Nabokov y sus cartas a Vera: la palabra escrita aún es más potente que los emojis y los chats

El libro en el que se revela la relación del autor de "Lolita" con quien fuera su esposa durante más de medio siglo es una de las grandes obras literarias del clásico género epistolar

Compartir
Compartir articulo
Vladimir Nabokov y Vera Slonim, en 1923 (The Grosby Group)

Qué miedo le tenemos a las relaciones hoy. El miedo se transforma en pavor cuando se trata de una relación a distancia. La sociedad quiere inmediatez y prefiere las relaciones pasajeras, sin etiquetas. Prefiere los mensajes de Whatsapp a una carta, pues es más fácil mandar un emoji con un beso que escribir “te quiero” y es mucho más rápido enviar un corazón como sticker que dibujar uno en papel. De hecho, el mero acto de poner el puño en el papel es un acto anticuado ya que muchas cartas de amor se imprimen. Sin embargo, aunque algunas cartas se impriman, creo firmemente que se puede hacer uso de la creatividad para que estas sean tan significativas como las tradicionales.

No me sorprendería que me tachen de loco por afirmar que una carta escrita a mano puede mostrar tanto compromiso y dedicación como una carta impresa.

Podrían también considerarme inexperto por mis veinticuatro años, pero no podrán negar que la digitalización ha tenido un papel fundamental en mi vida y, por lo tanto, puedo afirmar que, si todos somos seres humanos, mis sentimientos y concepciones son tan reales como las de aquellos que enemistan la carta tradicional y la carta digitalizada. Confiéraseme la seriedad necesaria para leer mi hipótesis de por qué una carta digital puede ser tan significativa y romántica como una carta impresa.

Vladimir Nabokov 1969

Mi última relación la comencé un día de primavera después de que mi ex me regalara una caja de madera acompañada de un ramo de voluminosas y brillantes flores. La caja era de madera gruesa y oscura y albergaba una colección de sobres cuyos diseños alcanzaban la misma ternura que produce observar una lengua de gato. Eran treinta y tantos sobres, uno por cada día que llevábamos de conocernos. Ninguno repetía la misma paleta de colores y todos incluían una declaración de amor. Eran cartas que abarcaban desde finas remembranzas hasta futuros excitantes. Anécdotas tiernas y compromisos peligrosos que no veía venir. Bajo su firma había un código QR que, al escanearlo, me dirigía a una canción que buscaba dar un cierre circular a cada una de las treinta y tantas narrativas. No me pude resistir ante este intento de arte contemporáneo y comenzamos una prematura relación que culminaría pocos días después del solsticio de verano.

Acepto que me dejé cegar por tanto betún. Pero para una amante de la novela rosa como yo, eso era como haberme ganado la lotería. Había cumplido con la meta de toda princesa de Disney. Tenía en mis manos la añoranza de muchos. Mi Rosalina interior se transformó en Julieta ante tales detalles. Romeo, con el tiempo, se dio cuenta de que ese amor platónico no era yo. Durante meses me cuestioné: ¿y si las cartas que me dio eran para alguien más? ¿Y si el amor que me declaró fue pura ficción?

Fueron duros meses donde tuve que redefinir mi definición de amor. El arte literario fue una parte muy importante para la anagnórisis que tan doloroso evento me impulsó a integrar. Sobre todo, me apoyé de la literatura epistolar. Este rubro literario, actualmente poco explorado, permite sumergirnos en la intimidad del remitente. La literatura nos ha regalado compilaciones de cartas cuyas historias encierran tanto realidades como ficciones.

Entre las compilaciones más tristes se encuentra Querido Diego, te abraza Quiela. Esta novela epistolar, obra de Elena Poniatowska, conjunta cartas reales y ficticias que relatan el sufrimiento de Angelina Beloff en París al verse distanciada de su entonces esposo Diego Rivera, quien recientemente había vuelto a México. Por otro lado, también hay compilaciones de cartas apasionadas, como las de Jaime Sabines para su esposa Josefa Rodríguez (Los amorosos, cartas a Chepita), donde se declaran su amor durante los años que tuvieron que vivir distanciados. Sin embargo, hay un caso único en su tipo dentro de las compilaciones epistolares: Vladimir Nabokov y su esposa Vera Nabokova.

