Durante años, Antonio vivió con un peso muy por encima de lo saludable. Con apenas poco más de 30 años, llegó a alcanzar los 145 kilos. Su historia, compartida en una entrevista con Men’s Health, muestra cómo factores como el sedentarismo, una mala alimentación y la falta de estructura en las rutinas pueden derivar en problemas físicos serios. En su caso, el diagnóstico fue claro: hipertensión arterial y dificultades circulatorias. A eso se sumaban síntomas como el cansancio permanente y las dificultades para moverse con normalidad. Reconoció que su estado físico ya empezaba a afectar incluso su desempeño laboral. Trabajaba en unos grandes almacenes y debía desplazarse habitualmente, lo que le resultaba muy complejo.
Creció en Venezuela, en una familia de origen italiano donde la gastronomía era importante, y él mismo admitía recurrir con frecuencia a la comida rápida. Más adelante, ya viviendo en Terrassa (Barcelona), consiguió su puesto en los grandes almacenes, y su alimentación no mejoró. Fue a raíz del diagnóstico médico cuando decidió que debía hacer un cambio importante.
Cambios en la alimentación
El primer paso fue reorganizar completamente su dieta. En el desayuno, comenzó a tomar yogur natural sin azúcar con fruta —kiwis, fresas o plátanos— y unos huevos revueltos sin sal. Las comidas principales se centraron en ensaladas con base de rúcula o espinacas, a las que añadía una fuente de proteína y grasas saludables como aguacate o frutos secos. Eliminó los fritos, dejó de consumir productos ultraprocesados y solo cocinaba con aceite de oliva.
Respecto a las cenas, uno de los cambios más llamativos fue la incorporación frecuente del gazpacho. “En la cena suelo tomar gazpacho o fruta”, explicó en la misma entrevista. Lo integró como una opción habitual. Este plato tradicional de la dieta mediterránea, elaborado a base de tomate, pepino, ajo, cebolla, pimiento, vinagre y aceite de oliva, es ligero, nutritivo y refrescante. Su perfil nutricional lo convierte en una opción adecuada para cerrar el día sin un exceso calórico, ya que una ración de unos 250 ml contiene entre 80 y 120 kilocalorías. Además, su contenido en fibra y agua proporciona saciedad, algo clave para evitar picar entre horas.
El gazpacho fue uno de varios platos que Antonio adoptó dentro de una dieta mucho más controlada. Redujo la ingesta calórica global sin necesidad de aplicar restricciones extremas. No renunció completamente a todos los gustos personales: “A veces también tomo una tapa de patatas bravas”, admitió, mostrando un enfoque flexible. Tampoco eliminó del todo platos tradicionales como la pasta, aunque su consumo pasó a ser puntual y moderado.
Rutina física y constancia
Además de la alimentación, Antonio incorporó el ejercicio físico como parte de su nueva rutina. Comenzó con actividades cardiovasculares como spinning y más adelante añadió entrenamientos de fuerza, lo que le permitió fortalecer la musculatura y mejorar su metabolismo. La combinación de ambos factores, junto con la constancia, fue determinante para alcanzar una pérdida de 30 kilos en los primeros tres meses y otros 25 en los nueve siguientes.
En sus redes sociales, como X (antes Twitter), compartió el resultado de su transformación junto a dos imágenes de antes y después: “2019 vs 2022. Todo es posible, lograrlo depende de lo convencido que estés del objetivo. #tupuedes #adelgazar #vamosconTodo”, escribió en una publicación.
Su experiencia refleja cómo cambios sostenidos en el tiempo, bien estructurados y adaptados a las propias necesidades, pueden marcar la diferencia. Antonio no recurrió a soluciones rápidas ni a dietas milagro. Incorporó alimentos frescos y saludables, organizó sus horarios, y añadió movimiento diario a su estilo de vida. El gazpacho no fue una solución mágica, pero sí un buen plato que, dentro de un marco nutricional equilibrado, contribuyó a facilitar una rutina más saludable y realista para su día a día.