Efemérides en la escuela: ¿sirven para aprender Historia?

El 25 de Mayo es una fecha central en el calendario educativo. Especialistas y docentes plantean que estas conmemoraciones son claves para construir el sentimiento de pertenencia nacional, pero suelen transmitir versiones simplificadas del pasado

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En las escuelas de todo el país, desde el jardín de infantes hasta la secundaria, el 25 de Mayo marca un hito en el calendario educativo.
En las escuelas de todo el país, desde el jardín de infantes hasta la secundaria, el 25 de Mayo marca un hito en el calendario educativo.

En algunas escuelas sucedió el viernes, en otras será este lunes. El ritual se repite sin demasiadas variantes desde hace más de un siglo: hay un primer momento ceremonial, con el himno y la bandera; luego un docente da un discurso que repasa lo sucedido en el pasado; finalmente, los alumnos actúan o bailan. Hay colegios que proponen esquemas más innovadores: convocan a actuar a las familias, o confían la organización del acto a los estudiantes más grandes. En todo el país, del Norte a la Patagonia y desde nivel inicial hasta secundaria, el 25 de Mayo marca un hito en el calendario escolar.

¿Qué aprendizajes dejan estos actos escolares? ¿Contribuyen a entender el proceso histórico en el que se inscriben los hechos de 1810? ¿Por qué, después de repetir el ritual durante unos 15 años de escolaridad, hay adolescentes que terminan la escuela sin saber bien qué fue la Revolución de Mayo? Infobae consultó a especialistas y profesores de Historia para indagar sobre esa pregunta: ¿las efemérides favorecen la comprensión del pasado, o transmiten relatos simplificados, más regidos por lo emocional que por la razón?

En Argentina las efemérides surgieron a fines del siglo XIX con una impronta nacionalista. Como en otros países, su propósito inicial fue abonar la construcción de la identidad nacional: el 25 de Mayo, el 20 de Junio, el 9 de Julio, el 17 de Agosto y el 12 de Octubre conmemoran episodios fundacionales de la argentinidad y a los grandes próceres de la nación. A estas fechas se sumaron más tarde otras vinculadas con el pasado reciente, como el 2 de Abril y el 24 de Marzo.

Los chicos descubren el 25 de Mayo en los primeros actos escolares, a los que asisten en el jardín de infantes. Años después, en el segundo ciclo de primaria y luego en secundaria, abordarán esos mismos hechos en una clase de Historia o Ciencias Sociales. Para cuando llegue un docente a querer enseñarles sobre el tema, esos estudiantes ya tendrán la huella de varios actos previos que habrán moldeado sus representaciones sobre 1810 –desde los paraguas frente al Cabildo hasta las escarapelas de French y Beruti–, y que habrán contribuido a forjar su sentido de pertenencia a la nación.

“La práctica de las efemérides en la escuela favorece la construcción primera –desde la tierna infancia– de la identidad nacional, necesaria en cualquier país porque de ahí procede, en gran parte, la cohesión y el vínculo social imprescindible para que una comunidad sea tal”, explica Mario Carretero, especialista en enseñanza de Historia, profesor de Psicología Cognitiva en la Universidad Autónoma de Madrid y en Flacso Argentina. Carretero es uno de los principales especialistas en el estudio de las efemérides y autor de varios libros, entre ellos el reciente Histórica mente (Siglo XXI), Documentos de identidad (Tilde Editora) y La construcción del conocimiento histórico (Paidós), coescrito con José Castorina y Miriam Kriger, entre otros investigadores.

En el siglo XIX, la historiografía nacional y la escuela apuntaban al mismo objetivo: formar ciudadanos nacionales.
En el siglo XIX, la historiografía nacional y la escuela apuntaban al mismo objetivo: formar ciudadanos nacionales.

¿Un apoyo o un obstáculo para la comprensión?

Desde su origen, las efemérides tienen un rol en la construcción de la identidad nacional. Ahora bien, ¿contribuyen también al aprendizaje histórico? ¿Son un punto de apoyo para la enseñanza sistemática y reflexiva de la historia, o más bien un obstáculo?

Miriam Kriger, investigadora principal del Conicet, profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y autora de varios trabajos sobre este tema, plantea que esos dos objetivos –la enseñanza histórica y la construcción de la identidad nacional– estaban íntimamente entrelazados en el siglo XIX.

