En la escuela secundaria, uno de cada tres estudiantes (34,9%) tiene “ausentismo crónico”: falta al menos el 10% del año. El fenómeno impacta en los aprendizajes, al interrumpir la continuidad pedagógica, pero también puede funcionar como una “antesala” del abandono escolar.
Los profesores lo observan en las aulas. Pero hasta ahora, las únicas cifras disponibles eran las que surgían del operativo Aprender o de las pruebas PISA, que incluyen encuestas a docentes, directivos y estudiantes sobre este tema. Una limitación de esos números es que se basan en las percepciones de los encuestados, que pueden no recordar con precisión cuánto faltaron los alumnos durante el año.
Un nuevo informe que la Secretaría de Educación presentó esta semana aporta por primera vez evidencia para medir el ausentismo sin depender de encuestas. Gracias a la expansión de los sistemas nominales de información educativa durante los últimos años, el estudio pudo cuantificar el ausentismo a partir de los registros diarios de asistencia de las escuelas, y –este es el punto más novedoso– analizar la dinámica del fenómeno durante el ciclo lectivo. Es un avance que puede servir, entre otras cosas, para diseñar sistemas de alerta temprana que permitan evitar que el ausentismo derive en abandono.
El ausentismo crónico es más alto en escuelas estatales (36%) que privadas (29,2%), según los datos relevados a través del Sistema de Gestión Escolar SiNIDE que desarrolló la Nación y que adoptaron 9 provincias. El problema es más crítico en el ámbito rural (36,3%) que en el urbano (30,2%), según el documento elaborado por la Subsecretaría de Información y Evaluación Educativa, a cargo de María Cortelezzi.
El informe oficial aclara que, aunque las cifras no son representativas de todo el país (abarcan solo a las escuelas de estas provincias que cargaron más del 80% de la asistencia durante 2024 y que están ubicadas en departamentos con más del 65% de escuelas en el sistema), sí ofrecen un “primer acercamiento” al fenómeno del ausentismo.
“Los sistemas nominales de estudiantes, a medida que incorporan más información y pueden garantizar la carga de datos básicos –algo que aún no logran todas las escuelas y las provincias de nuestro país– permiten darles magnitud a fenómenos que sabemos que existen y que explican una parte de los problemas de aprendizaje y de la falta de sentido que expresan los estudiantes de secundaria”, sostiene Nancy Montes, investigadora de Flacso y especialista de OEI.
Los “patrones” del ausentismo
Además de contar las faltas, los registros nominales permiten ver cómo evolucionan a lo largo del año. Esa dinámica muestra que las ausencias se incrementan progresivamente: en marzo son más bien bajas (3,4%), en abril crecen (8,4%) y a partir de mayo ya superan el 10%, una proporción que se mantiene hasta fin de año. Dos de cada tres alumnos tienen un patrón de ausencias crecientes a lo largo del año, mientras que uno de cada tres muestra un patrón “decreciente”, con menos faltas a medida que avanza el calendario.
Los días en que faltan más chicos son los lunes (10,1%) y los viernes (10,6%). El dato “sugiere un componente leve de cansancio o ‘desenganche’ asociados al inicio y cierre de semana”, indica el informe, si bien las diferencias con el resto de los días de la semana son pequeñas (menos de un punto porcentual). La mayoría de los alumnos –el 60%– faltan 1 o 2 días seguidos, en tanto que las ausencias prolongadas –de 5 días o más– son excepcionales.
A los motivos tradicionales –enfermedades y otros imprevistos– se han sumado otros, como las vacaciones familiares en medio del ciclo lectivo –viajar suele ser más barato en época escolar–, las dificultades de los adolescentes para despertarse a la mañana después de pasar la noche con el celular, o las actividades extracurriculares como los talleres de fútbol, en una época en que muchas familias ven en el deporte una salida más atractiva que la educación.
“El ausentismo es un fenómeno que uno observa en la escuela, pero que requiere abordajes diferentes según el sector social. Una cosa es que los pibes falten porque tienen que cuidar a sus hermanos o trabajar porque los ingresos familiares no alcanzan; otra es que falten porque se van a Disney”, señala Manuel Becerra, profesor de Historia en escuelas secundarias y en formación docente en CABA.
“Aun cuando se vayan de vacaciones en medio del año, las familias de sectores altos suelen tener una mayor ‘gimnasia institucional’, mientras que en los sectores bajos muchas veces no está tan clara la necesidad de mandar los hijos a la escuela todos los días. El vínculo con la escuela es menos sólido, más difuso”, analiza Becerra.
