Por qué vivimos en “La era de la ansiedad”: ¿hay salida o llegó para quedarse?

En un abordaje desde la filosofía más que desde la psicología o la psiquiatría, Roberto Palacio hace una panorámica del presente para buscar los motivos de esta condición, que parece estar en auge, y las posibles soluciones.

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Roberto Palacio, autor de "La era de la ansiedad": “En un mundo privado verdades y utopías, sólo el cuidado de sí que procura el pensamiento podrá resignificar los síntomas de la incertidumbre”.
Roberto Palacio, autor de "La era de la ansiedad": “En un mundo privado verdades y utopías, sólo el cuidado de sí que procura el pensamiento podrá resignificar los síntomas de la incertidumbre”.

Muchas veces, por las noches, cuando uno cierra los ojos para irse finalmente a dormir, se escucha todavía “el latido de un mundo que sigue palpitando dentro de nosotros cuando toda acción ha cesado”. Eso que Kierkegaard, el padre del existencialismo, llamó la “aflicción reflejada”, es lo que hoy conocemos como ansiedad, una condición que aflige a gran parte de la población y que parece estar en auge desde hace varios siglos.

En La era de la ansiedad, editado por Planeta, el filósofo y ensayista colombiano Roberto Palacio se zambulle en el abismo de la ansiedad, “el vértigo de los tiempos que corren”, con un abordaje ya no desde la medicina, la psiquiatría o la autoayuda, sino desde el pensamiento.

“En un mundo privado verdades y utopías, sólo el cuidado de sí que procura el pensamiento podrá resignificar los síntomas de la incertidumbre”, afirma el autor, que pertenece desde 2019 a la red mundial de pensadores y divulgadores filosóficos IDW (Intellectual Deep Web) dirigida por el filósofo sueco Alexander Bard.

Desde la cultura “woke”, la corrección política y los “falsos gurús” de la felicidad hasta los problemas de la educación moderna en la “sociedad del desconocimiento”, Palacio hace una panorámica de 360 grados del presente con el fin de buscar las razones -y posibles soluciones no mágicas- detrás de esta condición cada vez más común en lo que llama La era de la ansiedad.

“La era de la ansiedad” (fragmento)

infobae

La “aflicción reflejada”

La ansiedad es una condición extraña. Podríamos pensar que se asemeja a la tristeza o a otros estados psicológicos que conocemos bien, como la depresión. Pero mientras la tristeza es por tal o cual cosa (estamos tristes por X), en realidad no estamos ansiosos por esto o aquello. Este punto ha sido de gran interés para los filósofos: la ansiedad es la condición que busca una causa.

Esta idea es uno de los temas del filósofo rumano Emil Cioran:

La ansiedad no se provoca: ella intenta encontrar una justificación para sí misma, y para poder centrarse en cualquier cosa, se fija en el más vil de los pretextos, a los que se pega una vez los ha inventado (…). La ansiedad se provoca a sí misma, se engendra, es “creación infinita”.

No podía ser de otro modo: hemos visto en este libro cómo nuestro mundo es afecto a los vacíos. La ansiedad es el estado emocional que se adecúa perfectamente. Decía acertadamente Kierkegaard que ella es la condición por excelencia que se debe a nada. Comprendió, al igual que Cioran luego de él, que la ansiedad era una condición no causada. En El concepto de angustia, la compara con los pasos percibidos de alguien que camina de un lado al otro en la habitación de arriba:

Como el péndulo de un reloj, así se balancea hacia adelante y hacia atrás sin encontrar reposo (…). Con el paso del tiempo, la monotonía tiene en sí misma algo adormecedor. Como anestesia la repetida caída de gotas de la lluvia, como el cansino rotar de la rueca, como el sonido continuo que produce una persona que camina con pasos medidos de un lado a otro de una habitación en el piso superior, así la aflicción reflejada halla al fin alivio en este movimiento que, como un desplazamiento ilusorio, se convierte en necesidad.

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Hablar de la “condición reflejada” implica que la ansiedad es un espejo del mundo, pero no es causada por él.

¿Cómo entender esta sutil distinción? La ansiedad es la continuación del funcionamiento del mundo dentro de nosotros cuando ya todo se ha acallado. Es el tictac de un reloj interno que se perpetúa sin motivo alguno. Es inevitable que venga a la mente lo señalado sobre TikTok en el segundo capítulo.

Regresemos a la imagen del niño que al lado de la piscina duda si saltar al agua. También dijimos que se le alienta a menudo a no hacerlo. Con ello lo que se perpetúa es la condición de posibilidad de su acto. La ansiedad es siempre sobre la posibilidad y, en los tiempos que vivimos, sobre la posibilidad no cumplida. La explicación que hace el filósofo Gordon Marino, quien, recordémoslo, pasó de ser el sparring de Mike Tyson a consagrado experto existencialista, en su libro La guía existencialista de supervivencia, viene al caso:

La ansiedad es sobre el conflicto de la aproximación y el evitamiento, uno en el que boxeamos con nosotros mismos, o más específicamente, hacemos las veces de “sparring” con el prospecto intimidante de ejercer nuestra libertad, realizando la posibilidad de convertirnos en nuestro verdadero yo.

