El idilio de Di María con la Selección: la primera citación y el puente entre Messi y Maradona

El chico inquieto del barrio "La Cerámica" que aprovechó el fútbol para suavizar su hiperactividad, la joya del club "El Torito" que pasó a Rosario Central por 30 pelotas, el jugador de Argentina que mira la celeste y blanca con ojos de niño. "Fideo", en Alma de Potrero

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Como un alfil. Atacando las defensas rivales con movimientos filosos en diagonal.

Como una torre. Trabajando en línea recta por los andariveles, para hacer bien ancho el terreno.

Como un peón. Colaborando como un obrero en la recuperación del balón, cumpliendo con el compromiso, la solidaridad y la marca, al pie de la letra.

Ángel Di María sabe que el fútbol está muy lejos de parecerse al ajedrez pero, a la hora de desempeñar distintos roles, siempre fue capaz de transformarse y, desde su generosidad, desplegar todas sus virtudes en un campo de juego.

En sus primeros años, el ángel era un demonio y solo el fútbol, previa recomendación de su pediatra, le permitió a mamá Diana, ubicar a ese pibe que jamás se quedaba quieto en un lugar en el que pudiera descargar toda su energía.

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La infancia en el barrio "La Cerámica", en el norte de Rosario, fue compleja, pero la calle de sus primeros años quedó tan marcada, que decidió grabársela en la piel. El enorme tatuaje que lleva en su brazo lo acerca a sus afectos y le recuerda el pasado y el potrero. "Nacer en la Perdriel fue y será lo mejor que me pasó en la vida", reza la inscripción y sintetiza el sentimiento genuino.

Los primeros goles en "El Torito" marcaron un camino de ida, y nadie olvidó jamás cuando gracias a sus dos conquistas frente a Rosario Central, los naranjas ganaron la Liga Local y recibieron 30 pelotas a cambio de darle el pase a los Canallas.

Figura destacada en todos sus equipos, ya se dio el gusto de vestir las camisetas europeas del Benfica en Portugal, del Real Madrid en España, el Manchester United en Inglaterra y el PSG en Francia.

Maradona lo llevó a su primer Mundial, en 2010 (Getty Images)
Maradona lo llevó a su primer Mundial, en 2010 (Getty Images)

Sin embargo algo especial ocurre cuando se pone la celeste y blanca, despliega las alas y vuela para atravesar defensas con su velocidad extrema. Como ante Nigeria, cuando convirtió el gol que sirvió para ganar la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Pekin, o en San Pablo, ante Suiza, cuando definió con un toque de zurda y selló el pasaporte a los cuartos de final del Mundial, luego de ciento veinte minutos inolvidables.

Allí vuelve el niño del barrio, la sonrisa lo ilumina y la dedicatoria para su hija Mia y su esposa aparece oportuna en cada festejo con forma de corazón, como un hermoso mensaje de amor hecho con las manos que alguna vez estuvieron negras de tanto embolsar carbón.

Ese mismo carbón que igual que su fútbol se fue puliendo con el tiempo, hasta ser una piedra preciosa y transformar a Ángel Di María en una joya del fútbol argentino.

"Cada vez que me citan a la Selección es como la primera vez", dice, con ojos de niño, los mismos que soñaban con la casaca de Argentina en la canchita de tierra y los arcos improvisados de la calle Perdriel. Compañero de gambetas de Messi, integrante del pizarrón de Maradona en 2010; dos honores que no olvida. Fideo, abriendo su Alma de Potrero.