“En ese primer momento, tanto la historiografía nacional como la enseñanza escolar de la historia fueron dispositivos culturales claves para lo que se llamó la ‘invención’ o ‘imaginación’ de la nación por parte del estado; de modo que la tensión entre ellos no existía porque compartían la misión: formar a los ciudadanos nacionales”, explica Kriger a Infobae.

Más tarde, con el surgimiento de miradas más críticas, esos dos objetivos se diferenciaron e incluso llegaron a oponerse. Sigue Kriger: “Podríamos marcar como hito emblemático la Primera Guerra Mundial, que mostró por primera vez los efectos destructivos de los nacionalismos y su fomento del revanchismo y belicismo. De ahí en más, la historiografía también se autonomiza cada vez más de sus anclajes nacionalistas”.

¿Qué lugar ocupan en esa tensión las efemérides? Para Kriger, la respuesta es ambivalente: estas conmemoraciones pueden obstaculizar y pueden favorecer la comprensión del pasado, según cómo se implementen.

“En un sentido, como piensan los constructivistas, pueden ser un obstáculo: suponen una educación en una clave sentimental. Son prácticas rituales muy tempranas en la educación escolar, que anteceden a la enseñanza histórica y que tienen un alto componente afectivo: crean fuertes y profundas identificaciones, sentimientos de lealtad y de pertenencia a la nación. Pueden ser un obstáculo porque la comprensión histórica requiere una mirada reflexiva sobre la propia nación, poder verla como una construcción histórica, no como algo esencial que existe desde siempre”, responde Kriger.

Y continúa: “Nuestras efemérides muestran poco la dimensión política de los procesos históricos. Plantean un relato más bien mítico, donde no hay conflicto. En la historia uno ve los conflictos en la conformación del nosotros; en la efeméride tenés el nosotros ya conformado, con sus héroes y sus panteones”.

Recreación del 25 de mayo de 1810, con el pueblo expectante a la espera de noticias.
Recreación del 25 de mayo de 1810, con el pueblo expectante a la espera de noticias.

La potencia de la identidad

Por otro lado, Kriger reconoce una potencia en las efemérides y su aporte a la construcción de la identidad nacional, que no opera de la misma manera en países periféricos y en países centrales. Apela, por ejemplo, a cómo “el sentimiento de pertenencia y la identificación nacional mantuvieron vivo el lazo social” durante la crisis de 2001, cuando parecía que el Estado –y con él, la nación– se desmoronaba.

En ese sentido, para Kriger “las efemérides son una herramienta potente: pueden obstruir la comprensión si solo funcionan como un elemento de fijación de un relato ritual, pero también pueden abonar una dimensión afectiva y un sentimiento de pertenencia que motive a conocer la propia historia”.

“La confianza entre la ciudadanía de una misma nación, más allá de las posibles diferencias de origen culturales, económicas o políticas, procede de esa forja identitaria, cuyos efectos se vieron por ejemplo trotando por las calles al son de un mismo cántico cuando Argentina ganó el último mundial”, señala Carretero a Infobae. En ese sentido, las efemérides tienen un rol clave en la construcción de la trama simbólica que permite delinear la identidad colectiva y sentirse parte de la nación.

La pregunta clave, para Carretero, es qué tipo de identidades surgen de las efemérides. ¿Son eventos solemnes, basados en la repetición de un relato dogmático? ¿O invitan a repensar el pasado y a hacer visible lo que antes no lo era –por ejemplo, el rol de las mujeres y las minorías–?

“Las efemérides están llenas de certezas pero también de desafíos. Hay una identidad excluyente y autoritaria pero también, por el contrario, una identidad dialogante y negociadora. Hay una identidad que se permite reírse de sí misma, versus una identidad narcisista y xenofóbica que no admite la discusión. Hay identidades variadas, que se forjan indeleblemente al calor de los primeros años”, analiza el especialista. El modo de conmemorar estas fechas y de estructurar los actos escolares puede contribuir a inclinar la balanza en una dirección u otra.

Por su parte, Daniela Leiva Seisdedos, profesora de Historia en colegios secundarios de La Plata, destaca que estas fechas siguen marcando un momento de encuentro entre familia y escuela: “Con las efemérides y actos escolares podemos generar instancias de participación reales. Es un momento en el que toda la comunidad escolar está presente”. Sin embargo, Leiva advierte sobre la “devaluación de los festejos de las fechas patrias”, y cuestiona que haya estudiantes y familias “que no cantan el himno en el acto escolar pero sí en los partidos de la selección”.

