Historia íntima de Rolando Rivas, el taxista que puso a los varones a mirar telenovelas

A 50 años de su emisión, la tira de Alberto Migré protagonizada por Claudio García Satur y Soledad Silveyra continúa siendo una de las más exitosas de la televisión argentina. Por qué se dice que revolucionó el género y cómo pasó de ser una idea descartada a “parar el país” con cada capítulo.

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Ya pasó medio siglo desde el estreno de la telenovela "Rolando Rivas, taxista", de Alberto Migré, una de las más exitosas de la historia de la televisión argentina.

Rolando Rivas, taxista fue una de las telenovelas más exitosas de la historia de la televisión argentina y logró trascender el género con una popularidad que aún conserva a 50 años de su emisión original. Protagonizada por Claudio García Satur, Soledad Silveyra y Nora Cárpena, fue creada por el célebre Alberto Migré, uno de los libretistas más famosos y recordados del país.

Se paraba el país. A 50 años de Rolando Rivas, taxista, escrito por Nora Mazziotti, Gustavo Moscona y Marcelo Camaño e ilustrado por Miguel Rep, hace un repaso por la historia de esta telenovela, los motivos detrás de su éxito rotundo y, además, la forma en la que cambió el paradigma de lo que podía ser una historia de amor en el prime time televisivo.

Como explica Liliana Viola en Migré, la autobiografía del libretista que fue prohibida por hacer pública su vida sexual: “Hasta ese momento, las novelas estaban dirigidas a las mujeres. No es que no hubiera hombres que las vieran, pero ese consumo solo estaba blanqueado, y hasta por ahí nomás, si las veían con sus madres, hermanas, abuelas. De otra manera, era una práctica vergonzante. También se pasaban en el horario de la siesta, o de la tarde, que estaba destinado a las amas de casa. Al poner el Rolando en el título, rubricarlo con la profesión de taxista, más el horario nocturno de emisión, Migré suma a un público masculino”.

Se paraba el país. A 50 años de Rolando Rivas, taxista” se presentará hoy, miércoles 7 de junio, en Perón Perón (Bolívar 813, CABA) a las 19, con participación de los autores Nora Mazziotti, Gustavo Moscona y Marcelo Camaño, así como del ilustrador Miguel Rep.

“Se paraba el país. A 50 años de Rolando Rivas, taxista” (fragmento)

“Se paraba el país. A 50 años de Rolando Rivas, taxista”, de Nora Mazziotti, Gustavo Moscona y Marcelo Camaño, con ilustraciones Miguel Rep y editado por Milena Caserola.

De qué la va Rolando Rivas, taxista (por Nora Mazziotti)

Rolando Rivas, taxista narra una gran historia de amor, romántica y melodramática que, como todas las de Alberto Migré, transcurre en barrios de Buenos Aires y tiene una fuerte impronta costumbrista. En la primera temporada, los protagonistas se conocen y de inmediato sienten una enorme atracción. Pero la relación es compleja, llena de idas y venidas, de caprichos y fuertes diferencias de clase. Ella es una millonaria y adolescente heredera; él, un laburante. La pareja no termina unida.

Y en la segunda parte, la relación de Rolando es con quien “se hace llamar Natalia Coronel, (Nora Cárpena) para que no la reconozcan como la esposa de un guerrillero que en el barrio y en las calles todos conocen como ‘el Nato Córdoba’. (…) El Nato era un cuadro importante del Ejército Revolucionario Reivindicador y muere luchando en Bolivia. (…) Su esposa se vio forzada a alejarse de él para salvar su vida y la del hijo.” Luego ella queda viuda y blanquea su verdadero nombre, Natalia Riglos Arana, cuenta Liliana Viola.

Tal vez la primera parte sea la más recordada por el erotismo entre Rolando y Mónica, los besos apasionados, la ternura y la química entre los protagonistas, que no podían dejar de tocarse y acariciarse cada vez que se encontraban. En la segunda temporada, luego de la separación de Mónica y Rolando, surge un amor más maduro y racional con Natalia, donde prevalece la protección y la ternura. Nuevamente cito a Liliana Viola: “El motor de la trama no se alimenta de la combustión sensual sino de las peripecias para lograr la reconstrucción de una familia en términos legales”.

