
Lo que más nos gusta del séptimo arte, es su factor sorpresa. En una época donde el exceso está delimitado por las tendencias y algoritmos que dictan hacía donde mover la maquinaria de producción, algunas películas buscan romper el molde y proponen algo nuevo, contundente, fuera de lo común. Es verdad que un gran director, junto con un gran guionista y buenos actores, puede hacer una obra maestra, que reivindique el formato en cada una de sus aristas. Pero esa perfección no siempre es lo que más nos llama la atención. A veces se busca el baldazo de agua fría, lo disruptivo, lo que verdaderamente nos mueve a nivel emocional, lejos del estilo técnico refinado.
Gustos son gustos, y mucho no podemos hacer contra eso. Por eso mismo elegimos 10 exponentes que, en conjunto, más nos llegaron a todos los que hacemos Malditos Nerds. No estamos seguros si este 2025 fue un gran año, o no, para el cine. En otros momentos, quizás esta premisa estaba mucho más clara. 2025 tuvo sus altibajos, de eso no hay duda, pero si hay algo que podemos afirmar es que el cine de autor está cobrando relevancia frente a las grandes producciones. Así como en algún momento el cine digital cambió el paradigma de lo que era hacer una película, la industria pareciera estar agotando sus propuestas interesantes y le da paso a directores que tienen su propia marca registrada, como podría ser Paul Thomas Anderson o Spike Lee.
Para ser más claros, no estamos frente a un top, sino que construimos un listado con las 10 mejores películas de 2025 según nuestro propio criterio. Sin dilatarlo mucho más, los invitamos a leer el resto de la nota:

One Battle After Another (Paul Thomas Anderson)
One Battle After Another, la nueva película de Paul Thomas Anderson, se presenta como una obra ambiciosa y profundamente conectada con el clima político y social actual. Inspirada libremente en Vineland, de Thomas Pynchon, la cinta no busca ser una adaptación fiel, sino que utiliza su espíritu para construir un relato propio sobre la resistencia, el poder y los lazos familiares. La historia arranca con una acción radical contra un centro de detención migratorio liderada por un grupo clandestino, lo que da pie a un conflicto que mezcla thriller político, sátira y drama. Desde sus primeros minutos, la película deja en claro su ritmo intenso y su voluntad de confrontar al espectador con un país atrapado en un presente perpetuo, inquietantemente reconocible.
Años después, el relato se desplaza hacia un correlato más íntimo, centrado en un padre que vive oculto y en la relación con su hija adolescente, mientras viejas amenazas resurgen con mayor violencia y poder institucional. Anderson equilibra el espectáculo narrativo con una mirada profundamente humanista, apoyado en interpretaciones sólidas y una banda sonora que refuerza la tensión constante. Aunque la película retrata un mundo dominado por el miedo, el extremismo y el agotamiento moral, su conclusión apunta a una idea clara: frente a la brutalidad del sistema y la repetición del conflicto, el amor y la empatía siguen siendo la forma más radical y duradera de resistencia.

Frankenstein (Guillermo del Toro)
La nueva versión de Frankenstein dirigida por Guillermo del Toro es, ante todo, una obra profundamente personal. Inspirada por la impresión que le causó de niño el clásico de 1931 protagonizado por Boris Karloff, la película retoma el mito creado por Mary Shelley para reinterpretarlo desde la empatía hacia el monstruo, no desde el miedo. Del Toro recoge elementos de la novela original y de décadas de cine gótico, pero los reorganiza bajo una mirada propia, marcada por el dolor del rechazo, la responsabilidad de la creación y la ausencia de amor. Su Frankenstein no se limita a repetir una historia conocida, sino que la transforma en una confesión artística sobre lo que significa traer algo —o a alguien— al mundo y abandonarlo a su suerte.
Visualmente exuberante y cargada de referencias al cine clásico, la película encuentra su centro emocional en la relación rota entre Victor Frankenstein, interpretado por Oscar Isaac, y la Criatura, encarnada por Jacob Elordi con una mezcla de furia contenida y vulnerabilidad infantil. Aquí, el monstruo nace como un ser asustado y necesitado de afecto, mientras su creador reproduce los errores de una crianza marcada por el abuso y la frialdad. Del Toro deja claro de qué lado está su corazón, mostrando que el horror no reside en la Criatura, sino en quienes le niegan humanidad. El resultado es una obra que no solo amplía el legado del clásico literario, sino que reafirma al cine como un espacio donde las obsesiones personales, cuando son honestas, pueden convertirse en algo universal.

