Julio Sanguinetti y Pepe Mujica: dos políticos rivales que se sentaron a pensar juntos el futuro, por el bien de todos

Se consideran “el agua y el aceite” pero aceptaron el reto de hablar de todo como un símbolo del valor de la democracia. Los expresidentes uruguayos quisieron mostrar que incluso en la discrepancia es posible conversar.

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El diálogo de Julio Sanguinetti y Pepe Mujica. (Cortesía Editorial Debate)
El diálogo de Julio Sanguinetti y Pepe Mujica. (Cortesía Editorial Debate)

Una mañana de junio, Alejandro Ferreiro prendió la radio en su casa en Montevideo y se detuvo a escuchar la entrevista que le estaban haciendo al expresidente Julio María Sanguinetti. Hacía unas semanas se había realizado el referéndum por la Ley de Urgente Consideración impulsado por el actual presidente Luis Lacalle Pou —había ganado el “No” con poco más de veinte mil votos— y Sanguinetti hablaba del tema. Por esos días se habían dado algunos debates entre ediles y diputados, pero nada demasiado impactante.

El periodista, entonces, le preguntó a Sanguinetti por qué no debatía él, a lo que él quiso saber con quién iba a debatir. “Con Mujica”, dijo el otro. Pero Sanguinetti respondió que no: “Mujica y yo somos dos viejos que tendríamos que sentarnos en un bar a hablar de la vida”.

Ferreiro escuchó esa respuesta y tuvo una suerte de epifanía. Ese era el libro que había que hacer: había que juntarlos a hablar de la vida y el futuro, de los puntos en común que podían llegar a tener aunque ni ellos mismos lo supieran. “Inmediatamente hablé con Gabriel Pereyra”, dice ahora en diálogo con Infobae Leamos, “luego nos comunicamos con ellos, y en media hora ya teníamos la respuesta afirmativa de, por lo menos, juntarse a escuchar la propuesta”.

Así, las oficinas de la editorial Penguin Random House fueron el escenario del encuentro entre dos figuras que pasaron gran parte de la vida desencontrados: Julio María Sanguinetti, líder del Partido Colorado, liberal, presidente del Uruguay en los períodos 1985-1990 y 1995-2000; y José Pepe Mujica, líder del Frente Amplio, socialista —ex Tupamaro—, presidente uruguayo entre 2010 y 2015. “Allí les planteamos por qué nos parecía que tenían que hacer este esfuerzo”, sigue Ferreiro, “y ese mismo día ya quisieron grabar unos cuarenta minutos, la primera de las charlas”.

En total fueron seis encuentros, que dieron como resultado el libro El horizonte. Conversaciones sin ruido entre Sanguinetti y Mujica (Ed. Debate). Con la coordinación de Alejandro Ferreiro y Gabriel Pereyra, los expresidentes se prestaron a conversar, reflexionar, acordar y discrepar sobre la democracia, el Estado, la economía, el consumo, el capitalismo, la ciencia, el arte, la corrupción, el narcotráfico, la familia, el amor, y hasta el fútbol.

“Ejercitaron el arte de la tolerancia”, dice Pereyra, que destaca la importancia del gesto: “En momentos en que el clima político está tan encrespado, dos dirigentes que supuestamente están en las antípodas pudieron sentarse amigablemente a dialogar. No es una imagen televisiva, sino que queda escrito con lo permanente de la escritura”. Y completa Ferreiro: “Tenían que animarse a interceder en un ambiente que en los últimos tiempos se ha ido exasperando. Ellos lo entendieron y por eso aceptaron”.

