“Familia no tipo y la nube maligna”, teatro de fantástica diversidad para todo público

Mariana Chaud y Gustavo Tarrío, codirectores de la obra que presenta el Teatro Cervantes, dialogaron con Infobae Cultura sobre las particularidades del espectáculo y el concepto convencional de “familia tipo” puesto divertidamente en discusión

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“Familia no tipo y la nube maligna”, una obra multidisciplinaria escrita por Mariana Chaud y Gustavo Tarrío (Foto:  Mauricio Cáceres (TNC))
“Familia no tipo y la nube maligna”, una obra multidisciplinaria escrita por Mariana Chaud y Gustavo Tarrío (Foto: Mauricio Cáceres (TNC))

En Familia no tipo y la nube maligna, Socorro, una niña, no se puede dormir. Para hacerlo, necesita que le cuenten una historia de terror, y sus familiares van a hacer lo imposible para ayudarla a conciliar el sueño. Por supuesto, fallan, y con cada cuento Socorro, junto al público, se divierte más y más.

Familia no tipo es una obra para toda la familia. Mariana Chaud y Gustavo Tarrío se unen para crear un espectáculo multidisciplinario absolutamente inolvidable. Sobre esto, le cuentan a Infobae Cultura: “Recomiendo codirigir, sobre todo porque la dirección suele estar tomada por una cabeza, es difícil acostumbrarse en el equipo a que son dos. Es complicado que no haya una sola voz”, dice Tarrío; y Chaud suma: “Codirigir te hace pensar el doble. A la larga está buenísimo, es doble filtro y una sumatoria. Y es menos solitario”.

A la dupla creativa se le suman Mariana Tirantte (escenografía), Endi Ruiz (vestuario), Alejandro Leroux (iluminación), Teo López Puccio y Pablo Viotti (composición, dirección musical, diseño de sonido y elenco), Maxi Vecco (diseño de video), Luciana Acuña (coreografía), Catalina di Meglio, Greta Halperín, Cleo Moguillansky, Sophie Wiemer Llorensi, Andrés Caminos, Tati Emede, Vero Gerez, Nicolás Levín y Gadiel Sztryk (elenco).

–¿Qué particularidades tiene dirigir un infantil, en comparación a obras puramente para adultos?

Mariana Chaud: Nosotros tratamos de llamarlo ATP o para todas las familias. Nos parece que el término “infantil” arrastra una idea infantiloide, como si fuera exclusivamente para niños. Es un espectáculo para que disfruten adultos y niños. La idea es idealmente que también lo puedan disfrutar chicos de distintas edades. La etiqueta a veces determina para mal. Dentro del mundo de los infantiles hay cosas que están buenísimas, también. Es muy exigente a nivel formal hacer una obra para niños: tiene que pasar todo el tiempo algo, hay que mantener la atención. Eso es muy diferente en las obras para adultos, podés permitirte hermetismos o tiempos más raros. No es que no puedan haber climas acá, pero hay que convocar, abrir, llamar. Es mandar toda la carne al asador, todo el tiempo.

Gustavo Tarrío: Cuando vas a ver una película de animación esas capas para ambos públicos están ahí y son muy claros, venimos entrenados como espectadores en esos materiales. Pensamos en Midón, también. Hay una genealogía de espectáculos para toda la familia. Los niños van con adultos al teatro, siempre hay que abastecer esos dos públicos. En el género del infantil aparece una zona de libertad, y de revinculación con la propia infancia. Es, en un punto, más fluido que el contenido del teatro puramente para adultos. Dialogar con la propia infancia sale rápido. Siempre se piensa en el teatro con mensaje en las obras ATP, medio de los 70. En las obras para adultos somos renuentes a pensar de esa manera. Cuando hacemos teatro para niños nos ponemos a pensar: ¿de qué queremos hablar? ¿Qué queremos decir? Eso también es atractivo, tiene su parte estimulante.

"Este espectáculo es ATP o para todas las familias. Nos parece que el término “infantil” arrastra una idea infantiloide", dice Mariana Chaud sobre la obra (Foto:  Mauricio Cáceres (TNC))
"Este espectáculo es ATP o para todas las familias. Nos parece que el término “infantil” arrastra una idea infantiloide", dice Mariana Chaud sobre la obra (Foto: Mauricio Cáceres (TNC))

Familia no tipo y la nube maligna lleva en el título una novedad en la composición familiar. ¿Qué impacto creen que puede tener el discurso de lo “no tipo” en el público?