Mickey 17 (Bong Joon-ho)
Seis años después de Parásitos, Bong Joon-ho regresa al cine con Mickey 17, una ambiciosa fábula de ciencia ficción que mezcla sátira social, espectáculo visual y humor oscuro. Adaptada de la novela Mickey7 de Edward Ashton, la película imagina un futuro en el que las grandes corporaciones espaciales explotan incluso a la muerte. Nuestro protagonista, interpretado por Robert Pattinson, es un trabajador “prescindible” que muere una y otra vez en misiones letales para luego ser clonado con sus recuerdos intactos. Bong utiliza esta premisa para apuntar contra el cinismo tecnológico y el desprecio por la vida humana, en una crítica reconocible a los discursos que ven el espacio como una huida fácil frente al colapso del presente.
Visualmente impactante y más cercana al tono de Snowpiercer que al de Parásitos, Mickey 17 apuesta por un estilo expansivo que a veces juega en su contra. Con un metraje generoso y villanos deliberadamente caricaturescos, la película avanza entre momentos de horror, ternura y comedia grotesca, mientras explora el choque entre dos versiones del mismo hombre, donde una resulta ser dócil y empática, y la otra brutal y violenta. La película conserva una curiosa nota de optimismo y plantea una pregunta inquietante que nunca termina de responder: ¿qué significa morir cuando la muerte deja de ser definitiva? Esa idea abierta, sin respuesta, es lo que nos llevamos como espectadores.

Sinners (Ryan Coogler)
Con Sinners (2025), Ryan Coogler firma la película más libre y personal de su carrera. Lejos de las ataduras de las grandes franquicias que marcaron su recorrido reciente, el director se sumerge de lleno en el cine de género para usarlo como vehículo de expresión íntima, política y cultural. Ambientada en el Mississippi de los años 30, la historia combina vampiros, mafia, blues, religión y espiritualidad afroamericana en un relato que no responde a moldes clásicos ni busca la comodidad del cliché. Coogler se permite construir con paciencia un universo propio, atento a los vínculos, a la memoria colectiva y a las heridas históricas, apostando por una primera mitad más atmosférica y autoral antes de dejar que el horror y la violencia emerjan de forma orgánica.
Más que una película de terror convencional, Sinners funciona como una metáfora poderosa sobre identidad, pertenencia y resistencia. Los vampiros no son solo criaturas nocturnas, sino la representación de un sistema que explota, vacía y devora comunidades enteras. La música, compuesta por Ludwig Göransson, se vuelve el verdadero corazón del film, fusionando blues, ritualidad y modernidad hasta convertir el sonido en un personaje más. Aunque el film deja entrever caminos que podrían haberse explorado con mayor profundidad, su apuesta no está en la acumulación de acción sino en la alquimia entre lo político, lo espiritual y lo sensorial. Sinners es una obra valiente, imperfecta y profundamente singular, un manifiesto disfrazado de espectáculo que confirma a Coogler como un autor dispuesto a arriesgarlo todo para decir algo propio.