Dialogar, dialogar, dialogar. Julio Sanguinetti y José "Pepe" Mujica, en Montevideo. (Editorial Debate)
Dialogar, dialogar, dialogar. Julio Sanguinetti y José "Pepe" Mujica, en Montevideo. (Editorial Debate)

La consigna de las charlas, entonces, era, antes que sumergirse en el pasado, hablar con los ojos puestos en el futuro. “Ambos aceptaron generosamente el reto”, escriben en el prólogo los periodistas, por lo que el libro “tiene aspiraciones de vencer la perentoriedad a que nos tiene acostumbrados el debate político. Las reflexiones de estos dos hombres, que en la política y en el ejercicio del poder parecen haberlo visto todo, se enfocan en el reconocimiento de que aquellas cosas que dividen a los seres humanos no obstan para que estos, como le viene ocurriendo a nuestra especie desde sus orígenes, solo puedan avanzar hacia un mismo lugar: el horizonte”.

Buscando un símbolo de paz

“El libro vale más por el símbolo que por el contenido”, dice Julio María Sanguinetti por Zoom. De los dos protagonistas, fue él quien pudo conciliar su agenda para hablar con Leamos. Sanguinetti no les resta importancia a los diálogos, sino que los pone en contexto. Y él también parte de la idea del diálogo como conciliación:

“En un mundo donde los candidatos a presidente prácticamente no pueden conciliar una idea —como lo hemos visto en la elección brasileña entre Lula y Bolsonaro— es necesario que quienes podemos, hagamos una contribución a que el debate democrático se mantenga. Con todas las pasiones, con todo el fervor y toda la convicción que se pueda tener en la diferencia, pero también con el espíritu de convivir en las mismas leyes, sabiendo que las instituciones están por encima de nosotros”, dice.

¿Cuál era la idea del libro?

—La misma que tuvimos el año pasado, cuando Mujica y yo dejamos juntos nuestras bancas del Senado. Dar un mensaje de republicanismo y civilidad para los jóvenes. Con esa idea tuvimos seis tardes en las que nos fuimos juntando, y hablamos de lo divino y de lo humano.

“Hoy tenemos otra amenaza más extraña: el populismo. Bolsonaro y Trump son populistas” Julio Sanguinetti

¿Qué grado de responsabilidad tiene un presidente —y lo extiendo a un expresidente— en cuanto a convertirse en un maestro de la democracia?

—Todos tenemos esa enorme responsabilidad. Y hoy la tenemos desde una perspectiva distinta. Cuando yo era niño la batalla era nada menos que entre el nazismo y la democracia. Salimos de esa guerra y el debate fue otro: entre la democracia liberal y el totalitarismo marxista o estalinista, como queramos llamarle. Luego, el combate en América latina se desarrolló en dialéctica guerrilla-golpe de Estado. A la salida de eso aparecemos los actores contemporáneos, entre los cuales Alfonsín y Sarney, inauguraron el retorno democrático en la región. Hoy tenemos otra amenaza más extraña: el populismo. Movimientos que tienen una legitimidad de origen, porque ganan una elección, y creen que eso los habilita para eternizarse en el poder, usar abusivamente el presupuesto y los poderes del Estado. Eso que va de las variaciones más extrañas, desde Venezuela hasta Rusia. El populismo en estos años no ha tenido frontera. Bolsonaro y Trump son populistas, porque no se atienen a las instituciones, porque actúan más allá de ellas. Felizmente, tanto en Estados Unidos como en Brasil, las instituciones han resistido. El populista de izquierda, cuyo caso paradigmático es Chávez, devino en una dictadura permanente como la de Venezuela. En ese contexto, quienes estamos viviendo y conviviendo en la democracia tenemos la responsabilidad enorme de mantener vivo este espíritu.

Pero ¿no es Uruguay un país muy excepcional en la región? Uno piensa en cómo las políticas públicas se mantuvieron a pesar de los cambios de color partidario. Eso no suele suceder en los países vecinos.

—Todos los países son excepcionales. La Argentina es excepcional en algunas cosas, Uruguay y Brasil en otras. Con Mujica respondimos favorablemente a la propuesta de los colegas periodistas porque importaba el elemento simbólico de dos expresidentes, que, en principio son el agua y el aceite, se fueran aproximando para que el debate político no se desborde. La democracia es una administración de disensos. Es la razonable administración de las diferencias.

—Pasa en Uruguay...

