Vivimos en una sociedad obsesionada con la productividad, el bienestar constante y la felicidad como mandato, por lo que la tristeza se ha convertido en algo de lo que hay que huir, una emoción que debe ocultarse, minimizarse o resolverse cuanto antes. Así, nos rodean mensajes que nos empujan a “estar bien”, lo que provoca que los sentimientos desagradables acaben por atravesarse en silencio, generando en quien los sufre culpabilidad.
El malestar se vive como una anomalía o un fallo personal en lugar de una parte inevitable del recorrido vital. Llorar, parar o sentirse perdido parece incompatible con el ritmo que se nos exige.
En ese contexto, hablar de duelo (no solo por la muerte, sino por las pérdidas cotidianas, los cambios vitales o las rupturas) se vuelve un acto complicado. La psicóloga Ángela Fernández propone precisamente lo contrario a esa huida constante del dolor: mirarlo de frente, habitarlo y comprenderlo como una experiencia necesaria para poder reconstruirse.
En uno de sus vídeos de TikTok (@angelaprs.psicologia), la experta parte de una frase del cuento El camino de las lágrimas, de Jorge Bucay: “No hay atajos para el duelo”. Esto, según señala, le hizo reflexionar en que el problema no es el dolor en sí, sino nuestra urgencia por eliminarlo.
La importancia de dar espacio y tiempo a la tristeza
“Cuando algo se rompe, una parte de ti, una relación, una etapa, lo primero que solemos hacer es intentar distraernos, quitarnos ese dolor de encima cuanto antes, como si atravesar el dolor fuera innecesario o fuera una pérdida de tiempo”. Esa prisa, señala, impide que el proceso cumpla su función.
Para la psicóloga, la tristeza no es un castigo ni un obstáculo, sino una señal. “La tristeza no está ahí para hacerte la vida más difícil, está para enseñarte cosas que igual tú de primeras no puedes ver o cosas que no has estado viendo hasta ese momento”. Es una emoción que obliga a detenerse y a observar lo que normalmente se evita.
Fernández utiliza una imagen potente para describir ese momento de revelación. “Es una especie de telón que de repente se abre y puedes ver toda tu vida con un foco enorme y eso muchas veces genera muchísimo dolor”. Mirar de frente esa escena no es cómodo, ya que aparecen contradicciones, renuncias y aspectos propios que cuesta aceptar.
Ese proceso, insiste, no puede hacerse deprisa. “Va a haber cosas que no te van a gustar, va a haber cosas que no vas a querer aceptar en ese momento y tienes que confiar en que la tristeza nos invita a reflexionar, a reconectar más con nosotros mismos, a ver una versión actualizada de ti y no el yo que te ha acompañado hasta ahora”. El duelo implica reconocer que algo ha cambiado y que uno también lo ha hecho.
Ese cambio necesita espacio. “Ya has cambiado, las cosas han cambiado y necesitas un espacio para reordenarlo todo de nuevo”. Pretender gestionar una pérdida sin concederse tiempo es, para Fernández, una trampa frecuente. “Es imposible gestionar bien una emoción o un cambio vital haciéndolo con prisa, con anticipación, con ganas de quitármelo de encima”.
La psicóloga recurre a una metáfora doméstica para ilustrarlo. “Es como si quisieras pintar toda tu casa sin mover absolutamente nada. Va a ser un caos. Vas a pasarlo muchísimo peor”. Reconstruir exige desorden previo, pausa y una cierta incomodidad inevitable.
Ese espacio de aparente vacío es, paradójicamente, el lugar donde comienza la conexión con uno mismo. “Para poder reconstruir hay que hacer espacio, y en ese espacio que te das es justo el momento clave donde vas a empezar a conectar contigo”. Negarse a atravesar ese tránsito tiene consecuencias a largo plazo. “Y es que si no atraviesas la tristeza, si no vives el duelo, vas a vivir desde la herida”. Una herida que, aunque se pueda intentar tapar, sigue condicionando la forma de estar en el mundo.