Bring Her Back (Danny Philippou y Michael Philippou)
Bring Her Back (2025) confirma a los hermanos Danny Philippou y Michael Philippou como dos de las voces más singulares del terror contemporáneo. Lejos de apoyarse en fórmulas reconocibles o guiños evidentes al pasado, la película construye su identidad desde una incomodidad constante, física y emocional, que atraviesa cada plano. No se trata de un terror basado en sustos fáciles ni en estructuras previsibles, sino de una experiencia sensorial que trabaja con el asco, la tensión y el miedo latente. Desde su puesta en escena hasta su ritmo narrativo, el film se toma el tiempo necesario para envolver al espectador en un clima opresivo, donde lo desconocido y lo cotidiano conviven de forma perturbadora, y donde la sorpresa no es un truco, sino una consecuencia natural del relato.
Más allá del impacto visceral, Bring Her Back se sostiene sobre temas como la pérdida, el duelo y la fragilidad de los vínculos humanos, utilizando el terror como una herramienta expresiva y no como un fin en sí mismo. Las actuaciones, en especial la de Sally Hawkins, aportan una dimensión perturbadora al relato, construyendo personajes que generan miedo y compasión al mismo tiempo. La película no explica de más ni subraya sus símbolos: confía en la inteligencia y la sensibilidad del espectador para completar los espacios en blanco. En ese gesto reside gran parte de su potencia. Bring Her Back no busca agradar ni ser universal, sino que propone un descenso oscuro, incómodo y profundamente personal que deja marca, y reafirma que el cine de terror todavía puede sorprender cuando se atreve a romper con lo conocido.

It Was Just an Accident (Jafar Panahi )
Jafar Panahi vuelve a desafiar al poder con una de las películas más directas y emocionalmente expuestas de su carrera. El veterano cineasta iraní, perseguido durante años por el régimen de su país, construye aquí un relato que combina sátira negra, tragedia y un humor incómodo (realmente incómodo) para hablar de la violencia del Estado y de las heridas que deja incluso cuando la vida cotidiana aparenta normalidad. La historia parte de un hecho mínimo —un accidente nocturno en una ruta— que deriva en un encuentro cargado de memoria, miedo y reconocimiento. A partir de allí, Panahi despliega un relato coral donde distintos personajes, unidos por haber sufrido abusos del sistema, se ven arrastrados a una situación tan absurda como inquietante.
La película avanza con un tono cambiante que oscila entre lo grotesco y lo doloroso, sin caer nunca en la farsa vacía. Panahi utiliza el humor como arma política, especialmente en su retrato corrosivo de la corrupción institucional, donde los sobornos se piden con naturalidad y hasta se pagan con terminales electrónicas. La puesta en escena, casi onírica por momentos, refuerza la sensación de encierro moral y social, donde no hay escapatoria posible cuando toda una vida ha sido moldeada por la violencia estructural. Con esta obra, Panahi no solo reafirma su valentía como cineasta, sino que vuelve a demostrar que el cine puede ser un acto de resistencia, capaz de incomodar, hacer reír y confrontar al espectador con verdades difíciles de digerir.

Nouvelle Vague (Richard Linklater)
Con Nouvelle Vague, Richard Linklater firma una declaración de amor al cine y, en particular, al espíritu irreverente de la Nouvelle Vague francesa. Rodada en blanco y negro y con una puesta en escena que replica la estética y las limitaciones técnicas de fines de los años 50, la película reconstruye el caótico nacimiento de À bout de souffle (Sin aliento en Argentina) el debut cinematográfico de Jean-Luc Godard. Más que una biografía clásica, el film funciona como una inmersión en un momento histórico donde la cinefilia, la intuición y la desobediencia a las normas industriales estaban a punto de cambiar para siempre la forma de hacer películas. Linklater observa ese proceso con curiosidad y afecto, mostrando un París creativo, despreocupado y febril, donde nadie parecía del todo consciente de que se estaba rescribiendo la historia.
La película encuentra su centro en las tensiones del rodaje, con la obstinación casi críptica de Godard, la impaciencia de Jean Seberg ante un método que parecía improvisado y el juego cómplice de Jean-Paul Belmondo, más dispuesto a lanzarse al vacío. Aunque su guion a veces ordena y suaviza el caos que definió a la Nouvelle Vague, esta propuesta logra algo valioso como transmitir el entusiasmo contagioso de una generación que filmaba con urgencia, convicción y muy poco dinero. Linklater no intenta desmitificar ni canonizar, sino compartir su propia fascinación por el cine y por aquellos autores que le enseñaron a mirar. El resultado es una película accesible, cálida y pedagógica, que propone tanto descubrir como revisitar un movimiento que entendió el cine como un acto de libertad.

