París 2024, un sueño olímpico que no siempre pasa por las medallas

Gran parte de las doradas ganadas por los atletas argentinos surgieron de situaciones frustrantres, casi perdidas. Razones para ser cuidadosos y hasta escépticos respecto a los pronósticos para París 2024

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Ginóbili, figura clave en la obtención de la medalla de Oro en 2004, autor de una palomita inolvidable
Ginóbili, figura clave en la obtención de la medalla de Oro en 2004, autor de una palomita inolvidable

21 de septiembre de 2000. Final de la fase de grupos del torneo de hockey sobre césped femenino de los Juegos Olímpicos de Sydney. El seleccionado argentino estaba clasificado para el hexagonal decisivo desde la segunda rueda después de derrotar a Corea del Sur y a Gran Bretaña. En la tercera fecha el seleccionado fue un escollo previsiblemente insalvable. Lo que nadie imaginaba era que España, equipo ultradefensivo hasta lo utilitario, les ganaría un partido que aún hoy se recuerda entre ingrato e insólito. Esa tarde, Las Leonas, a las que todavía no les decíamos Leonas, volvieron a la Villa olímpica derrotadas mucho más allá de la derrota de coyuntura: solo en ese momento se enteraron de un aspecto reglamentario clave. Los tres primeros de cada zona avanzaban a la fase por las medallas arrastrando los puntos obtenidos ante los otros dos equipos clasificados de su grupo. Es decir que, pese a haber sumado 6 unidades a ese momento, arrancaban la rueda decisiva en 0 habida cuenta de que australianas y españolas eran las otras que seguían adelante.

Al bajón de haber hecho tanto y encontrarse con nada se agregó otro detalle estadístico clave. Para aspirar al podio sin esperar martingalas ajenas, las chicas debían ganar los tres partidos siguientes ante China, Nueva Zelanda y esa bestia negra llamada Holanda, justamente el primer rival de la instancia por venir.

Podría decirse que esa misma tarde, en una sesión catártico-terapéutica grupal un grupo de jóvenes y su cuerpo técnico parieron al fenómeno más notorio que registra el deporte argentino en cuento a convertir una disciplina de élite en la actividad, por lejos, más popular entre nuestras mujeres. Al menos de las que se juegan en equipo.

El resto de la historia ya se sabe. Ganaron esos tres partidos, se aseguraron la medalla plateada en un partido memorable ganado por 7 a 1 ante las neozelandesas y volvieron a perder la final con las locales a quienes dos años más tarde se derrotó en Perth camino a nuestro primer título Mundial.

Lo importante es entender que esa conquista gloriosa estuvo a nada de ser un frustrante sexto puesto.

Río de Janeiro. 16 años más tarde. Fecha marcada a fuego para el hockey masculino. Los Leones se convierten en dorados después de otro Via Crucis. Un empate ante Holanda, siempre valioso, y otro ante Alemania -se escapó el triunfo en la última jugada- quedan con sabor a poco después de perder ajustadamente ante India. Quedan obligados a superar a Irlanda en la última fecha de la clasificación. Lo hacen. En cuartos vencen en tiempo extra a España con un penal que se discutió largamente.

Con lógica rabiosa, recordamos que en semifinales y final los muchachos de Retegui marcaron 9 goles, algo que ni la Scaloneta. Más lejos queda el registro que los campeones olímpicos estuvieron a un rato de quedar fuera de los ocho mejores.

Hay una historia parecida a éstas casi por cada medalla olímpica ganada por nuestros deportistas. Hubo excepciones, como la holgura con la que se quebró la sequía de 52 años sin doradas cuando el equipo dirigido por Marcelo Bielsa obtuvo el título en Atenas ganando todos los partidos sin siquiera recibir un gol en contra. Fue ese gran momento de Carlos Tevez con la celeste y blanca. Sin embargo, ese mismo día, por la noche, el doblete clavado por el básquet nos devuelve a la zona de conflicto.

Santiago Lange y Cecilia Carranza festejan su medalla en Río 2016
Santiago Lange y Cecilia Carranza festejan su medalla en Río 2016

Lo que hoy vemos claramente cómo la aparición de la Generación Dorada bien pudo haber sido un sueño inconcluso. Tal vez de concreción postergada. Ese equipo, subcampeón mundial dos años atrás tras perder una polémica final con Serbia y Montenegro, estaba a un segundo de volver a caer ante ese rival en el estreno de Atenas. Apareció entonces ese momento mágico con la palomita decisiva de Manu Ginóbili. Pero después llegaron derrotas ante España e Italia. Y en los cuartos se perdía por 20 ante los locales, siempre alentados por una hinchada brava como la más espesa del ascenso Conurbano. Y en semi pinto la NBA. Y en la final, sin Oberto, Herrmann y Leo Gutiérrez, ganó por 15 después de soportar una lluvia de triples italianos que los tuvo en jaque hasta promediar el tercer cuarto. Otra vez, concluyó en gloria eterna lo que podría haber tenido un final prematuro y anecdótico.

Y hubo una Peque Pareto que ganó su primera medalla olímpica gracias a la revisión del VAR del judo. O un Seba Crismanich quen se colgó la dorada ganando la final por la mínima y con fractura de la tibia derecha. O los Pumas 7, que ganaron la de bronce después de aquel cuarto de final imposible con dos menos ante Sudáfrica y perdiendo a un siete bravo como Tute Osadczuk.

¿Qué decir de Ceci Carranza y Santi Lange? Llegaron primeros a la regata final, la Medal Race que duplica puntos respecto de las carreras anteriores. Partieron en falso y ya de movida tuvieron que haber un giro de 360 grados. Más tarde, una queja de los austriacos por un supuesto cruce ilegal los obligó a otro 360. Llegaron a la meta sin saber lo que finalmente se enteraron. Eran campeones, a través de Pato Klein, compañero de TyCSports, quien les gritó desde la lancha de prensa lo que llegaba a nuestro sistema de información en el IBC.

Así de novelesco. Así de épico. Así de inolvidable.

Justamente por todo esto es que ser cuidadoso y hasta escéptico respecto de los pronósticos de medallas para París 2024 no es subestimar a nuestros atletas sino una señal de enorme respeto por lo que hacen, habitualmente emparentado con aquello de tirarle a tanques con piedritas.

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