Claudio Sergio Griguol, licenciado y profesor de Historia del Instituto Joaquín V. González, coincide con que “cada vez se hace más difícil inculcarles a las fechas patrias el valor que merecen, en la escuela y en la sociedad”. Griguol defiende el componente identitario de las efemérides: “Los pueblos (y las personas) no crecen sin identidad nacional. Tanto en lo individual como en lo colectivo, uno empieza por quererse a sí mismo para lograr el reconocimiento de los otros y la proyección hacia el futuro”.

Las efemérides tienen una potencia afectiva, orientada a la construcción de la identidad nacional, pero también pueden promover la reflexión crítica sobre el pasado.
Las efemérides tienen una potencia afectiva, orientada a la construcción de la identidad nacional, pero también pueden promover la reflexión crítica sobre el pasado.

Cómo repensar las efemérides

Carretero plantea que las efemérides “tienen mucho que ver con las celebraciones religiosas porque el nacionalismo tomó prestados sus rituales de la liturgia cristiana. Hay mucho en ellas de fe, de mitos y de parábolas”. Sin embargo, el especialista plantea que “pueden producir aprendizaje histórico si logramos complejizar la narrativa”.

En las últimas décadas empezaron a proliferar esas nuevas versiones que logran visibilizar en los actos escolares otros matices y otras perspectivas en los relatos sobre el pasado. “Las miradas críticas de la historiografía también permearon los saberes enseñados, y las prácticas escolares mostraron versatilidad para incorporar en un formato ritualizado componentes reflexivos, afines con la comprensión histórica. Por ejemplo, cuando se apela a la ironía y la parodia, cuando se repone a los sujetos históricos silenciados o excluidos, o se cuestionan los estereotipos y se incluye el conflicto”, describe Kriger.

Por ejemplo, no es lo mismo un acto escolar con el himno en la versión de Charly García, que uno a la vieja usanza, con un formato casi prusiano. Tampoco es lo mismo reproducir una narrativa esquemática de buenos y malos, que proponer un ejercicio de discusión que visibilice a las mujeres ausentes en esos relatos. Sin renegar de su dimensión afectiva, las efemérides más reflexivas –plantea Kriger– “pueden contribuir, junto con la enseñanza y aprendizaje de la historia, a la apuesta por una comprensión activa de nuestra nación”.

“Hoy el estilo de las efemérides no debe ser solemne y protocolar. Creo que, como docentes, debemos proponer y presentar herramientas para que los alumnos relacionen pasado, presente y futuro”, señala Daniela Leiva. El desafío, agrega Leiva, es “evitar la reiteración y banalización de los contenidos”, para que estas conmemoraciones sean efectivamente “instancias de apropiación del aprendizaje histórico”.

“De nada vale si se repiten mecánicamente esos discursos aburridos a los que nadie presta atención, o hacer una lámina que no esté acompañada de un ejercicio de comprensión”, sostiene Griguol, con más de 30 años de experiencia en el aula y recién jubilado. También señala que, cuando los actos combinan “reflexión y diversión”, los estudiantes se involucran, prestan atención y aprenden.

Residente actualmente en Berlín, Carretero menciona el ejemplo de una exposición titulada “Caminos sin tomar” en el Museo Nacional de Historia de Alemania: “En vez de presentar lo que sucedió en tal fecha, provocaba al público con preguntas sobre qué hubiera pasado si los acontecimientos hubieran ido en otra dirección. ¿Otros sujetos hubieran hecho otras acciones? ¿Hay otros sujetos posibles? ¿Por qué se produjeron borramientos y negaciones a lo largo de los tiempos? ¿Habría otros relatos alternativos al tradicional?”.

Para Carretero, este tipo de preguntas y ejercicios reflexivos muestran cómo “es posible invocar al pensamiento histórico, basado en problemas e indagación, y no en las seguridades de siempre que dan los relatos clausurados y cerrados”. Y concluye: “De esta manera, relacionando de manera creativa la construcción de identidades flexibles con la reflexión compleja sobre el pasado, podemos abrir avenidas por donde pueda transitar el pensamiento histórico”.

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