Como un colectivo que para en cada lugar fundamental de la infancia, Miguel Russo retrata en El Manejante (Tahiel Ediciones) cómo fue crecer en el barrio porteño de Parque Chas en la década de los 60, con relatos íntimos que hacen hincapié en el valor de la amistad en esos años de formación como base de cada historia.
"Ya te lo dije la otra vez, tía, voy a ser manejante, ¡manejante!", repetía a los seis años ante la insistente pregunta sobre qué sería de grande, usando el término que inventó para explicar su sueño de ser colectivero. Aunque terminó siendo contador, Russo traza un recorrido en 17 cuentos deteniéndose en puntos fundacionales de su vida: la casa de la abuela, la escuela primaria, los negocios del barrio, las calles cercanas (eventualmente convertidas en canchas de fútbol).
La narrativa de Russo transporta al lector sensorialmente a los lugares mencionados, ya sea con la detallada descripción de los ambientes hogareños, los olores de la comida (básicamente italiana, cortesía de la abuela) o la música de los Beatles. "Es una experiencia propia que se comparte con el otro. Tal vez no estarán en el Pasaje Behring, pero estarán en otro pasaje", señala el autor.
Con la emoción de ver su primera obra publicada, Russo subraya los valores y emociones que rescató en los cuentos. "Es un paisaje ligado a los lazos familiares, pero el denominador común es la amistad. Fue una etapa donde fui feliz. No es que hoy no lo sea -aclara con una sonrisa cómplice para su esposa-, pero fueron momentos naturalmente felices. Es un período que te marca, el nacimiento de uno como individuo", explica.
En ese sentido, Russo considera que "la amistad hay que ejercitarla", destacando la importancia de la tradición oral de las anécdotas, aquellas largamente repetidas en reuniones sociales pero que fueron rescatadas para ser plasmadas en los cuentos. El libro fue motivado, en parte, por el fallecimiento de un miembro del grupo de amigos. Esa partida, cuando el autor llegaba a los 60 años, puso de alguna manera el foco en la fragilidad de los recuerdos cuando solo están almacenados en la memoria.
En el relato se vislumbra un barrio que, aunque tenga nombres familiares en la actualidad (Av. Los Incas, Triunvirato) es en esencia otro: juegos en la calle (sin gadgets ni YouTube a la vista), puertas sin trabas, horarios calculados a sol, peluqueros, almaceneros. Y también otros valores. "Había un gran compañerismo. Un sentido de compartir, hacer que no se notaran las diferencias materiales entre uno y otro", recuerda con nostalgia, rodeado de sus amigos, los más antiguos y los más nuevos, durante la presentación del libro en la Fundación ICBC, en Recoleta.
"Teníamos poco para divertirnos, pero la vida era de puertas para afuera. La televisión servía para cuando estábamos enfermos y había que tratar de enganchar la señal para distraernos", recordó.
Russo, quien llegó a cumplir su sueño de manejar un colectivo y posee más de 100 modelos en miniatura de estos vehículos, cerró la presentación del libro acompañado de una pelota pulpo y con un emotivo saludo: Litto Nebbia, músico con el que siempre bromeó el autor como si se tratase de un amigo más, le envió un saludo por video que sirvió de cierre y resumen de la obra: "Solo en tus manos está el camino para empezar a vivir".
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