Roberto Palacios sobre la ansiedad heredada: "Tiene mayor valor de supervivencia el que vivamos en un estado de continua alerta que de tranquilidad". (Imagen ilustrativa Infobae)
Roberto Palacios sobre la ansiedad heredada: "Tiene mayor valor de supervivencia el que vivamos en un estado de continua alerta que de tranquilidad". (Imagen ilustrativa Infobae)

El niño al lado del agua juega a la aproximación y al “evitamiento”, a la contención-posibilidad. Lo hacen los boxeadores todo el tiempo: un puño y se alejan; regresan con otro ataque idéntico. La verdad es que esto no es propio solo del niño que se aventura al mundo —o del boxeo, si a eso vamos—.

Una de las tesis centrales de este libro es mostrar cómo hoy hacemos lo mismo en mil otros escenarios; en el amor, jugamos al intenso y al tóxico acercándonos al amado y alejándonos al mismo tiempo; en la virtualidad, estamos y no estamos; en la educación, se nos alienta a conquistar un mundo pero descrito solo en palabras.

Ya hacíamos referencia a la idea de Byung-Chul Han: el mundo hipermoderno es aquel en el que a nada se le da cierre: nunca nos terminamos de educar, nuestras deudas se prolongan en prórrogas y jamás nos vamos de la casa de los padres. Nuestra forma de existir hoy es la de una provisionalidad que se vuelve la vida. Esto nos deja en estado de perpetua ansiedad, porque ella es la sensación que mezcla el deseo y el temor que sentimos antes del reto cumplido.

Algunas posibilidades, claro, es mejor que no se cumplan. Dice Sartre sobre la ansiedad en su habitual genialidad, que parados ante un abismo sentimos ansiedad, no tanto de que podamos caer, sino porque sentimos que tenemos la libertad de saltar. La ansiedad es el vértigo de la libertad.

¿Hay algo que describa mejor la posibilidad no consumada que invade nuestro tiempo que este temor ante la libertad de destruirnos? No nos extrañará que junto con el aburrimiento —dos estados que se asemejan notoriamente, como veremos más adelante— sean las condiciones contemporáneas por excelencia.

Roberto Palacio: "La ansiedad es sobre el futuro, y por esta razón impide nuestra habilidad de vivir en el momento".
Roberto Palacio: "La ansiedad es sobre el futuro, y por esta razón impide nuestra habilidad de vivir en el momento".

Una visita catastrófica al zoológico

Pareciera, por la forma como lo he expuesto, que la idea de la ansiedad como condición sin causa es una mera figura literaria existencialista, cargada de poesía. Pero la ansiedad, sin metáfora concebida, es un estado que se dispara independientemente de una serie de hechos puntuales que la estén provocando.

Las teorías psicológicas y filosóficas más cercanas a la ciencia, especialmente las basadas en ideas evolucionistas (algunas tomadas del mismo Darwin), concuerdan con lo que venimos exponiendo. Nuestro cerebro, que para el neolítico ya había tenido sus últimos cambios significativos moldeados por la selección natural, evolucionó de tal manera que tiene mayor valor de supervivencia el que vivamos en un estado de continua alerta que de tranquilidad. La evolución funciona haciendo uso de mecanismos “rápidos y sucios” que distan de ser perfectos. Evolucionaron para mantenernos vivos.

¿Cuál es uno de sus principales defectos? Dichos mecanismos se saben encender, y pocas veces tienen un “apagado”. Tal es la ansiedad, un vestigio evolutivo de nuestro pasado homínido expuesto a los peligros del mundo de hace ochenta-cuarenta mil años. Los que sobrevivieron para pasar los genes a una siguiente generación fueron los inquietos, los que nunca dormían bien, incluso guarecidos de los peligros.

La ansiedad surgió en un mundo en el cual la amenaza de ser perseguido por un tigre no era improbable, algo que hoy uno puede imaginar sucediendo solo en una visita catastrófica al zoológico. Los individuos que vivían en continuo estado de alerta —no los que se entregaban a la idea de que el peligro había pasado— se cuentan entre nuestros antecesores. Los que vivían sin inquietud no duraron lo suficiente para dejar descendencia.

Los estados psicológicos que entonces surgieron con un valor de supervivencia siguen en pleno funcionamiento, aunque en un ambiente radicalmente más seguro. El resultado es que estamos perfectamente protegidos en la casa, y sin embargo el mundo sigue haciendo tic dentro de nosotros, como si hubiera un peligro silencioso al acecho.

Es innegable que sentimos la enorme tentación de darle a cada estado psicológico que nos aflige una procedencia objetual. Es casi inevitable intentar encontrar en el mundo externo un disparador de la ansiedad: la enfermedad de mi perro, el fin del semestre, los números que no he logrado para este mes. Sin embargo, todo es una acomodación, una atribución nuestra. Dice Gordon Marino: “Aunque lo hayas resuelto todo, siempre hay algo más por lo cual estar ansioso”. La ansiedad es sobre el futuro, y por esta razón impide nuestra habilidad de vivir en el momento.

La mayor prueba de que la ansiedad no cesa fácilmente es que cuando una de estas cosas se ha resuelto, para bien o para mal, estipulamos una nueva fuente a nuestra aflicción.