La belleza del día: “El ángel herido”, de Hugo Simberg

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

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"El ángel herido" (1903) de Hugo Simberg
"El ángel herido" (1903) de Hugo Simberg

¿Cuál es la pintura nacional?, preguntaba el Museo de Arte Ateneum de Helsinki, Finalnadia, en una encuesta al público sobre 19 obras de su acervo en el año 2006. Participaron casi 10 mil personas: 2.680 votaron en el museo y 6.542 lo hicieron mediante la web. Ganó El ángel herido de Hugo Simberg con 1.360 votos. Atrás, con 304 votos menos, El convaleciente de Helene Schjerfbeck; y en el tercer lugar Lucha de urogallos de Ferdinand von Wright, con 1.056 votos.

“Es genial que la gente haya votado por una obra tan difícil. Un ángel herido es una pintura ambigua que se puede interpretar de diferentes formas porque tiene muchos significados”, dijo Maija Tanninen-Mattila, la entonces directora del Ateneum. Dependerá de sociólogos y filósofos considerar posiblemente más adelante lo que dicen los resultados de la votación sobre el pueblo finlandés”, agregó.

Pintada en 1903, es una obra simbolista de “atmósfera melancólica”: la figura central es un ángel con los ojos y la frente vendada y el ala ensangrentada, que es una niña. Dos muchachos, que son dos niños, lo trasladan en una improvisada camilla de madera. El chico de atrás gira su rostro en plena procesión y pone la mirada fija -melancólica, sombría, contundente- en el espectador. Y ahí se completa la potencia del cuadro.

"Autrorretrato", de Hugo Simberg
"Autrorretrato", de Hugo Simberg

Hugo Simberg nació el 24 de junio de 1873 en la ciudad portuaria de Hamina, hijo del coronel Nicolai Simberg y de Ebba Matilda Widenius. En 1891, a los 18 años, ingresó en la Escuela de Pintura de los Amigos del Arte de Viipuri, y en 1893 en la Escuela de Pintura de la Asociación Finlandesa de Artes, hasta que en 1895 comenzó a estudiar de forma particular con Akseli Gallen-Kallela.

Con toda esa formación viajó a Londres, a París y a Italia. Y comenzó a exhibir sus obras. De esa época es El jardín de la muerte, pintado en 1896 donde Simberg, representa una escena lúgubre pero ambigua: los esqueletos, simbolismos de la muerte, cuidan con mucho cariño en jardín. En una nota junto al esbozo de este cuadro, el artista escribió que el jardín era “el lugar donde acaban los muertos antes de ir al Paraíso”.

Ni bien entrado el siglo XX fue elegido miembro de la Asociación Finlandesa de Artes y comenzó a dar clases en la Escuela de Pintura de los Amigos del Arte de Viipuri. Y en 1903 hace su gran obra: Un ángel herido.

El paisaje de la procesión de los muchachos que llevan al ángel es conocido: Eläintarha, Helsinki, con la bahía de Töölönlahti al fondo. En esa época era un lugar popular donde la clase trabajadora se juntaba con sus familias descansar en los domingos. Allí estaban también las instituciones caritativas como la Escuela de Niñas Ciegas y el Hogar para Tullidos. La niña, el ángel, tiene en sus manos un ramo de campanillas, símbolo de curación y renacimiento.

“El jardín de la muerte” (1896) de Hugo Simberg
“El jardín de la muerte” (1896) de Hugo Simberg

Cuando le preguntaron a Simberg por el significado de Un ángel herido, se negó a formular uno, el suyo, el oficial. Decidió que era mejor dejar las interpretaciones al espectador. Se dice que en el momento de pintarla, el artista sufría meningitis y que hacerla fue una fuente de fortaleza durante su recuperación. Fue exhibida por primera vez en 1903 en la exposición de otoño del Ateneum.

En una carta a su hermana Blenda escrita el 10 de octubre de ese año, Simberg le dice: “Quería compartir la buena noticia contigo. No fui rechazado este año, a pesar de que el jurado fue terriblemente estricto. Parece que he logrado algo así como un grand succés entre mis colegas y los miembros del jurado. Gallén está tan emocionado que apenas puedo tomarlo en serio. Sus primeras palabras fueron el mayor halago de mi trabajo”.

Y continúa la carta sobre lo que la dicho Gallén, que es su maestro, Akseli Gallen-Kallela: “Dice que le da la impresión de que yo había estado solo en una pequeña cabaña, acurrucado en medio de un gran bosque, y pintando con total indiferencia hacia el mundo exterior. Dice que irradia paz y armonía como ninguna otra obra de la exposición”. Simberg no pudo ni tampoco quiso disimular la enorme gratitud. Sintió, tal vez como nunca antes, que tanto esfuerzo había valido la pena.

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