DETRÁS DE ESCENA: Cómo entender a Novak Djokovic

Cuando la respuesta a cuestiones de salud pública pasa por el orgullo serbio, la espiritualidad, la religión y la crucifixión de Jesús, algo muy extraño está sucediendo.

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Imagen de archivo del tenista serbio Novak Djokovic después de perder su partido contra el alemán Alexander Zverev por las semifinales del torneo ATP Finals en Pala Alpitour, Turín, Italia. 20 de noviembre, 2021. REUTERS/Guglielmo Mangiapane/Archivo
Imagen de archivo del tenista serbio Novak Djokovic después de perder su partido contra el alemán Alexander Zverev por las semifinales del torneo ATP Finals en Pala Alpitour, Turín, Italia. 20 de noviembre, 2021. REUTERS/Guglielmo Mangiapane/Archivo

Miro a los ojos a Novak Djokovic e intento entender mejor quién es. Por qué es cómo es.

- ¿Ser serbio te genera presión extra, la necesidad, quizás, de ser más agradable y simpático aún que el promedio de los jugadores?

La pregunta hizo que Djokovic se moviera en el sofá de cuero marrón en el Monte Carlo Country Club, más motivado que nervioso ante el planteo.

“Para ser honesto, es una buena pregunta, porque recuerdo cuando viajaba con mi padre jugando torneos juveniles en todo el mundo.

La mayoría de las veces, cuando decíamos que éramos de Serbia, la gente se volvía muy cautelosa y prudente acerca de cómo seguir con nosotros”.

El recuerdo le duele a Djokovic, se nota en su gesto que aquello le hizo sufrir.

La guerra en la ex Yugoslavia es un asunto muy serio para Djokovic y su familia. En su entorno se entrecruzan historias que, como las de cualquier guerra, no son agradables. La más conocida es la de aquellas noches, aún niño, en el refugio antibombas de su tía, pero hay muchas más. Y a él le sigue pesando el rechazo que vivió una vez superada la guerra.

“La sensación era muy fea. Primero, porque no creo que nadie deba tener prejuicios acerca de la gente, ya sea por su procedencia o su religión. Pero también lo entendía, porque la mayor parte de la prensa internacional venía escribiendo en forma negativa sobre Serbia. Comenzó así, pero con el tiempo la gente pasó a valorarme a mí y a mi familia, a entender que lo que hacemos lo hacemos con el corazón y la conciencia limpias. La gente me respetó por mi éxito, y eso fue importante, permitirle a la gente ver mi verdadera personalidad y que el pueblo serbio es bueno y puede ser bueno”.

Aquella entrevista, en abril de 2013 en Montecarlo, me permitió terminar de trazar el perfil psicológico de un deportista extraordinario, de un hombre que, si uno se lo cruza en un pasillo, sonríe y saluda en inglés, italiano, alemán, español o francés, adaptándose siempre al idioma de sus interlocutores. Un hombre que sabe cómo agradar, pero que está calculando incluso cuando parece espontáneo.

Un hombre, como escribió alguna vez la periodista Lauren Collins en “The New Yorker”, “da la impresión de ser la persona que en un show de magia moriría por ser elegido para subir al escenario”.

Ese es Novak Djokovic, número uno del tenis mundial y en lucha por ser el jugador más exitoso de todos los tiempos.

Sus familiares, en medio del asombroso escándalo que involucra al serbio y al gobierno de Australia, prefieren describirlo de otra manera.

Djokovic es un “revolucionario que está cambiando el mundo” (Dijana, madre de Djokovic).

“Jesús fue crucificado en la cruz (...) pero sigue vivo entre nosotros. Intentan crucificar y menospreciar a Novak y ponerlo de rodillas (...). Los serbios somos un pueblo europeo orgulloso. A lo largo de la historia, nunca hemos atacado a nadie, sólo nos hemos defendido. Eso es lo que está haciendo ahora Novak, nuestro orgullo, nuestro serbio, el orgullo de todo el mundo libre” (Srdjan, padre de Djokovic).

¿Y qué piensa el propio Djokovic?

“Dios lo ve todo. La moral y la ética como grandes ideales son las estrellas que brillan hacia la ascensión espiritual. Mi gracia es espiritual y la suya es la riqueza material”.

Este es el mensaje que, según su padre, le envió el número uno del mundo tras llegar al hotel en el centro de Melbourne en el que las autoridades federales australianas lo tienen demorado por no haber aportado documentación que justifique el no haberse vacunado contra el covid.

Cuando la respuesta a cuestiones de salud pública pasa por el orgullo serbio, la espiritualidad, la religión y la crucifixión de Jesús, algo muy extraño está sucediendo.