Algunas causas del problema
¿Cuáles son las causas del ausentismo? Varios docentes y especialistas dicen que las normas actuales lo permiten: afirman que faltar a la escuela no tiene demasiadas consecuencias.
“En muchas instituciones se ha relajado el cumplimiento de la normativa respecto de las inasistencias en nombre de una inclusión educativa hipócrita. Con tal de que el estudiante no quede fuera del sistema se ‘perdonan’ las faltas y, en esta misma línea, baja la vara de la aprobación de materias o se consigue una recuperación al final del ciclo lectivo que pone en duda el valor del trabajo sostenido durante el año”, explica Claudia Romero, doctora en Educación y profesora de la Universidad Di Tella. Para Romero, se trata de “una inclusión sin garantías de aprendizaje”.
“Quedarse libre por inasistencias o tener que rendir todas las materias son dos cuestiones que prácticamente no existen en la gran mayoría de las provincias. Sabemos que las reincorporaciones son casi automáticas o, en casos extremos, se resuelven con la realización de trabajos prácticos que darían cuenta de lo aprendido más allá de las faltas. Así, lo que en algún momento era excepcional, se fue transformando en norma”, sostiene Viviana Postay, especialista en gestión educativa y formadora de docentes de Córdoba.
No se trata –advierte Postay– de “restaurar” una secundaria excluyente y elitista, sino de reconstruir algunos límites: “Hay una confusión que venimos abonando hace rato y tiene que ver con el concepto de ‘acompañamiento a las trayectorias’. Sí, es cierto que las trayectorias no son solo las ‘ideales’ que nos gustaba suponer antaño, y está genial que construyamos dispositivos para acompañar las trayectorias ‘reales’. Pero para eso tiene que haber trayectoria. Si no, es una estafa, tanto para los chicos a los que se les inventan recorridos que no existieron, como para todos los que sí se esforzaron y trabajaron”.
Bruno Videla, profesor de secundaria en CABA, coincide con este análisis: “Bajo el paradigma de la escuela que se adapta a cada alumno, el foco se pone más en evitar el abandono que en la calidad de los aprendizajes, entonces la escuela también se debe adaptar a ese estudiante que tiene una ‘trayectoria intermitente’ (eufemismo para no decir que falta mucho). Los estudiantes perciben que no hay consecuencias graves por faltar porque los que faltan mucho aprueban igual: el sistema de incentivos está roto”.
En esta línea también aparece el problema de las llegadas tarde. “Otro factor que no se analiza aún es el alto índice de impuntualidad en las aulas. Los alumnos entran a la hora que ellos deciden, o porque se durmieron o porque no les gusta la materia”, plantea Daniela Leiva Seisdedos, profesora de Historia en colegios secundarios de La Plata.
Un elemento que se reitera en las respuestas es la pérdida de valoración social de la escuela. “Las familias entienden que no es tan grave faltar a clases, que no es tan importante lo que ocurre ahí”, afirma Videla. Y agrega: “Ningún registro digital de inasistencias va a ser más efectivo que la autoridad de los padres y el necesario compromiso de hacer de la obligatoriedad de la asistencia un mandato real y no una cuestión optativa adaptable a las particularidades de cada alumno y cada familia”.
Varios docentes consultados apelan a la responsabilidad de las familias. “Los padres deben proteger el tiempo escolar: la escuela no es un menú a la carta en el que cada uno elige qué día y a qué materia ir. Las familias en general no toman dimensión de que la escolaridad irregular afecta seriamente el aprendizaje de los estudiantes”, sostiene Leiva Seisdedos.
El ausentismo docente también puede ser una de las causas, según el análisis que propone Romero: “Lo que sabemos por los relevamientos que hacen las pruebas internacionales como PISA es que Argentina está entre los países que tienen mayor ausentismo y llegadas tarde a la escuela por parte de los alumnos pero también de los docentes. Y estos son dos fenómenos relacionados. En secundaria sobre todo el ausentismo de docentes, el tener muchas horas libres en la escuela, hace que los estudiantes sientan que pierden el tiempo”.
El impacto en el aprendizaje
El informe de la Subsecretaría de Información y Evaluación Educativa identifica distintos grupos de estudiantes según la dinámica de sus faltas: 8 de cada 10 alumnos presentan una “asistencia regular y sostenida”, con ausencias cortas y ocasionales; luego hay 7,6% de “inasistencia media con recuperación final”, que presenta mayores interrupciones pero también una recuperación de la asistencia en el último tramo del año; y, finalmente, un patrón de “desvinculación progresiva”, en el que las faltas se incrementan de forma sostenida hasta que, hacia el final del año, la mayoría deja de asistir.
