Historia a la carta: auge, agonía y resurgir del género epistolar

Desde la antigüedad, el intercambio de información fue esencial en todas las clases sociales. Un repaso por cómo fue variando según la época hasta la explosión de la novela de correspondencia en el siglo XVIII y su “resurrección” en la actualidad

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Las cartas tuvieron su apogeo, pero en la era de la comunicación digital, siguen vivas (aunque no tanto)
Las cartas tuvieron su apogeo, pero en la era de la comunicación digital, siguen vivas (aunque no tanto)

Con el auge de las redes sociales y de Internet, sólo algunas empresas envían cartas, para detallar consumos de luz, gas, telefonía, etcétera. Hoy si alguien le tiene que decir algo a otra persona, le envía un mail, un mensaje de wasap, inicia un chat de conversación en Facebook, o simplemente lo llama por teléfono. Pese a ello en el último tiempo, los libros de cartas no paran de aparecer: desde novelas latinoamericanas epistolares, como Querido Nicolás, de Pablo Pérez, o Las luces de emergencia se encenderán automáticamente, de Luisa Geisler, hasta rescates de correspondencia de escritores o filósofos, como las del poeta estadounidense incluidas en Ginsberg esencial, las de la princesa Elisabeth de Bohemia y René Descartes o las de Gilles Deleuze.

En todas ellas el género epistolar aparece como el vehículo perfecto para transmitir ideas, anécdotas o sentimientos. Las novelas epistolares usan este registro para parecer más íntimas, ya que una carta provee cercanía y algo que linda con lo no dicho, con lo inefable. Y quizá en una época donde todo parece estar dicho el género epistolar vuelve a esa intimidad, ya sea en la ficción o en la no ficción.

De Rousseau a la actualidad, la novela epistolar mantiene su vigencia
De Rousseau a la actualidad, la novela epistolar mantiene su vigencia

Se sabe que durante el siglo XVIII hubo un boom de novelas epistolares: Jean Jacques Rousseau escribió Julia, o la nueva Eloísa, que en un principio iba a llamarse Cartas a los alemanes, habitantes de una pequeña ciudad a pies de los Alpes. Como buena parte de la obra de Rousseau, fue vehículo de las nuevas ideas, en este caso morales, que culminaron en la Revolución Francesa.

También por esa época el escocés James Boswell se valió del género epistolar para construir la primera biografía moderna, Vida de Samuel Johnson, que mezclaba diarios, investigación y cartas. Pero Boswell tuvo la particularidad de haber conocido y entrevistado a los grandes filósofos de la época: Immanuel Kant, David Hume, Voltaire y el mencionado Rousseau. En relato de su encuentro con este último en un pueblo suizo incluye una carta a él donde dice: "Señor: Soy un caballero de antigua familia. Ahora sabe usted mi rango. Tengo veinticuatro años. Ahora sabe mi edad. Hace dieciséis meses, cuando partí de Gran Bretaña, era un ser completamente insular, que apenas sabía palabra de francés". En este siglo cualquier texto podía recurrir al uso de cartas.

Pero un siglo antes, en 1643 se registra un intercambio muy particular entre la princesa Elisabeth de Bohemia y René Descartes. Elisabeth había nacido en 1618 y fue conocida como la Princesa Filósofa. A los veinticinco años ya había leído la Metafísica, de Descartes, donde había establecido la duda como principio metódico para alcanzar la verdad y donde de esa duda había establecido una única verdad: "Pienso luego existo".

Elisabeth de Bohemia y René Descartes
Elisabeth de Bohemia y René Descartes

De ahí que a la princesa le hayan quedado algunas interrogantes que, a través de esta correspondencia, se las hace saber al filósofo: "Por eso le pido una definición del alma más específica de la que ha dado en su Metafísica, es decir una definición de su sustancia, separada de su acción, el pensamiento". Descartes le responde casi inmediatamente lamentando no haberla conocido cuando estuvo en La Haya, donde la princesa vivía junto a su padre: "… si hubiese podido tener el honor de rendirle reverencia y de ofrecerle mis muy humildes servicios durante mi última estadía en La Haya, pues hubiera tenido entonces demasiadas maravillas que admirar al mismo tiempo".

