Maduro, sicario internacional

La muerte de opositores, en circunstancias extrañas, se está convirtiendo en un patrón repetitivo en todo el mundo autoritario

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Una persona muestra un letrero de protesta durante el entierro del exteniente venezolano Ronald Ojeda en el cementerio Canaan en Santiago, Chile, el viernes 8 de marzo de 2024. De acuerdo con el fiscal Héctor Barros, Ojeda fue secuestrado el 21 de febrero y encontrado muerto enterrado a las afueras de la capital el 1 de marzo. (AP Foto/Esteban Félix)
Una persona muestra un letrero de protesta durante el entierro del exteniente venezolano Ronald Ojeda en el cementerio Canaan en Santiago, Chile, el viernes 8 de marzo de 2024. De acuerdo con el fiscal Héctor Barros, Ojeda fue secuestrado el 21 de febrero y encontrado muerto enterrado a las afueras de la capital el 1 de marzo. (AP Foto/Esteban Félix)

El manual se repite en prácticamente todas dictaduras de este siglo: muertes de misterio, supuestos suicidios y muchas incógnitas que no son resueltas. En Rusia, este mismo año, el régimen de Vladimir Putin anunció, sin dar mayores detalles, la muerte del líder opositor Alexei Navalny. Navalny ya había sido envenenado anteriormente. Lo mismo ocurrió en China el año pasado con el exministro de Relaciones Exteriores, quien desapareció y días después fue encontrado muerto en un hospital militar. Y ni hablar de los casos de Venezuela, con los terribles asesinatos de mi hermano Fernando Albán, el capitán Rafael Acosta Arévalo y tantos otros inocentes que han perdido la vida en las mazmorras de la dictadura.

A esta propensión de desaparecer opositores internamente, ahora se le suma algo aún peor: perseguirlos y desaparecerlos en el exterior. En la madrugada del 21 de febrero, se dio uno de los sucesos más abominables que haya presenciado durante estos 25 años. Un miembro de la juventud militar, esa que Nicolás Maduro tanto desprecia por su resistencia a la dosis revolucionaria, exiliado en Chile luego de haber huido de la dictadura, de nombre Ronald Ojeda, fue secuestrado en condiciones de misterio, raptado en un vehículo a medianoche por cinco individuos. Desde esa noche, el joven militar de 32 años desapareció; parecía que la tierra se lo habría tragado, hasta que el pasado viernes las autoridades chilenas consiguieron un cadáver que pertenecía a aquel hombre.

El teniente Ojeda había estado detenido en Venezuela, luego de ser acusado de traición militar por el régimen. Fue sometido, como todos los militares que están en este momento en las cárceles inmundas de la dictadura, a los más crueles tratos, siendo víctima de descargas eléctricas, asfixia, golpes y todo tipo de práctica inhumana que a la dictadura y sus esbirros se les ocurre. El teniente Ojeda formaba parte de esa generación militar constituida en estos 25 años de autoritarismo. Entró al ejército con apenas 17 años, lleno de sueños y con un corazón derretido por la pasión de defender a su país. Creía mucho en la historia del ejército bolivariano, pero de ese ejército, que la historia le asignaba el honor de ser heredero de las luchas del Libertador Simón Bolívar, en la práctica no quedaba nada. El madurismo lo había convertido en relato de papel, pues por dentro solo reinaba corrupción, crimen organizado y adoctrinamiento.

En un libro que dejó adelantado, antes de ser secuestrado y asesinado en Chile, el teniente Ojeda subraya lo siguiente: “El producto final de cuatro años de formación militar es un ser totalmente sumiso, sin las capacidades idóneas para los futuros cargos, la meritocracia queda totalmente excluida en el desempeño de las funciones, sólo basta adular al sistema y al líder, para ganar algún cargo, puesto de preferencia o futuros ascensos”. Su testimonio refleja la decepción y frustración de una generación militar que se alistó con la esperanza de defender a su país, solo para encontrarse con corrupción y abuso en las filas.