El famoso escritor políglota vivió un enamoramiento permanente por Vera, su esposa, desde que se conocieron en 1923 hasta su muerte. Ellos pasaron 52 años intercambiando cartas, testimonio de su historia de amor. Una historia que pasa por altibajos hasta el grado de parecer una ficción: un primer encuentro en un baile de máscaras, un compromiso roto, una relación a distancia, una infidelidad, carencias económicas contrastadas con grandes renombres y pequeños fragmentos de vida de Nabokov que juegan con la comedia, el romance, el desamor, la desesperación, la ansiedad, el desasosiego y la esperanza.

La historia se entiende, por una parte, a través de las cartas, ordenadas cronológicamente, en el libro Cartas a Vera. Su nombre se debe a que sólo las cartas de Vladimir se encuentran en el libro, ya que Vera se deshizo de las cartas que ella misma escribió y nunca quiso que fueran publicadas. No se sabe por qué Vera tomó esa decisión, aunque probablemente una razón de peso fue su conocimiento del mundo editorial: Vera Nabokova sabía que es más interesante leer una narración donde el destinatario es quasi mudo.

"Cartas a Vera"

El libro tiene una riqueza literaria que se entiende a la luz de conocer el proceso de traducción. Los traductores debieron enfrentarse a dificultades para encontrar los términos más adecuados para los diminutivos y cariños con los que Vladimir se refería a Vera. Además, los dos eran políglotas y Nabokov solía escribir frases que expresaban su sentir en distintos idiomas. Cabe mencionar que los relatos de los traductores, ubicados al principio del libro, también dan detalles del contexto político y social de la época de las cartas.

Me atrevo a afirmar que, aunque no leyéramos todo el contexto político y social de la época, aun así, podríamos disfrutar de esta narración epistolar. Pero para esto, se requiere tener tanto la mente como el corazón abierto. En primer lugar, las líneas de la estructura narrativa de Vladimir Nabokov son casi invisibles en sus historias. Por otro lado, las imágenes que evoca en sus textos pueden ser surreales y a veces parece que la estructura es ilógica. El autor ruso podía manifestar en un párrafo su amor por Vera y en el siguiente párrafo le contaría que le habría cortado la cabeza al hombre que molestó a su vecino o podía decirle que la extrañaba y al siguiente párrafo dejarle un poema que habla acerca del reflejo de la luna, parafraseado en varias ocasiones. Esas lindas transiciones sólo nos demuestran una cosa: la confianza que estos dos enamorados tenían era única en su tipo.

Nabokov y Vera, su esposa.

En esta obra es remarcable la originalidad del imaginario del autor de Lolita. Algunos se lo atribuyen a que tanto él como su esposa eran sinestetas. Veían cosas donde nadie más y tal conexión tal vez explicaba, al menos parcialmente, el éxito de su relación. Pero una afirmación como tal negaría toda la disciplina de Nabokov para con su mayor trabajo: la escritura.

A lo largo de Cartas a Vera se manifiesta la habilidad del escritor para imaginar historias, su destreza para dar ritmo a las acciones y la sensibilidad que tenía al ponerse en contacto con la naturaleza. Esto puede deberse a que, además de ser escritor, también fue entomólogo. Nabokov fue un apasionado y reconocido estudioso de las mariposas (literalmente). Aunque creo que metafóricamente también podría funcionar tal afirmación porque sus cartas siempre tienden a volar a otros mundos y casi siempre tienen un tinte rosa romance, tinte que debería ser exclusivo de aquellos que están dispuestos a mantener un compromiso a largo plazo, tinte que no debería ser banalizado por idealistas caprichosos como lo hizo aquel ex novio que elegí tener.

