Joaquín Sánchez Mariño y su experiencia en Ucrania: “En Kiev, sentí los ruidos y los olores de la guerra”

Fue uno de los pocos corresponsales argentinos que viajó a Ucrania en los meses más duros del conflicto bélico. En conversación con DEF, habló del acceso a la información en el territorio, de las barreras culturales y de la experiencia de participar en la guerra que sacudió al mundo

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"No tenía certezas de nada. No sabía si iba a poder llegar a Polonia y alquilar un auto, o si tendría que tomar un bondi. Mucho menos, cuán adentro iba a poder meterme en el conflicto", dice Joaquín (Fernando Calzada)
"No tenía certezas de nada. No sabía si iba a poder llegar a Polonia y alquilar un auto, o si tendría que tomar un bondi. Mucho menos, cuán adentro iba a poder meterme en el conflicto", dice Joaquín (Fernando Calzada)

El 27 de febrero, con el inicio de la invasión rusa, Joaquín Sánchez Mariño cruzó la frontera hacia Ucrania. Lo hizo a través de Polonia. Ese día tuiteó: “Después de dos días intensísimos de viaje, entré hoy a Ucrania. Solo hacer cincuenta metros te hace chocar de frente con la guerra”. Catorce mil likes, 343 comentarios. En adelante, casi todos los días, Infobae publicó una nota del autor sobre el conflicto.

Su periplo para llegar al frente del conflicto podría ordenarse así: primero, voló a Varsovia; de ahí, un alemán lo llevó haciendo dedo hasta la frontera con Ucrania. Llegó a Lviv, la ciudad grande más al oeste del país. Al cabo de unos días, se trasladó a Kiev en tren, donde hizo base diez días para recorrer los alrededores. Siguió hasta Vínnytsia, una ciudad en el centro de Ucrania y, luego, a Zhitómir, una localidad que sufrió bombardeos en sus escuelas.

El viaje continuó: Odesa, Mykolaiv, de nuevo Kiev. Se movía en tren de una localidad a otra, y dentro de la ciudad, usaba una versión ucraniana de Uber. Luego, Járkov, al este, donde estuvo una semana. Ese fue el punto más cerca de las tropas rusas en el que estuvo. Comía y dormía como podía. A lo lejos, se escuchaban sirenas y explosiones. De noche, nadie podía salir. Después, hizo la recorrida por los pueblos liberados que habían sido ocupados por los rusos. Bucha fue uno de los destinos más impactantes, porque vio las consecuencias de la guerra sin mediaciones: cuerpos en las calles, cadáveres cubiertos de polvo. A los pocos días, volvió a Lviv y dejó el país.

La guerra, la logística y las barreras culturales

-¿Qué vacilaciones y certezas tenías justo antes de viajar?

-Fue todo muy rápido, el 24 empieza la guerra y el 25 salgo, sin tiempo de producción. Yo estaba cubriendo los incendios en la provincia de Corrientes, estuve cuatro horas en Buenos Aires. No tenía certezas de nada. De hecho, no terminaba de celebrar que podía hacer la cobertura –para mí, era un logro hacerla–, no terminaba de estar contento por hacer una corresponsalía de guerra porque no sabía si iba a poder entrar. No sabía si iba a poder llegar a Polonia y alquilar un auto, o si tendría que tomar un bondi. Mucho menos, cuán adentro iba a poder meterme en el conflicto.

"A veces, los civiles te controlaban, miraban los videos que hacía para ver que no fuesen prorrusos, a veces, incluso que fuesen pro-Ucrania”, cuenta (Gentileza JSM)
"A veces, los civiles te controlaban, miraban los videos que hacía para ver que no fuesen prorrusos, a veces, incluso que fuesen pro-Ucrania”, cuenta (Gentileza JSM)

-Estuviste en otras zonas de conflicto, como Siria o Venezuela. ¿Qué diferencias encontraste al cubrir el conflicto de Ucrania? ¿Qué cosas te sirvieron de antes y cuáles tuviste que aprender?

-Tenía mucha experiencia que me sirvió en el terreno sobre cómo moverme en el mundo en situaciones hostiles o desconocidas, pero la guerra es completamente excepcional a todo lo que conocía. Me refiero al estado de guerra real. Cubrí conflictos sociales, tiroteos, pero nunca nada como esto. Tenía entrenado el temple. Yo digo siempre que el 80 % de la cobertura fue logística: si hay algo que sabía hacer y que me permitió hacer esta cobertura fue cómo entrar, cómo moverme, cómo hablar con la gente, aunque habláramos idiomas distintos, y cómo conseguir hacerlo a pesar de las barreras culturales.