Die, My Love (Lynne Ramsay)
Con Die My Love, Lynne Ramsay entrega una de las películas más intensas y físicamente abrumadoras de su filmografía. Adaptada de la novela de Ariana Harwicz, la película se adentra sin concesiones en la experiencia del aislamiento, la maternidad y el colapso mental, siguiendo a una mujer atrapada en una casa rural de Montana mientras su vida emocional se fragmenta. Ramsay construye este descenso con una puesta en escena feroz, donde el sonido ensordecedor, la fotografía saturada y una dirección que no da respiro funcionan como extensiones del estado psicológico de su protagonista. Desde el inicio, la película deja claro que va a ser sutil ni esperanzadora, sino que apunta a ser una inmersión total en el dolor, el deseo y la confusión.
Jennifer Lawrence ofrece una interpretación cruda y visceral como Grace, una mujer que pasa del erotismo y la euforia a la paranoia y la autodestrucción, mientras Robert Pattinson encarna a un marido cada vez más ausente, incapaz de comprender la magnitud del derrumbe. A su alrededor, Ramsay llena el relato de figuras inquietantes y tensiones tácitas, hasta que la realidad comienza a mezclarse con fantasías y alucinaciones que vuelven todo inestable. Die My Love es una película incómoda, furiosa y emocionalmente agotadora, que observa la enfermedad mental no desde la contención sino desde el exceso. Puede resultar abrasiva, incluso extrema, pero en esa falta de moderación reside su fuerza. Ramsay filma desde una posición de poder absoluto, decidida a que cada imagen y cada sonido se sientan como un golpe directo al cuerpo del espectador.

Bugonia (Yorgos Lanthimos)
Con Bugonia, Yorgos Lanthimos vuelve a demostrar su talento para obligarnos a mirar de frente a personajes que resultan moralmente repulsivos y, aun así, inquietantemente fascinantes. La película plantea un duelo tan ideológico como violento entre dos figuras extremas: una CEO farmacéutica que encarna la hipocresía pulida del capitalismo contemporáneo y un activista radical convencido de que la única justicia posible pasa por la destrucción del sistema. Lanthimos retrata este enfrentamiento con una mezcla de humor negro, frialdad quirúrgica y provocación constante, heredera del mejor Stanley Kubrick y del cine más salvaje de Oliver Stone, pero filtrada por su propia ironía. Desde el secuestro que dispara la trama, Bugonia se mueve en un terreno incómodo, donde ninguna postura resulta del todo defendible y cada argumento parece esconder su propia forma de violencia.
Emma Stone compone a una ejecutiva brillante y cruel, experta en vender empatía corporativa mientras su empresa deja víctimas a su paso, y Jesse Plemons ofrece una interpretación descomunal como un eco-terrorista paranoico, lúcido y delirante a partes iguales. El guion, afilado y sorprendentemente teatral, convierte sus diálogos en un campo de batalla sobre poder, culpa, activismo y cinismo moral, empujando al espectador a revisar continuamente sus propias empatías. Bugonia es un thriller de ideas que muta, se retuerce y termina adquiriendo una dimensión casi cósmica. Lanthimos entrega así una obra provocadora y perturbadora, capaz de incomodar y seducir al mismo tiempo, y de recordarnos que el mundo que estos personajes disputan es tan frágil como profundamente humano.