–M.C.: ¡Ojalá que lo tenga! Para mí hay dos patas de lo no tipo: es desarmar el núcleo familiar típico de madre-padre-hijo-hija, y, por otro lado, abarca desde lo fantástico a la diversidad. Es un mundo del delirio y del amor. En la obra está el hermanoide, que es como un robot-hermano, y están las novietías, novias que crían. Lo no tipo trata de incorporar todo. Hay mucha red más allá de la familia sanguínea.

–G.T.: Familia no tipo es un proyecto de Mariana. Yo me subí a ese tren con toda felicidad. Me pareció muy estimulante la idea, genera mucho alivio y algo por lo que pelear. La batalla a librar tiene que ver con esta libertad. Hay algo muy claustrofóbico en la familia tipo. Cuando yo era chico, tenía una familia favorita en la esquina de mi casa, y era feliz imaginando que esa familia era mía. Yo me sentía un poco parte de esa familia, tenían la puerta abierta. Hay mucha tela para cortar sobre lo tipo y lo no tipo. La obra no trata lo no tipo como un conflicto, genera un mundo a partir de eso. No lo problematiza, lo explica apenas para que quede clara la plataforma. Y sobre las repercusiones, ya hay un poco en comentarios en Alternativa Teatral. En general, están direccionados a la felicidad y el alivio: la gente en la salida del teatro dice yo soy tu padritío, o tu noviabuela, van apareciendo estos binomios fantásticos de parentesco que invitan al público a reproducirlos y crearlos. Hay, también, comentarios respecto de que no son temas para niños. Es parecido a lo que pasaba con las travestis en Godoy Cruz, había gente que las criticaba diciendo “los chicos nos hacen preguntas y no sabemos qué decirles”. El teatro invita a eso: a empezar a encontrar qué decirles sobre las preguntas que pueden ir apareciendo.

–En la canción aparece la mención a la educación como lo que obliga a la etiqueta. ¿Cómo ven que juega la definición por la negativa?

–M.C.: Nuestra generación sufrió mucho tener que dibujar las familias, no saber dónde entraban algunas personas. Una propuesta que teníamos era habilitar que cada uno dibuje a su familia no tipo a la familia. Los niños tienen ESI en la escuela, y sigue siendo una experiencia muy dura ese momento de dibujo. Está bueno incluir, y poder enunciar si tenés dos madres, dos padres, una abuela que te cuida. Ojalá la educación también haga eco de estos otros modelos de familia. Supongo que depende de la institución, pero siguen muy unidos familia y escuela. Hay que ir aggiornándose.

–G.T.: No es ninguna novedad que la familia es una experiencia traumática. La obra la celebra inventando una. Es la familia deseada de Socorro, y sale un poco de la tele que aparece al principio. Hay un hilo catódico que te comunica con el deseo, y lo vuelve posible.

"El teatro invita a empezar a encontrar qué decir sobre las preguntas que pueden ir apareciendo", dice Gustavo Tarrío (Foto:  Mauricio Cáceres (TNC))
"El teatro invita a empezar a encontrar qué decir sobre las preguntas que pueden ir apareciendo", dice Gustavo Tarrío (Foto: Mauricio Cáceres (TNC))

–¡Es increíble que Socorro sea actuada por unas nenas tan chiquitas! Muchas veces se ve a adultos representar personajes niños, ¿qué tal estuvo dirigirlas y construir a Socorro desde un lugar niño propiamente dicho?

–G.T.: Sabíamos de entrada que no queríamos hacer Annie la huerfanita ni Chiquititas. No queríamos niñes prodigios ni nada parecido. La sala es abrumadora, así que la pensamos como un espacio de juego para ellas también. Improvisan, se meten a hacer el musical. Al principio teníamos el dogma de que no pasaba por hacer las cosas bien, sino permitirles que se diviertan, que la obra esté diseñada para ellos. Y fue fácil, quizás más fácil que tener a un niño prodigio.

–M.C.: Que la pasen bien es lo fundamental. Creo que para mí es un plus ver la obra y que la actriz sea una niña. Genera otra empatía, hay una diferencia real. Es integrar a cada niña, y cada una viene con su propia impronta. Se arma otro juego, tiene un valor muy grande ponerlas en el centro de la escena.