—El Uruguay es un país muy institucionalista. Aún los que se cayeron de la institución la vivían invocando. Las guerras del siglo XIX eran para ver quién interpretaba mejor la Constitución. La propia dictadura militar nunca pretendió ser refundacional; al revés, decían que trataban de preservar el buen país frente a las deformaciones de los últimos tiempos. Era una falacia, pero ni aún ellos se atrevieron a la refundación. Y en políticas de Estado ha habido muchas que sí y muchas que no. Puedo dar el ejemplo de la ley forestal que hicimos en el 87, y de 60 mil hectáreas de árboles plantados pasamos a un millón. En dos o tres años, va a ser el primer rubro de exportación, más que la carne. Eso sí fue una política de Estado; que no nació así porque el Frente no estaba de acuerdo, pero cuando llegó al gobierno la entendió y la desarrolló aún en una línea más privatista que nosotros.

infobae

Una de las coincidencias que tienen con Mujica es la mirada sobre el mercado y el peligro del monopolio. De hecho, mencionan un caso con nombre y apellido: Farmashop. Sorprende que Mujica incluso mencione a Adam Smith. ¿Cómo ve hoy la fuerza del Estado para poner esos límites?

—Adam Smith, que fue el gran teórico de la filosofía liberal, en su luminoso libro La riqueza de las naciones de ningún modo aleja el Estado de la regulación del mercado, como a veces la vulgata suele decir. A Smith le pasa lo mismo que a Marx, y le hacen decir lo que cada uno quiere oír. En ese pasaje hablamos de cómo en las modalidades comerciales actuales, a veces predominan ciertas cadenas que van cambiando los parámetros de la realidad comercial, y ahí el Estado tiene el rol, no de impedir la competencia sino de ordenarla.

—¿Cómo sería?

—La economía de mercado requiere de un Estado que asegure la competencia. Para que ella no termine negándose a sí misma. Porque, como dice el propio Smith, todo empresario pretende el monopolio. Incluso Smith dice que no son solo los obreros quienes se juntan en sindicatos: también los empresarios se juntan tácitamente para defender sus precios. Mucha gente se sorprendió de que Mujica coincidiera conmigo en Adam Smith, pero yo creo que Mujica, antes que socialista, va más por el lado de un romanticismo anárquico. Con mi colega Mujica quisimos mostrar que aún en la discrepancia se puede conversar y que, de vez en cuando, más vale hablar de las cosas que coincidimos que de las que nos distancian, porque si no lo que hacemos es ahondar la herida y que nunca cicatrice.

¿Cómo espera que este gesto sea recibido políticamente?

—Naturalmente siempre hay posiciones individuales un poco extremas que me cuestionarán a mí y a él. Pero entiendo que el conjunto de la sociedad lo aprecia. Los pueblos son bastante más sensatos hoy. Esto es paradójico: yo advierto en los pueblos un instinto de prudencia mucho mayor que en las élites políticas. Pruebas al canto: en Brasil esperábamos una avalancha de izquierda que se iba a llevar todo por delante y Lula apenas le ganó a un Bolsonaro que no hubo disparate que no hiciera para perder la elección. En Estados Unidos se esperaba un aluvión de derecha y parecía que Trump iba en un caballo blanco al galope para llegar de nuevo a la presidencia y hubo sensatez. En Chile, el 80 por ciento de la gente estuvo a favor de una nueva Constitución, pero cuando una constituyente bastante extraña saca su producto y se la vota, saca el 65 por ciento en contra. ¿Por qué? Porque era una Constitución poco sensata. En estos momentos, en que estamos asistiendo a la tentación populista, hay que permitir que los canales sensatos se expresen como lo vienen haciendo.

Por lo que responde, da la sensación de que usted es optimista con el futuro.

—Nadie que haga política puede ser pesimista. La política es un ejercicio de optimismo. Desde que uno nunca va a poder cumplir todos sus sueños, pero tiene que seguir abrevando por ellos. En la democracia es mucho más importante lo que uno evita que lo que uno hace. Normalmente no se lo agradecen a uno, porque no ocurrió. Pero suele ser lo más importante.

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