Highest 2 Lowest (Spike Lee)
Con Highest 2 Lowest, Spike Lee parece preguntarse abiertamente qué significa seguir siendo relevante después de décadas de carrera, y lo hace regresando a dos pilares fundamentales de su cine: Akira Kurosawa y Denzel Washington. El resultado es una película ambiciosa, irregular a propósito y cargada de energía, que arranca con una fidelidad casi asfixiante a High and Low antes de romperla desde dentro. En su primera mitad, el film avanza con un ritmo denso y controlado, encerrado en espacios lujosos que funcionan como metáfora de un protagonista desconectado del mundo real y de un creador que revisa su propio legado. Lee no oculta la sensación de estancamiento inicial sino que, al contrario, la utiliza para plantear una crisis artística y generacional que atraviesa tanto al personaje de Washington como al propio director.
Cuando la acción abandona el encierro y baja literalmente a la calle, Highest 2 Lowest se transforma en una explosión de cine puro. Lee recupera su pulso más visceral, mezcla música, movimiento y cultura urbana con una libertad contagiosa, y convierte una secuencia clave en una de las más vibrantes de toda su filmografía. Washington, en una de sus interpretaciones más afiladas de los últimos años, encarna a un hombre poderoso obligado a reconciliarse con su pasado, mientras el film abraza sin pudor el exceso estilístico, el humor y la identidad que siempre han definido al director. Más que un remake, Highest 2 Lowest es una declaración de intenciones, con un Spike Lee que no está mirando atrás por nostalgia, sino que está usando el pasado como trampolín para reafirmar su voz en lo que bien podría ser la etapa final de su carrera.

Mención especial: KPop Demon Hunters (Chris Appelhans y Maggie Kang)
KPop Demon Hunters podría describirse, en la superficie, como una mezcla improbable entre lo mejor de Disney y Pixar, el anime de magia y aventuras y la estética cultural del K-pop, pero su impacto va mucho más allá de esa fórmula llamativa. El fenómeno no se explica sólo por canciones que dominan los rankings o por su éxito arrollador en Netflix, sino por la solidez con la que articula espectáculo, emoción y su propio mundo narrativo. La historia de Huntrix —un grupo idol que protege a la humanidad mediante el poder literal de su voz— se sostiene sobre una mitología clara, dinámica y sorprendentemente madura. Rumi, su protagonista mitad demonio, encarna un conflicto identitario que no se queda en la metáfora fácil, sino que abraza el miedo a mostrarse tal cual es, el peso de la herencia y la culpa, y la dificultad de aceptar que incluso lo que duele forma parte de uno mismo. El guión entiende que estos temas solo funcionan si están orgánicamente ligados a los personajes, y por eso el conflicto con Jinu, líder de los Saja Boys, se vuelve el corazón emocional del relato, donde dos figuras están marcadas por su origen, enfrentadas por sistemas que los definieron antes de que pudieran elegir.
En lo formal, la película es un despliegue impresionante de energía visual y musical. La animación de Sony Pictures Animation vuelve a demostrar que el camino abierto por el Spider-Verse no es un truco estilístico, sino un lenguaje en expansión, lleno de colores vibrantes, expresividad exagerada, humor visual heredado del anime y una coreografía que convierte cada pelea y cada número musical en un acontecimiento realmente único. Pero el verdadero triunfo está en cómo la música no adorna, sino que narra. Las canciones no interrumpen la historia, sino que la empujan, la explican y la transforman, convirtiendo a KPop Demon Hunters en un musical donde cada tema es indispensable. Puede que tenga algún arco emocional menos explorado de lo deseable, pero su fuerza temática —la aceptación, la deconstrucción del odio inculcado, la hermandad— y su capacidad para generar una experiencia colectiva genuina la colocan muy por encima de la media del cine animado reciente. Estamos, sin duda, frente a una demostración de cómo el cine comercial puede ser vibrante, emotivo y honesto al mismo tiempo.
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