–Algo que me parece fascinante es cómo aprovecharon la escenografía, el espacio, el vestuario.

–M. C.: Tenemos un equipo de lujo. Nos juntamos mucho, no es que salió de una. Está muy imbricada un área dentro de la otra, el vestuario aparece en la animación, la luz y el video están muy hermanados, la escenografía incluye todo, funciona como la proa.

–G. T.: Hay un montón de ventajas en trabajar en un teatro tan grande como el Cervantes, y al mismo tiempo un montón de límites. Pudimos trabajar con la mitad del escenario, entonces con eso apareció la idea de un fondo que funcione como pantalla. Al mismo tiempo, nunca habíamos tenido la oportunidad de trabajar con semejante tecnología de video. La idea era que no se note el chiche, que se note cuando queríamos, que no sea central, que aparezca con cuentagotas hasta que sea protagónico en un momento. Fue ver en equipo cómo lo dosificábamos.

Mariana Chaud (Foto: Carlos Furman)
Mariana Chaud (Foto: Carlos Furman)

–La música cobra mucho protagonismo, está presente a lo largo de toda la obra.

–G.T.: Las canciones ya estaban en el primer ensayo. El criterio era seguir la lógica de los dibujos animados de la vieja escuela. Cada evento estaba complementado ú opinado por la música. Tenemos a dos cracks que se pusieron muy al hombro esa idea, con mucha libertad. Ambos tienen sus cualidades escénicas, no son solo músicos: bailan, cantan, actúan. Queríamos que tengan estatuto de personajes, no de musicalizadores del teatro.

–M.C.: Al estar en escena y participar activamente llegan a un nivel de exhaustividad muy fino en lo climático. Siguen proponiendo cosas sorprendentes. Saben muy bien de qué habla la obra, no es que les llega y componen y listo. Generar sentido con la música lleva un tiempo, incluso más allá de las canciones. Primero aparecen los sonidos, después la escena.

–Otra innovación es la del espectador participante, habilitarle al público que intervenga directamente en la narrativa de la obra.

M.C.: Para mí es muy nuevo el género. En ningún momento el público se detiene, no existe el espectador puro. Los niños lloran, se paran, opinan, gritan. Por ahora nos viene pasando que hay muchísima atención con respecto de lo que cuentan. Es algo que está muy vivo, hay que estar muy atentos respecto de lo que va sucediendo. Cada función es diferente.

G.T.: Hacer la obra en un teatro público implica ensayar un montón y pasar por toda una maquinaria hasta que te reencontrás con la obra. Siempre está el miedo de que no se parezca tanto a lo que querías, pero acá nos pasó lo contrario, es incluso más lindo de lo que pensábamos. Nos sorprende todo lo que pasa. En el estreno, un niño desde arriba de todo gritó “Chucky” como propuesta de título para una escena. Nos dimos cuenta de que había que buscar que participe el público de arriba y no solo la platea.

Gustavo Tarrío (Foto: Maxi Vecco)
Gustavo Tarrío (Foto: Maxi Vecco)

–Y, para ir cerrando: el personaje de Pombero recupera algo de las leyendas guaraníes, se corre de Frankenstein y Chucky y trae lo latinoamericano. ¿Qué importancia tiene, para ustedes, llevar algo de lo latinoamericano, o de lo federal, al teatro porteño?

G.T.: En principio, el teatro en el que estamos es un teatro nacional. Sería un poco raro hacer una obra 100% porteña. Nosotros no somos del litoral, hacemos una suerte de apropiación ultralibre de la mitología litoraleña. Son versiones de versiones, las historias se van retroalimentando. Muchas cosas salieron de los ensayos y del propio elenco, que no es todo de Capital. Yo nací en Morón, Andrés Caminos es de un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Mucho de los que trabajamos en CABA venimos de otros lados. El teatro nacional termina siendo un lugar al que poder llegar y en el que poder contar historias.

M.C.: Queríamos salir de nuestro ámbito, que a veces se agota, y llevarlo a un paisaje hermoso como el del Litoral.

*Familia no tipo y la nube maligna se presenta sábados y domingos a las 15 en el Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815, CABA). Entradas por Alternativa Teatral.

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