Desearía que mi juventud, mis coetáneos, aprendieran a escribir cartas a mano, no para que dejaran de usar la carta digitalizada e impresa, sino para que se dieran el tiempo de meditar lo que dicen. Una juventud que se reta a sí misma a eliminar los emoticones para abrir su interior y expresarlo de formas estéticamente sinceras. Es lamentable que mi generación no conozca otra forma de decir “te amo” más que a través de emoticones. Me parece que esta banalización de los sentimientos es producto de haber confundido interés con inmediatez.

Nabokov, también reconocido como entomologista, en 1972

Evidentemente, escribir cartas a mano no es la panacea ni mucho menos una solución directa para aquellos incongruentes que se dicen enamorados cuando solamente están encaprichados. Sin embargo, si nos dispusiéramos a retomar la escritura de cartas a mano, tal vez aprenderíamos que no es necesario escribirse todo el tiempo para comunicarse, que los emoticones de corazones no significan lo mismo para todos, que la afirmación exige congruencia, que el sentimiento exige acciones y que un mensaje de Whatsapp no es una declaración de amor. Tampoco hay garantía de que la carta de amor escrita a mano sea una declaración genuina, pero al menos sabrás que el remitente tuvo tiempo de reflexionar lo que dijo, de meditar sus palabras antes de entregarla.

En estos tiempos, volver a escribir en papel sería una oportunidad de reordenar nuestros pensamientos, de explotar la creatividad, de contar historias con apariencia banal pero que merecen eternizarse en un papel. Esto sacaría mucho provecho de la juventud educada con el Smartphone que cuenta “con más tiempo para las horas vanas y con tutores mucho menos cuidadosos”, tal y como diría Shakespeare en su última obra dramática.

Vladimir y Vera Nabokov en 1969 (The Grosby Group)

No pretendo estigmatizar las cartas digitales (evítese la ridícula satanización de la contemporaneidad al estilo Lésper), pero, definitivamente, esta carta digitalizada tiene sus límites. Aunque algunos podrían argumentar que gracias a la digitalización hay mayor comunicación, yo creo exactamente lo contrario: la comunicación de pareja no está garantizada por la inmediatez de los medios digitales, ni el éxito de una relación se basa en verse todas las noches en videollamadas. Todos esos elementos pueden ser útiles y bonitos, pero, muy en el fondo, no se trata de cuánto hablas o cuánto convives, sino cómo convives. Hace poco tiempo, mi actual pareja me dijo que, si él llegara a casarse, el único voto que haría sería “seré responsable de mi propia felicidad”, puesto que, para él, lo más esencial en la convivencia de pareja es que cada uno sea responsable de sí mismo, donde cada uno viva sus propios éxitos, tenga su propio trabajo, su propio grupo de amigos y lleguen a compartir esa felicidad con el otro. Si tu pareja es feliz, encontrará el tiempo de escribirte una carta a mano o hacerte algún otro detalle que le exigirá evitar la inmediatez de un mensaje online.

Con esto, simplemente pretendo puntualizar lo siguiente: el éxito de una carta escrita a mano y enviada a la distancia residía en permitir que el otro tuviera una vida propia, con sus problemas y sus propios éxitos; al leer la carta del otro, contando con sólo ese pedazo de papel con tinta que había viajado hasta uno mismo, es más probable que se tome el tiempo de saborearla y escudriñarla. Lamentablemente, este aprendizaje lo integré en mi vida después del dolor que me causó escuchar de la boca de mi ex pareja que “esas cartas” que me dio las escribió pensando en un ideal que no era yo. Sin embargo, aunque mi historia no fue de amor, sí hay auténticas historias de amor que valen la pena leerse. Por lo tanto, si deseas bucear en el interior de un romance comprometido, es muy probable que disfrutes de Cartas a Vera. Léela a tu paso, con suficiente tiempo para escudriñar sus poemas, contemplar sus admiraciones, aceptar sus lamentos y celebrar la recompensa del esfuerzo. No te sorprendas si pierdes el sentido de la lógica a través de las cartas de Vladimir puesto que este libro está dispuesto para que te sumerjas en la misma mente y sensibilidad del eterno enamorado de Vera.

SIGA LEYENDO