Además, ella tiene un hijo de cinco años también llamado Quique (Marcelo Marcote) y Rolando establece de inmediato una fuerte relación con él. “Conseguir la separación, poder inscribir al niño con el apellido de Rivas, llegar al casamiento vía Montevideo” eran las peripecias de la segunda temporada. Migré innova porque el título alude a un hombre y a una profesión. Hasta ese momento, las novelas estaban dirigidas a las mujeres, y se llamaban El amor tiene cara de mujer, Estrellita, esa pobre campesina, o Simplemente María. No es que no hubiera hombres que las vieran, pero ese consumo solo estaba blanqueado, y hasta por ahí nomás, si las veían con sus madres, hermanas, abuelas. De otra manera, era una práctica vergonzante. También se pasaban en el horario de la siesta, o de la tarde, que estaba destinado a las amas de casa. Al poner el Rolando en el título, rubricarlo con la profesión de taxista, más el horario nocturno de emisión, Migré suma a un público masculino.

En "Migré", el libro prohibido de Liliana Viola, la autora escribe la biografía del mítico creador de telenovelas argentino.

La televisión en 1972

Pasaron cincuenta años. Hay que pensar que no solo el país era otro. La tele era otra. Había cuatro canales de aire, y se producía mucha ficción. Si bien todos los canales pasaban novelas, Rolando fue única y distinta a las demás. Por algo se la recuerda. Para los noveleros, Migré es como una marca, un tatuaje compartido. Que es generacional, sí, pero que la excede, la desparrama, la multiplica.

Alberto Migré ingresó a la televisión en 1961, proveniente de la radio, y era uno de los autores más prestigiosos. Era autor de Canal 9, propiedad de Alejandro Romay, donde hizo una novela tras otra. El 9 era el canal con audiencia más popular y que más laburo daba a técnicos, actores y actrices.

En esos años, los canales de televisión tenían dueños, personas físicas que trabajaban ahí, recorrían los estudios, andaban por los pasillos y conocían a todes los que laburaban en el canal. Casi una televisión pyme, de entrecasa. No eran corporaciones internacionales que dan órdenes desde un monitor de algún lugar remoto. Los canales argentinos tenían acuerdos con las broadcasting norteamericanas para pasar series, pero el grueso de la programación era de factura local.

Alberto Migré era el dueño de sus productos, tenía la última palabra. El programa era de quien lo hacía. Se podría decir que eran novelas “de autor”, tenían la impronta de quien las escribía.

Un autor exitoso como él tenía derecho a contar lo que quería, cómo lo quería y también podía elegir el elenco. Me acuerdo que en el 2000, participando en una mesa redonda, se enojó con un colega que manifestó, sin el menor conflicto, que la productora para la que trabajaba no le permitía decidir sobre el destino de los personajes.

En general en esos años no se trabajaba en equipo, sino solo. Migré escribió sin colaboradores hasta la década del 90. Y él indicaba la musicalización, llevaba sus propios discos, seleccionaba los temas. Elegía con quienes quería trabajar. Tenía un equipo casi fijo de actores y actrices de reparto que lo acompañaron en sus no velas, a quienes les tenía un enorme cariño. “No puedo soltarles la mano”, decía.

Le daban un estilo, eran su rúbrica. Y además, él conocía sus capacidades y les permitía lucirse, dejar que el personaje creciera, agregando muletillas, sombreros, anteojos o cualquier otro elemento que aportara un plus a la caracterización. Pero también exigía que respetaran a pie juntillas el libreto. Como ningún otro autor de su etapa, crea personajes secundarios que no son ni elemento de utilería, ni mera escucha del protagonista. Tienen vida, frases, expresiones, historias que quedaron en la memoria de sus audiencias.

