Cada 22 de diciembre, las voces cantarinas de los niños de San Ildefonso resuenan en todos los hogares españoles. La Lotería de Navidad se consagra como uno de los días más destacados de estas fiestas y una de las señas de identidad de España. Más que la invasión del turrón en los estantes de los supermercados o el encendido de las luces, el anuncio de la Lotería es, para muchos, el verdadero pistoletazo de salida de la Navidad.
Este sorteo se promociona a sí mismo con conceptos como “mágico”, “único”, “especial” y toda una variedad de adjetivos que buscan adornar como un árbol de Navidad esta tradición que mueve millones de euros cada año. Sin embargo, tras la elección de esos números que consideramos de la suerte y las conversaciones anodinas que se repiten cada año, es posible que exista cierto riesgo de adicción en la compra de décimos.
En muchas casas, la acumulación de décimos supera los 150 o 200 euros invertidos, una cifra nada despreciable en una época tan señalada por los gastos en regalos, comidas, ropa y viajes. De acuerdo con los datos facilitados por la Administración de Loterías y Apuestas del Estado, cada español compra de media cuatro décimos en su búsqueda del Gordo. Para el psicólogo Francisco Rivera Rufete, psicólogo y Clinical Manager del gabinete de psicología Unobravo, esta normalización del “todo el mundo juega” puede “invisibilizar comportamientos problemáticos en personas vulnerables”.
En estas fechas, el riesgo de ludopatía aumenta significativamente, puesto que “las fiestas combinan una mayor exposición a estímulos publicitarios, una mayor disponibilidad de juegos y un discurso social que celebra el azar como parte del espíritu navideño”. A ello se le añade, explica el psicólogo, una serie de pensamientos distorsionados, como “esta vez puedo recuperar lo perdido” o “la magia de Navidad puede cambiar mi suerte”, que pueden crear una falsa ilusión y convertirse en uno de los motores más habituales de decisiones impulsivas.
“La lotería no es ludopatía, pero la hace ver inofensiva”
Rivera Rufete aclara a Infobae España que la tradición de la lotería no genera adicciones en sí misma. De hecho, “es una práctica social que refuerza vínculos y el sentido de pertenencia”. El verdadero problema estaría en perder el control en la compra de décimos: “Por ejemplo, alguien puede comprar un décimo porque en su oficina lo hacen todos (eso es una tradición compartida), pero si otra persona compra varios boletos ‘para aliviar su ansiedad’ o se siente inquieta si no puede jugar, esa conducta ya no encaja en lo tradicional; es una señal de alerta que merece atención profesional”.
Por su parte, el psicólogo José Manuel Zaldúa, socio fundador de Esvidas, centro especializado en el tratamiento de las adicciones, concuerda con Rivera en que “la lotería no es ludopatía”, en tanto que esta es una enfermedad que implica la pérdida de control progresiva sobre el juego y el deterioro de varias áreas de la vida. “Solo si ese comportamiento se mantiene en el tiempo, genera malestar o pérdida de control, podríamos empezar a hablar de una posible ludopatía”.
Los psicólogos de Esvidas recuerdan que “la adicción al juego no surge de un día para otro”, ya que se trata de un proceso que combina multitud de factores biológicos, psicológicos y sociales. “Jugar de forma ocasional y consciente ‘no es un problema’, pero si el juego se convierte en una vía para escapar de emociones o buscar sensaciones intensas, es importante prestarle atención y, si es necesario, pedir ayuda profesional”, explica Zaldúa en una entrevista con Infobae España.
El problema que supondría este sorteo extraordinario es, por tanto, que hace parecer a la ludopatía más inofensiva de lo que realmente es. Según el psicólogo, la tradición en sí misma no convierte a nadie en adicto, pero puede llevar a suavizar la percepción del peligro, ya que “sigue siendo un juego de azar y eso implica ciertos riesgos que muchas veces pasan desapercibidos”.
Apostar en un casino, comprar un décimo de lotería
El riesgo de la lotería se encuentra especialmente en personas adictas al juego. Aunque a simple vista comprar un décimo y apostar en un casino pueden parecer actividades muy distintas (una se asocia a un ritual navideño, la otra a personas cargadas con el estigma de ludópatas), el mecanismo que se activa en el cerebro en ambas es bastante similar.
Acudir a la administración del barrio a comprar el número del trabajo o participar en casas de apuestas genera sensaciones muy parecidas a nivel psicológico. “En ambos casos hay una mezcla de anticipación, ilusión y esperanza que despierta en el cerebro los mismos mecanismos de recompensa”, añade Zaldúa. De esta manera, “la principal diferencia entre ambas formas de juego es cultural y social”.
Rivera aclara que esta diferenciación entre ambas actividades se explica también por el sesgo en la percepción del gasto. Así, los gastos pequeños y repetidos se ven como insignificantes, mientras que gastar mucho de golpe, como en Navidad, se justifica porque se interpreta como algo simbólico o ritual.
“Desde la clínica insistimos en mirar el gasto total y, sobre todo, la función psicológica del juego. Alguien puede pensar ‘solo gasto dos euros a la semana’, pero al final del año ha invertido más que quien compra uno o dos décimos puntuales”, explica. Por tanto, “no es la cifra aislada lo que define el riesgo, sino el patrón que se forma alrededor de ese gasto”.
La Navidad, la época más difícil para las personas adictas al juego
Durante el mes de diciembre, buena parte de las conversaciones giran en torno al sorteo de Navidad y la Lotería del Niño. Fantasear sobre la probabilidad de tener el décimo ganador del Gordo, sobre qué se haría con el dinero, bromear con la familia, los amigos, los compañeros de trabajo... todo ello envuelve estos días en una burbuja de la que difícilmente pueden escapar las personas adictas al juego. Zaldúa lo sintetiza: “La lotería está por todas partes”.
“La Navidad multiplica las tentaciones y la vulnerabilidad” a caer en una compra exagerada de décimos debido al aumento de los estímulos relacionados con el azar. “En consulta observamos cómo aumentan la ansiedad y la impulsividad, y también cómo crece la tendencia a ocultar comportamientos por vergüenza”, cuenta Rivera.
Para Zaldúa, lo importante es no enfrentarse a ello solo. “Mantener el contacto con su terapeuta o con personas de confianza ayuda muchísimo. También es fundamental permitirse decir ‘no’ sin sentirse raro ni culpable”, concluye.