El tenista serbio Novak Djokovic se encuentra en una caseta de la Fuerza Fronteriza Australiana en el aeropuerto de Melbourne, Australia, el 5 de enero de 2022. Imagen tomada el 5 de enero de 2022, en esta fotografía obtenida el 6 de enero de 2022. vía REUTERS ATENCIÓN EDITORES - ESTA IMAGEN HA SIDO SUMINISTRADA POR UN TERCERO.
El tenista serbio Novak Djokovic se encuentra en una caseta de la Fuerza Fronteriza Australiana en el aeropuerto de Melbourne, Australia, el 5 de enero de 2022. Imagen tomada el 5 de enero de 2022, en esta fotografía obtenida el 6 de enero de 2022. vía REUTERS ATENCIÓN EDITORES - ESTA IMAGEN HA SIDO SUMINISTRADA POR UN TERCERO.

Djokovic se convirtió en el chivo expiatorio ideal -en eso sí tiene razón su madre- para un gobierno australiano que viene acumulando altas dosis de descontento popular por las draconianas medidas anti covid. Tras dudas iniciales, el primer ministro Scott Morrison vio la oportunidad y no la dejó pasar: Djokovic no entraría a Australia, un país en el que los niveles de gobierno estatal y federal tienen frecuentes choques.

Así, el serbio está en el limbo, un limbo al que ingresó por propia voluntad tras dos años de declaraciones y actitudes que lo convirtieron en uno de los líderes de los anti vacunas a nivel mundial.

Lo dejó claro en 2020, durante un chat en redes sociales: “Me opongo personalmente a las vacunas y no querría ser obligado a vacunarme para viajar (...) ¿Pero qué haré si se vuelve obligatorio? Tendré que tomar una decisión, tengo mis propios pensamientos sobre el tema”.

Aquellas frases le costaron duras críticas en un mundo que ansiaba la llegada de una vacuna. Djokovic intentó aclarar su posición, y lo hizo: no cree en las vacunas.

“No soy un experto, pero quiero tener la opción de elegir lo que es mejor para mi cuerpo. Tengo la mente abierta y voy a seguir investigando sobre este asunto, porque es importante y nos afecta a todos”.

Así llegó a enero de 2022, sin vacunarse, pero feliz por la exención que Tennis Australia obtuvo del Estado de Victoria. No contaba con la aparición del gobierno federal de Canberra y del mismísimo Morrison: Djokovic puede jugar el Abierto de Australia si el gobierno de Victoria así lo considera, pero que entre a Australia o no es decisión nuestra.

El primer ministro australiano, Scott Morrison / AAP Image/Lukas Coch via REUTERS
El primer ministro australiano, Scott Morrison / AAP Image/Lukas Coch via REUTERS

“Las reglas son las reglas”, añadió el primer ministro, líder de un país que tuvo una cantidad bajísima de muertos desde el inicio de la pandemia: apenas 2.300. Eso equivale a 83 muertos por millón de habitantes, cifra que en Serbia es de 1753 y, en Estados Unidos, de 2418. Francia, sede de otro de los Grand Slam, tiene 1707, y el Reino Unido, la tierra de Wimbledon, 2178.

Está claro que Australia fue muy exitosa en reducir al mínimo las muertes por covid, aunque a costa de restricciones tan potentes, que sostenerlas es cada vez más duro. Permitir ingresar al país a un Djokovic antivacunas era garantía de que el descontento ciudadano creciera fuertemente.

Djokovic se convirtió en un asunto de política interna australiana. Mala noticia para Craig Tiley, el CEO de Tennis Australia y uno de los ejecutivos más visionarios y agradables del deporte. Sin la presencia de Roger Federer este año, y con Rafael Nadal regresando de una lesión, Tiley quería asegurarse a Djokovic: un año atrás, el Abierto de Australia pandémico y sin espectadores dejó cien millones de dólares de pérdidas.

No contaba, sin embargo, con que el gobierno de Morrison aprovechará a fondo las incongruencias del serbio y pasara por encima de la administración regional de Victoria.

Craig Tiley, director del Abierto de Australia, en una foto de 2021. EFE/EPA/JULIAN SMITH /Archivo
Craig Tiley, director del Abierto de Australia, en una foto de 2021. EFE/EPA/JULIAN SMITH /Archivo

Así, el futuro de Djokovic se presenta complejo, incluso si sus abogados -que preparan demandas millonarias- tuvieran éxito y por alguna extraña alquimia el serbio finalmente jugara el Abierto de Australia.

Por un lado, el escándalo que lo involucra -enésimo capítulo en su carrera- hace que Federer y Nadal se le alejen cada vez más. El desempate del 20-20-20 en cuanto a títulos de Grand Slam ya no será la medida excluyente para el lugar del serbio en la historia.

Por el otro, ser antivacunas es un problema que lo perseguirá más allá de Australia. Emmanuel Macron, presidente de Francia, dijo días atrás que su intención es “joder” a los franceses que se nieguen a vacunarse. Ni hablar de si se trata de un serbio intentando jugar Roland Garros a partir del 16 de mayo de 2022.

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