-¿Cómo hiciste con esas barreras culturales?

-Hay una especie de intuición que conduce todo. Por un lado, Google Translate te ayuda mucho, porque le hablás a Google y te traduce al ucraniano. Tuve conversaciones enteras así. Yo tenía un chip ucraniano, y la señal 4G funcionó todo el tiempo en todo el país. Después, es una cuestión de intuición: leer las situaciones, saber lidiar con militares. Si bien Venezuela es un gobierno bastante militarizado, nunca había estado en un país donde hubiera un estado militar con la ley marcial vigente. Pero, como soy hijo de militar, tampoco me fue tan difícil ese tipo de vínculo: cómo hablar con un oficial, cómo hacerlo sentir que está en control de la situación para que no te vea como una amenaza. Son herramientas que no se pueden poner en palabras, pero te ayudan a manejarte en el momento.

El acceso a la información

En una nota de Infobae, Sánchez Mariño escribe: “No se sabe el precio que tuvo que pagar Ucrania por volver a tener Irpin, ni el precio que está teniendo la guerra”. El gobierno de Ucrania no daba información sobre el número de bajas como parte de la estrategia militar, quizás para no golpear la moral de las tropas y de la población. ¿Hasta dónde se puede llegar con las coberturas? ¿Qué nivel de libertad tiene un periodista en plena guerra, donde muchos no tienen acceso a derechos más elementales, como la comida o la vida?

“En algunos aspectos era mejor cubrir la guerra desde fuera, porque no me convenía hacer enojar a las autoridades”, explica. “Alguien desde fuera puede mover contactos y tratar de acceder a esa data. Además, si uno hacía algo que pudiera ser considerado prorruso, era un enemigo. Por eso, en los checkpoints te controlaban, miraban tus redes sociales, veían qué publicabas. A veces, miraban los videos para ver que no fuesen prorrusos, a veces, incluso que fuesen pro-Ucrania”, completa.

"Hay una especie de intuición que conduce todo. Por un lado, Google Translate te ayuda mucho, porque le hablás a Google y te traduce al ucraniano. Tuve conversaciones enteras así", cuenta Sánchez Mariño (Gentileza JSM)
"Hay una especie de intuición que conduce todo. Por un lado, Google Translate te ayuda mucho, porque le hablás a Google y te traduce al ucraniano. Tuve conversaciones enteras así", cuenta Sánchez Mariño (Gentileza JSM)

-¿Quién hacía ese control?

-Las defensas territoriales, los civiles que se habían alistado y estaban a las órdenes del ejército. Ellos estaban encargados de la línea de defensa de la ciudad. No en el frente, sino custodiando las ciudades. Chequeaban documentos, y muchas veces, entraban a tus redes para asegurarse de que tu cobertura fuese a favor de Ucrania. Es incómodo para un periodista, pero era la forma en que se podía trabajar. Si alguien hacía una cobertura prorrusa, hubiera sido detenido inmediatamente.

-A la distancia, costaba saber cuánto era verdad de la información que circulaba. ¿En el lugar de los hechos, la diferencia entre verdad y mentira era más clara? ¿O también podía leerse la realidad en clave de dos relatos opuestos?

-Está el famoso dicho de que, en la guerra, la primera víctima es la verdad. Estar en el lugar de los hechos hacía mucho más complicado el acceso a la información, porque, a nivel macro, era difícil estar chequeando la información sobre qué pasaba en lo geopolítico o en lo relativo al movimiento de tropas. Pero, sí, había cosas que uno podía constatar mejor que otras. Cuando decían que estaban bombardeando Kiev, yo escuchaba los ruidos. Uno de los primeros días en Kiev, escuché un bombazo fuerte y lo tuiteé. Dos horas después, se supo que había caído una bomba cerca de la estación de tren. Después, hubo cosas que pudimos constatar, como los corredores humanitarios. Estuve en Irpin cuando se evacuaba a los civiles, y las bombas caían a su alrededor. No porque se estuviese bombardeando el corredor, sino porque se estaba evacuando de un lugar donde se bombardeaban los ucranianos con los rusos, sin respetar ninguno de los dos que había un corredor humanitario. En ese sentido, servía estar en el lugar, pero era difícil tener la información fina.