Luego de los elogios le explica algunas nociones de las que él, en su libro, no había ahondado; se ve que ante la carta de Elisabeth le ofreció la oportunidad para hacerlo. De ahí que diga que para el cuerpo sólo existe la noción de extensión, de la cual se desprenden otras dos: figura y movimiento, mientras "que para el alma sola, sólo tenemos la del pensamiento", dentro de la que están comprendidas las "percepciones del entendimiento y las inclinaciones de la voluntad". No era raro que la carta fuera vehículo de ideas filosóficas, en esta y otras épocas.

Burroughs, “Ginsberg esencial” y Kerouac
Burroughs, “Ginsberg esencial” y Kerouac

Ginsberg esencial no es un libro epistolar pero contiene poemas, canciones, ensayos, diarios, entrevistas, fotografías y por supuesto más de diez cartas escritas a distintos poetas y escritores, la mayoría importantes referentes a la Generación Beat que él perteneció: Neal Cassady, John Clellon Holmes, Jack Kerouac (con quien tiene un libro entero de cartas), Lawrence Ferlinghetti, William S. Burroughs, a todos ellos les escribe Ginsberg, pero también a Robert Creeley y al poeta chileno Nicanor Parra.

Las cartas de Ginsberg –homosexual, judío, con cierta tendencia experimentar con las drogas– son por lo general medianamente largas y narrativas, cuentan aventuras, anécdotas, en algunos casos chismes. En la que le escribe a Parra es minuciosamente narrativa: relata su peripecia por La Habana, de donde fue expulsado a Praga, tres años antes de la Primavera de Praga. Pero como al llegar a esa ciudad se encontró con que le habían pagado los royalties por un nuevo libro, decidió que "tenía suficiente como para vivir un mes y pagar 3 días de turismo y un tren ida y vuelta a Moscú vía Varsovia".

Nicanor Parra, Miguel Grinberg y Allen-Ginsberg en La Habana, febrero de 1965
Nicanor Parra, Miguel Grinberg y Allen-Ginsberg en La Habana, febrero de 1965

"Conocí un montón de muchachos, me contaron una tira de chismes, me comporte con discreción, canté mantras por las calles en los despachos literarios, hice una lectura de poemas ante un público de 500 estudiantes de la Universidad Carlos y contesté sus preguntas. Me dejaron sin aire y yo hablé con libertad, no se cayeron los muros del Estado, todo el mundo estaba contento, las relaciones sexuales tanto con hombre como con mujeres son legales a partir de los 18 (en Polonia todo tipo [de sexo] es legal a partir de los 15)". Con las cartas de Ginsberg uno conoce más de su vida y aventuras de lo que cualquier biografía puede reconstruir, de ahí su valor documental.

Una historia epistolar

Pero sin duda el libro que organiza y explica todos estos libros es Escribir cartas, una historia milenaria, de Armando Petrucci, que plantea que la escritura de cartas estuvo o ha estado unida a la historia de la escritura, pero también a procesos sociales, como al alto alfabetismo durante varios siglos de la Antigüedad en contraste con el bajo alfabetismo del inicio de la Edad Media (y que al parecer no se recuperó más); porque contrario a lo que se cree, las clases populares y particularmente los esclavos también mandaban mensajes, menos sofisticados, más directos, pero eran al fin y al cabo misivas.

