La belleza del día: “Kizette en el balcón”, de Tamara de Lempicka

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

"Kizette en el balcón" (1927), de Tamara de Lempicka. Oleo sobre lienzo (130 x 80,8 cm), en el Centre Georges Pompidou, París

Vino al mundo como Tamara Rosalía Gurwik-Górska en una fecha y lugar que que aún se desconoce con exactitud, Moscú, en 1889 o Varsovia en 1895, aunque el mundo la conoció como Tamara de Lempicka, la reina del Art Decó en la pintura.

Lo que sí se sabe es que para 1910 ya había realizado su primer retrato, lo que sería el tema principal de su producción artística, como en este caso sucede con Kizette en el balcón, una obra de 1927 en la que retrata a su gran musa y amor: su hija.

Tamara de Lempicka creció en el seno de una familia acomodada, pero el suicidio de su padre y el amor de su madre por las fiestas de la alta sociedad la llevaron a vivir a Italia con su abuela, donde el acceso a los maestros del Renacimiento la marcaron para siempre.

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Regresó a la buena vida cuando se mudó con su tía millonaria y luego se casó con el abogado polaco Tadeusz Łempicki, aunque sus días entre banquetes, ópera y bailes en los grandes salones de la San Petersburgo imperial se interrumpieron de golpe, primero por la maternidad y luego por la revolución de octubre que llevó al arresto de su primer esposo.

Gracias los contactos, huyeron a París y fue lo mejor que le pudo pasar a su espíritu artístico, aunque sin dinero debió trabajar por primera vez en su vida. Para 1923 tuvo su presentación en sociedad fue en el Salón de Otoño con buenas críticas, y a su tipo de pintura se lo llamó cubismo suave.

Tamara de Lempicka

Dos años después tenía su exposición en Milán, Italia, gracias al mecenazgo del Conde Emmanuele Castelbarco, una de las familias más poderosas de la ciudad y ya en el ’27 realiza la obra de su hija adolescente en el balcón, que le valió su primer premio en Burdeos.

En la pintura, la joven lleva una sencilla túnica gris de pliegues marcados y con calcetines blancos, retratando su inocencia, mientras con una mano agarra la barandilla del balcón y con la otra, que cae sobre sobre el muslo, parece sostener algún objeto que no está. Para Alain Blondel, el máximo experto en su obra, allí había una manzana, lo que generaba esa atmósfera sexualizada que puede apreciarse en muchos de sus retratos. Al costado, una ciudad de edificio angulosos produce un contraste con las curvas de la retratada. La tonalidad gris perla de la gama cromática sobresalta su piel y sus cabellos rubios.

De Lempicka retrató a su hija en varias oportunidades y tuvo con ella con relación tan cercana como extraña. A la artista, abiertamente bisexual, le encantaban pasar las noches lejos de cada en compañóa de extraños o conocidos, y una fiesta no era tal sin su presencia, por lo que en punto la figura de su hija comenzó a ser un peso en su mundo de fantasías y depresión.

Así, cuando Kizette comenzó a crecer, decidió quitarse años adulterando su propia fecha de nacimiento y luego prefería presentarla como su hermana menor en los círculos sociales. A pesar de los conflictos, nunca se separó de la joven, quien años después aseguró sobre la vida de su madre: "Solo le interesaban las personas a las que llamaba las mejores, las ricas, las poderosas, las exitosas”. Y por eso entre su retratos abundan personalidades de aristocracia, militares, duques y duquesas e incluso reyes.

Cuando De Lempicka falleció en 1980 en México, fue Kizette quien llevó a cabo su último deseo: tomó sus cenizas, subió a un helicóptero y, acompañada por el escultor mexicano Víctor Manuel Contreras, las arrojó al cráter del volcán Popocatépetl.

Pasado su momento, la obra de Tamara de Lempicka cayó en el olvido, hasta que fue recuperada en 1973 por Blondel para su galería en París. Kizette en el balcón hoy se aprecia en el Centre Georges Pompidou de la capital francesa.

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