-¿Cómo es cubrir una guerra en tiempo real en época de redes sociales? Si bien se trata de una guerra convencional, vos tuiteabas, te respondían, las publicaciones circulaban. Había un feedback muy instantáneo.

-El toque de queda y la diferencia horaria hacían que pudiera tener más presencia en redes de lo que hubiera imaginado: en Kiev, a las 8, tenía que estar en el hotel, sí o sí. En Járkov, a las 6 de la tarde. A las 8 de la noche en Kiev, eran las 3 de la tarde acá. Eso me permitió comunicar mucho por redes sociales. En el terreno, no fue tan fácil porque estaba atento a las circunstancias. A veces, salía a trabajar a las 8 de la mañana, recababa historias y reporteaba hasta las 2 de la tarde, paraba para almorzar, y empezaba a tuitear, porque el horario coincidía con la mañana de acá. Por otro lado, y creo que este era el espíritu de la pregunta, esta fue la primera guerra con tanta cobertura de redes sociales. Había cantidad de periodistas en Ucrania, todos contando a su manera. Yo lo hago hace mucho, así que estaba en mi métier.

"En cuanto al sentido de la vida, sigo sin saber cuál es, pero lo que reinterpreté es el valor de la vida", dice Joaquín (Gentileza JSM)
"En cuanto al sentido de la vida, sigo sin saber cuál es, pero lo que reinterpreté es el valor de la vida", dice Joaquín (Gentileza JSM)

Reinterpretar el valor de la vida

-En una de tus notas, escribiste que “la guerra siempre está un poco más allá”. ¿A qué te referías?

-Es un pensamiento que me perseguía estando ahí. Tiene que ver más con el oficio y con la dificultad de cubrir una guerra que con la guerra en sí. Quería cubrir la guerra. Llego a Lviv, y una vez que entro, pasan dos días y pienso: “Acá, no puedo contar la guerra porque no pasa nada, tengo que ir adonde esté sucediendo algo”. Entonces, tomo la decisión de ir a Kiev, con miedo, porque no había nada más peligroso que Kiev. Me recomendaron no ir, yo estaba solo. Pero había que ir. Tomé un tren y fui. En Kiev, ya sentía el clima de guerra, los ruidos, los olores. Al tercer día, dije: “Tengo que ir al frente, esto no es la guerra, no están atacando mi hotel”. “Si vine hasta acá”, pensaba, “hay que ir a fondo”. Viajé a Irpin. Después a Odesa, y ahí quise ir al frente. Hasta que llegué por última vez a Kiev y dije: “Tengo que ir a Járkov”, y de ahí a la línea más bombardeada de Járkov. Había algo de adicción, de búsqueda de la sensación de guerra. Si me hubiera quedado un poco más, podría haber estado en una trinchera, en batalla con los rusos, mirando cómo los militares se bombardean con los rusos. La guerra siempre se te muestra más allá, pero es tramposa, porque te hace creer que tenés que seguir avanzando. Y hay que tener cuidado para saber dónde frenar. En un momento, sentí que ya estaba bien, que era suficiente, y había que cortar ahí. Estaba siendo víctima de ese histeriqueo con la guerra.

-En una nota desde Járkov, hablando del mortero ruso, escribís: “Desde entonces, el ejército no quiere llevar a nadie que no esté en la línea de combate. No hay garantías a esta altura, y el desmadre de la guerra nos obliga a todos a reinterpretar el sentido de la vida”. ¿En qué consistió esa reinterpretación? ¿Reinterpretaste también, en algún caso, el sentido del periodismo?

-Más que reinterpretar, me encontré con el sentido del oficio. Eso que yo intuía, y fue por eso por lo que siempre quise cubrir una guerra: el valor de estar donde suceden las cosas. No lo reinterpreté, sino que lo ratifiqué. En cuanto al sentido de la vida, sigo sin saber cuál es, pero lo que reinterpreté es el valor de la vida. Elegir ir a lugares donde la vida estaba en riesgo y aceptarlo. Muchas veces dije, en mi cabeza fantasiosa, “si así es hasta acá, estoy contento”. En un momento, le dije a mi vieja: “Si me llego a quedar acá, prefiero morir haciendo lo que amo que haciendo lo que odio”. Esa frase estaba muy presente. Esa fue la reinterpretación que hice.

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