactos para todos que probablemente avance de manera similar en otros países en el corto plazo.

El autor es docente investigador del Instituto de Ciencias Sociales de la Fundación UADE. Conicet.