Todavía hay muchos cabos sueltos en el asesinato de Ojeda. La Fiscalía de Chile ha logrado capturar a uno de los presuntos responsables de este abominable crimen: se trata de un joven de 17 años, también venezolano. Asimismo, el Ministerio Público ha logrado identificar a otros dos responsables, también de nacionalidad venezolana, y con posibles nexos con la megabanda del Tren de Aragua.

La investigación del secuestro revela detalles escalofriantes, incluida la meticulosa planificación del crimen. La forma en que se cuidó cada detalle refleja una investigación previa y sofisticada. Los captores sabían el domicilio exacto de la víctima y también que se encontraba allí en el momento de accionar el plan; además, los secuestradores se disfrazaron de policías para infiltrarse en el lugar y raptarlo. Todo esto nos habla de una lógica más militar que delincuencial, que se asemeja mucho al modus operandi de la policía política del régimen de Maduro. El segundo elemento que también despierta suspicacia, y es de altísima relevancia para el caso, obedece a que Maduro, exactamente un mes antes de su secuestro, decidió degradar y expulsar a Ojeda del ejército por una presunta conspiración.

Por tal motivo, no hay dudas de que no se trata de un evento asociado al crimen organizado, tampoco de un caso de hampa común. La familia del teniente no tiene dudas de la naturaleza política de este crimen y por eso, exige justicia al Estado chileno.

Sin embargo, preocupa que el Gobierno de Chile con este caso no vea el bosque completo y se queden única y exclusivamente contemplando un árbol. Si Maduro o alguno de sus esbirros planificaron este macabro plan, no solo asesinaron a una persona asilada en Chile, cuestión muy grave para la reputación de ese país como protector de los derechos humanos, sino que incursionaron en su territorio y esto se trataría de un atentado contra la soberanía y la seguridad nacional de Chile. A todo el Estado chileno debería movilizarle este crimen, pues le debería recordar el asesinato del líder opositor Orlando Letelier, en Washington, por parte del dictador Pinochet.

Lo que está pasando en este caso responde a algo que venimos insistiendo desde hace tiempo: Maduro y el crimen transnacional son lo mismo. La dictadura venezolana tiene nexos con carteles de droga, grupos radicales de Irán y también con bandas delictivas. Venezuela se ha transformado en el patio trasero de todos estos intereses oscuros y, por ende, la región está ante una amenaza de dimensiones nunca vistas.

El asesinato del teniente Ojeda podría ser solo la antesala de escenas aún peores. Maduro está dispuesto a hacer lo que sea por mantenerse en el poder. Todo lo que venga es el resultado de su miedo a dejar el poder. Su popularidad generosamente llega al 15% (según varias encuestas); razón por la cual ya no le basta con dividir, perseguir, inhabilitar y secuestrar a la oposición política, sabe que el país está decidido a votar masivamente para cambiar este sistema, bajo el liderazgo de María Corina Machado. Precisamente por eso tiene que hacer cosas verdaderamente atroces para preservar el poder, sin importar que esto engruese su historial de crímenes de Lesa Humanidad.

Este crimen ocurrido en Chile debe llenar de fuerza a todo el país, sacudiendo nuestro espíritu para seguir luchando por un cambio político este año en las elecciones presidenciales, pero también debe sacudir la conciencia del mundo. Maduro pretende robarse la libertad, inhabilitando a la candidata de los venezolanos, persiguiendo y asesinando a opositores como el teniente Ojeda. La pregunta es ¿qué hará la comunidad internacional? ¿Postrarse? ¿Cruzarse de brazos? ¿Aceptar que Venezuela es una dictadura y convivir con ella sabiendo de la amenaza que significa o activarse y presionar al régimen por la habilitación de María Corina y unas condiciones mínimas para poder tener elecciones competitivas? Todo está por verse, pero el llamado es a que no tiremos la toalla, ni dentro, ni fuera del país. Tenemos una grandiosa oportunidad.