Soledad Silveyra y García Satur eran los protagonistas de "Rolando Rivas, taxista".

Una novela en un taxi

Y Migré tenía hacía tiempo en la cabeza la idea de una novela en un taxi que recorriera la ciudad. Pero Romay no lo veía, le parecía que no iba a funcionar. Además, era costoso mover las cámaras en la calle, eran pesadas, “implicaban el traslado de un camión gigantesco, (por eso) muchas escenas están filmadas en fílmico, en dieciséis milímetros, que luego se empalmaba con el resto”, explica Liliana Viola. Entonces se la ofreció a Canal 13, cuyo dueño, el cubano Goar Mestre, que competía minuto a minuto con Romay, la aceptó.

Cuenta Liliana Viola en su libro prohibido que Romay dijo: “«Estás loco, Alberto, ¿cómo se te ocurre hacer una novela adentro de un taxi?» Y Migré recordaba que cuando promediaba la emisión de Rolando… y ya era un éxito, un Romay fervoroso y emocionado lo llamó por teléfono y le dijo “¿Cómo pude perderme esto? ¿Cómo no me convenciste? Debías haber insistido.”

Migré “quería un taxista que dialogara con sus pasajeros dentro de un coche de verdad mientras recorría las calles de Buenos Aires. Mónica Helguera Paz vive en Recoleta y después en San Isidro. Va a un colegio privado en Guido y Callao, Rolando vive en Boedo y se ven los negocios, sus vecinos y sus bares. Está la calle Oruro, la calle Colombres, y en la vereda de enfrente vive su novia. Puerta cancel, ventana con balconcito a la calle. Más ruptura: mientras los demás galanes toman whisky en las rocas, Rolando toma mate. Lo pierde el billar y tomarse unas cervezas de parado con los muchachos de la barra”, dice Liliana Viola.

Migré, que entendía de públicos y sensibilidades, argumentaba, defendiendo la idea: “El taxi es el único escenario que puede permitir cruzar historia romántica con actualidad sin convertir su telenovela en un noticiero. Y la gente quiere amor, pero cree que quiere noticiero”.

Y se metió a hacer trabajo de campo. Compartió muchos momentos y comidas con taxistas, preguntó y preguntó. De ahí surge la barra de amigos del Rolo, con sus encuentros en el bar y los partidos de billar. Y hablan, discuten, se confiesan, se ríen, se hacen burlas. Pero sobre todo, se ayudan.

Al principio, la novela no tuvo demasiado éxito, pero en esos años las mediciones de rating no eran instantáneas y a las historias les daban un tiempo para afianzarse en la pantalla. Canal 9 contra ponía con Carmiña, de Abel Santa Cruz, una versión de Nuestra galleguita, telenovela de 1969, que tiene a su vez origen en la radio, con el título de La muchacha que vino de lejos. Es la historia de la empleada doméstica gallega que se enamora y luego de vencer muchos obstáculos, se casa con el joven de la casa donde sirve. La fórmula más tradicional, manejada con pericia por Abel Santa Cruz, otro de los autores de peso en esos años, también funcionaba.

A los dos meses, Rolando empezó a subir el rating hasta que estalló. Hay una frase de esos años. “Con Rolando se paraba el país”. No quedaba nadie en la calle, y en sus casas o en los bares, gran cantidad de argentinos y argentinas veían Rolando Rivas. Cada capítulo llegaba a los 40 puntos de rating.

Como sucede con eventos importantes, no solo se recuerda el hecho, sino lo que una estaba haciendo en el momento en que se produjo. De ahí que haya muchísimos relatos que rememoran qué ocurría durante esos martes a la noche: chicas adolescentes a las que la familia no se las dejaba ver, y se iban a dormir a casa de una amiga donde sí podían verla; grupos de amigas que se reunían en casas rotativas; un amigo que se mudó un martes, y lo primero que hubo que hacer en la nueva casa fue colocar la antena para que esa noche vieran Rolando. En el libro de Liliana Viola y en las páginas de fans hay muchos más testimonios.

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