En este último perfil –el más crítico– se inscribe el 3,1% de los estudiantes. Son alumnos que “inician el año con asistencia parcial pero presentan un deterioro continuo que culmina en el abandono casi total hacia fin de ciclo”, explica el informe. Más de la mitad de estos alumnos (el 55%) no se inscribe al año siguiente en la escuela. Su comportamiento “sugiere un proceso de desvinculación estructural, que requiere estrategias de ‘reenganche’ y seguimiento temprano para evitar la pérdida definitiva de vínculo escolar”.
El informe también constata la relación entre presentismo y aprendizaje: los alumnos que asisten más a clases tienen mejores desempeños en Lengua y Matemática. Incluso cita varias investigaciones que sugieren que la asistencia “predice” el rendimiento de los alumnos mejor que sus notas en años previos.
Según los datos relevados, la nota promedio es superior a 6 en ambas materias para el grupo de alumnos de “asistencia sostenida”, mientras que quienes faltan más tienen peores calificaciones: el promedio es 3,2 en Lengua y Matemática para los estudiantes del grupo de “desvinculación progresiva” (es decir, el de mayor inasistencia).
“El vínculo entre asistencia y aprendizaje en la secundaria es básico. El chico que asiste sistemáticamente tiene más chances de aprender. Los chicos aprenden con sus pares y con sus docentes porque el contenido humano, lo vincular, es fundamental. Por ahí un adulto puede manejar un aprendizaje a distancia de otra manera, pero para los chicos primero hay que estar en la escuela, transitarla, habitarla, vivirla”, sostiene Postay.
Abordajes posibles
¿Qué se puede hacer para reducir el ausentismo escolar? Becerra plantea que, al igual que otros problemas –como la violencia o las apuestas online–, el ausentismo tiene dimensiones que trascienden lo escolar y son estructurales. Por ejemplo, los problemas económicos de las familias que necesitan que sus hijos trabajen o cuiden a sus hermanos menores no se resuelven con una política educativa, sino con políticas económicas.
Sin embargo, aclara Becerra, una escuela que interpele más a los estudiantes y que siga de cerca sus trayectorias –dentro y fuera del edificio escolar– puede ser parte de la solución. “No se trata de ‘adecuarse a sus intereses’, pero sí hay mucho para revisar en relación con cuestiones didácticas, pedagógicas y de infraestructura que podrían hacer de la escuela un entorno más atractivo para ellos, con más recursos, con más propuestas artísticas y deportivas. Se podrían generar otras condiciones escolares; eso requiere de una gran inversión”.
“Que las inasistencias sigan un patrón estacional permite intervenir proponiendo tareas de interés los días lunes y viernes a las que los estudiantes se sientan más convocados, para vencer así una inercia que las familias no modifican: la cercanía del fin de semana como momento recreativo o de descanso de la rutina escolar”, sugiere Montes.
Desde el punto de vista de la política educativa, el documento de la Secretaría de Educación destaca la potencialidad de aprovechar la información digital actualizada para desarrollar sistemas de alerta temprana que permitan detectar a tiempo a los estudiantes que faltan mucho y que están en riesgo de abandonar la escuela.
“La incorporación de registros diarios de presencia e inasistencia permite detectar patrones de riesgo diferenciados, identificar las trayectorias que anticipan la desvinculación y orientar las intervenciones hacia los estudiantes y momentos del año en que el riesgo es más alto”, señala el informe. En ese sentido, el estudio “constituye un primer paso hacia el desarrollo de herramientas de monitoreo continuo que integren información administrativa para fortalecer las estrategias de prevención del ausentismo y del abandono escolar”.
Claudia Romero destaca también la necesidad de “producir información sobre el ausentismo docente –que se presume alto y es un gran desincentivo para los alumnos– e implementar políticas para reducirlo”. Romero también alude al rol de los padres: “En otros países como Alemania o Inglaterra, frente a inasistencias reiteradas las familias reciben multas o apercibimientos. Pero claro está que las escuelas a su vez garantizan la asistencia de los docentes”.
Para Romero, la intervención más profunda –y más difícil– apuntaría a “lograr que ir a la escuela tenga sentido, porque se aprende, porque no da igual estudiar que no estudiar y porque la sociedad ofrece oportunidades de inserción y movilidad a partir de la educación”.
Nancy Montes concluye destacando el valor de los datos: “La información permite desnaturalizar que faltar a clases no tiene consecuencias, la intermitencia afecta los aprendizajes y también incide sobre los vínculos entre los estudiantes y con sus docentes. Se trata de valores críticos que requieren una mirada y protocolos para visibilizar –ahora que está cuantificada– esta problemática, estructural en un sistema educativo que se basa en la presencialidad”.