África y la OMS: decisiones con futuro incierto

Diego Bernardini

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Los delegados que asistieron a la Reunión Global sobre Enfermedades no Transmisibles que organizaron la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el gobierno de Uruguay, en octubre pasado, lo hicieron con gran expectativa. No sólo por los aspectos técnicos que se tratarían en la agenda, sino porque sería de alguna manera un primer contacto regional con el nuevo director general del organismo, el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus.

Un tiempo antes, en el Palais des Nations de Ginebra, muchos daban por supuesto, ante la elección de nuevo director general, al candidato del establishment, frente a quien, finalmente, se erigiría como nuevo director un médico proveniente de la región más pobre y postergada del planeta: África. En este caso, la ley de "un país, un voto" se mostró más vigente que nunca y se encargó de recordarles a los más poderosos que la balanza se inclina muchas veces hacia el lado insospechado si los débiles se organizan.

Así, a simple vista, se podría adivinar que la gestión del doctor Tedros estaría bajo la lupa y detalladamente escudriñada. De hecho, a poco de su elección, algunas denuncias sobre su pasada gestión en Etiopía comenzaron a circular en medios, aunque fueron rápidamente acalladas. La elección del doctor Tedros supone un cambio de mando institucional poco sospechado por muchos en una organización cuestionada luego de varios desaciertos de la anterior administración y que, frente a la necesidad de una actualización a la realidad global, hacía imaginable este tipo de escalada. Por eso, causó gran sorpresa el anuncio que ocurrió en la reunión de Montevideo, el pasado viernes 20 de octubre, pero que ganó prensa 48 horas después: el otrora dictador de Zimbabue, Robert Mugabe, fue nombrado embajador global para África de la OMS.

Los primeros cien días de gestión en todo gobierno se suponen claves y la OMS no es la excepción. Poco faltaba para que se cumplieran esos determinantes primeros cien días de gestión del nuevo director de OMS, al que, si le quedaba crédito, él mismo se encargó de agotarlo. Se necesitaron otras 48 horas para que, en un comunicado oficial y luego de repensarlo y evaluarlo, según propias palabras, el doctor Tedros se retractara de la decisión tomada en Montevideo, pero fue demasiado tarde. El daño ya estaba hecho.

La inteligencia es una propiedad que no solamente atañe a las personas, también es o debería ser una competencia de las instituciones. Especialmente aquellas de incidencia global. Desde los países y el sector corporativo hasta una persona que decide la apertura de un comercio, todos ellos hacen un relevamiento de oportunidades y amenazas que podrían afectarlos de manera directa o indirecta. En otras palabras, la agenda de inversión, gestión, desarrollo e impacto no es algo para dejarlo al azar de un entorno cada día más conectado y volátil. La inteligencia institucional permite, entre otras cuestiones, anticipar escenarios. Estos principios básicos pero no por ello universales deberían ser motivo de reflexión en la OMS. Lo que pareció una desopilante decisión puede tener consecuencias que aún hoy se desconocen en el seno del edificio de la Via Appia ginebrina.

Todavía queda por saber qué fue o qué motivó semejante decisión que despertó el rechazo de gran parte de la comunidad internacional, que comprende los organismos de derechos humanos y la salud global, entre otros actores. La ex embajadora ante Naciones Unidas de la administración Obama, Samantha Powers; el editor Richard Horton, de The Lancet, una de las revistas más prestigiosas en salud; hasta Tom Frieden, ex director del CDC de Atlanta fueron sólo algunos de los más de 24 líderes de organizaciones como Global Alcohol Policy Alliance, World Heart Federation, la Campaign for Tobacco Free Kids y otras.

¿Será que Montevideo queda lejos de los focos del desarrollo para semejante anuncio? ¿Qué explicación racional sustenta la elección de Mugabe para ese nombramiento? ¿Será creíble que un país como Zimbabue sostenga políticas públicas que incluyen una salud para todos? ¿Una persona que persiguió políticamente, que asesinó a opositores y que se apropió de los bienes de su Estado puede ser parte de la organización rectora de la salud mundial? Ser embajador de la Organización Mundial de la Salud supone en sus propios estamentos ser alguien "de reconocimiento con alto compromiso para contribuir al esfuerzo de concientización sobre problemas de salud y la búsqueda de soluciones", algo que a Mugabe está a gran distancia de demostrar.

A Robert Mugabe, de 93 años, se le insinuaba poco tiempo más en el poder. No hizo falta que pasaran demasiados días luego del anuncio de Montevideo para que sus propios coterráneos lo desalojaran del poder. Antes de ello, la dirección de la OMS reaccionó rápidamente al rechazo general de semejante nombramiento. Sin embargo, quedan preguntas que flotan y podrían convertirse en un pesado lastre para la nueva administración: ¿cuánto le queda de crédito político al nuevo director? ¿Cuáles serán las decisiones a tomar luego de semejante error? Y lo que es aún más grave: ¿quién asesora en materia de análisis e inteligencia estratégica al doctor Tedros? No olvidemos que sobre estas las personas tomamos decisiones. Sea un comerciante o sea el director de la agencia de salud pública más importante del mundo.

El autor es médico de familia (UBA) y doctor en Medicina por la Universidad de Salamanca (España). Autor de "De vuelta. Diálogos con quienes vivieron mucho (y lo cuentan bien)".