Carta real de 1543, propiedad de la Universidad de Cambridge
Carta real de 1543, propiedad de la Universidad de Cambridge

Por otro lado, las primeras cartas circularon alrededor del mar Mediterráneo, teniendo como eje primero a Grecia, luego a Roma y entre medio a Egipto: primero fueron hechas sobre tablillas y luego en pergaminos. Y las razones por las que se han escrito "pueden tener su origen en la necesidad de comunicar información o de transmitir órdenes y disposiciones desde una situación de aislamiento, transitorio o permanente, en la cual se encuentra el remitente por estar fuera de su ambiente debido a desplazamientos, voluntarios o no, como migraciones, acontecimientos bélicos, encarcelamientos", pero también estaba la necesidad "de mantener contactos útiles; de abrir, profundizar o consolidar posibilidades de intercambio; de extender la propia influencia y el propio poder incluso en el terreno económico y financiero".

El mismo imperio, sea cual fuese, necesitaba de órdenes que estaban escritas como cartas perentorias para avanzar sobre un territorio nuevo, recaudar tributos, encarcelar a tal o cual disidente. Dichas cartas tenían un carácter administrativo. Lo mismo ocurrió en la Edad Media, ya no dentro de un imperio, pero sí dentro de los altos miembros de la Iglesia Católica, que también querían extender y consolidar su poder dentro de un territorio lo más amplio posible, y para ello se embarcaban en discusiones sobre la fe o la doctrina, que eran epistolares.

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Según la investigación de Petrucci, la diferencia más significativa entre la Antigüedad y la Edad Media estuvo, por un lado, en la baja alfabetización, sobre todo sobre las clases populares que produjo una crisis en la escritura de cartas; hubo una escasez, que pudo deberse a esa escasa alfabetización. De ahí que se cuenten con menos testimonios o documentos de esta época. Pero además hubo otra razón para esta crisis y es que en general la población que escribía en la Antigüedad manejaba dos idiomas, la carta tenía una lengua, que por lo general era la griega y después la latina, pero en el comienzo de la Edad Media ocurre "el empobrecimiento cultural del universo gráfico del Occidente latino (y al menos también de la parte oriental del antiguo imperio en su totalidad), constituido por la renuncia y al conocimiento de su otra lengua, el griego, en todos los campos, pero por sobre todo en el epistolar". A partir del siglo XI esta crisis parece superarse. Tendrán que pasar siglos para que el envío de cartas fuera lo de antes.

Austen, el libro “Escribir cartas, una historia milenaria” y Napoleón
Austen, el libro “Escribir cartas, una historia milenaria” y Napoleón

Una historia distinta y en otro tono a la de Armando Petrucci puede leerse en Postdata: curiosa historia de la correspondencia, del periodista Simon Garfield. Aquí en vez de hacer un análisis de los materiales y de la historia de la escritura así como del alfabetismo se dedica a poner ejemplos de misivas dirigidas o emitidas por personajes de la política, la cultura y la historia en general: Napoleón Bonaparte a Josefina, Emily Dickinson, Jane Austen, Madame de Sevigné y muchos más. Napoleón, por ejemplo le escribe a Josefina: "Me cuentan que te has puesto gorda como una granjera". Y Ted Hughes para explicar el suicidio de su mujer, la poeta Sylvia Plath, le escribe al viudo de Virginia Woolf, quien también se había suicidado: "El médico le administró sedantes muy fuertes y en el intervalo entre una pastilla y la siguiente encendió el horno y se asfixió con el gas…".

Si bien ya no se escriben cartas, el análisis de la historia de ellas continúa, porque nos pueden decir mucho de escritores, artistas, políticos o filósofos. Pero además la ficción también recurre a ellas, y esto no sólo remite al siglo XVIII y a Europa, sino también a los 70 en Argentina. En el último tomo de Los diarios de Emilio Renzi, Ricardo Piglia se preguntaba por qué algunos autores contemporáneos –como Copi y él mismo– han recurrido a un género tan anacrónico. No será, en todo caso, el fin de este recurso, treinta años después se seguirán contando novelas a través de cartas.

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