El cine alternativo, un arte sin espectadores

“Llevamos más de dos décadas resistiendo. El panorama es desolador y no ha sido nada fácil porque estas salas de cine alternativo se autogestionan en la medida en que haya público; si no hay público, esto se acaba”, declara el director del cine club El Muro

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Película Amparo
Película Amparo

En un cuarto oscuro, con olor a palomitas y dulce quemado, había 56 sillas disponibles para conectarse con la cultura. Los empleados estaban listos para empezar con la rutina: encender la pantalla, alistar la pieza audiovisual y esperar a que el público llegara.

Aquella tarde de abril, se presentaba el largometraje colombiano “Amparo” en las salas de cine alternativo de Bogotá. Esta película tuvo buena acogida del público colombiano; sin embargo, como el poder de la industria de Hollywood en el ámbito mundial sigue siendo mucho más grande que las propias de cada país, no todos los productos nacionales corren con la misma suerte.

Desde 2003, cuando se creó la Ley 814 o Ley del Cine, ha crecido el número de producciones colombianas: 485 largometrajes y 977 cortometrajes hasta el 2022, según datos del Ministerio de Cultura. No obstante, la gran mayoría de estos productos audiovisuales se han quedado sin público y en el olvido.

Jerónimo Rivera, experto en cine, señala que las nuevas generaciones han crecido viendo películas de Disney o Marvel en los cinemas; por lo tanto, cuando se les presentan alternativas de cine europeo, asiático o latinoamericano, entre otras, estas no tienen la acogida que se espera, porque se salen del patrón de películas comerciales a las que están acostumbrados: actores reconocidos, grandes producciones, altos presupuestos y narrativas rápidas.

“La maquinaria publicitaria del cine como un pasatiempo es muy grande. Entonces la labor de nosotros como cines clubistas es muy complicada. Debemos empezar por decirle a la gente que el cine no es solo El Hombre Araña”, afirma Andrés Romero, director del Cine Club La Moviola, sala con capacidad para 200 personas, ubicada en el Auditorio Jaime Michelsen Uribe, de la Institución Universitaria del Politécnico Grancolombiano en Bogotá.

El cine que se aleja de las opciones tradicionales es proyectado en salas alternativas. Bogotá cuenta con aproximadamente 10 de estas salas. Entre las más destacadas se encuentran Cinema Paraíso, Cinemanía, Cinemateca Distrital, Cine Club El Muro y Cine Club La Moviola.

Cinemateca Distrital
Cinemateca Distrital

María Paula Lorgia, asesora de programación de la Cinemateca de Bogotá, explica que el foco del establecimiento es presentar cine colombiano y latinoamericano; sin embargo, una de sus finalidades es visibilizar las distintas miradas que existen en el cine actual. A raíz de esto, también presentan cine comercial, el cual abarca conceptos diferentes al independiente.

“Tratamos de hacer un equilibrio para que la gente se dé cuenta de que no solo existe el cine comercial, sino también el independiente”.

Industria cinematográfica durante la Covid-19

Con la llegada de la pandemia, las medidas de confinamiento, como el encierro preventivo, agravaron la situación de la industria cinematográfica y, con ella, la mayoría de los lugares que ofrecen un cine alternativo se vieron perjudicados. Este es el caso del Cine Tonalá, un proyecto que contaba con dos salas alternativas, las cuales cerraron sus puertas luego de seis años de llevar a cerca de 100.000 espectadores a disfrutar del cine colombiano, dejando a 30 personas sin empleo.

Cine Tonalá
Cine Tonalá

Oscar Barrios, proyeccionista de Cinemanía, menciona que la coyuntura de la Covid-19 transformó la dinámica de este cine. Asimismo, afirma que los adultos mayores eran la audiencia que más frecuentaba sus salas. “Antes ingresaban alrededor de 800 personas; ahora entran 300. Frente a esta disminución de público, se empezaron a incluir productos de cine comercial y actualmente los clientes son más variados”.

Debido al cierre de establecimientos, algunas de las salas utilizaron la herramienta del streaming  como una opción para difundir sus catálogos. Un ejemplo de esto es  Cinema Paraíso, una de las primeras salas alternativas y la más reconocida de la capital, la cual creó Cinema Paraíso OnDemand, una plataforma digital para exhibir su contenido y recuperar parte de los ingresos que se perdieron con la pandemia. La suscripción tiene un costo de aproximadamente once mil pesos mensuales y los usuarios reciben beneficios al momento de su visita a la sala.

La falta de presencia de espectadores en salas de cine alternativo, según Camilo Percebe, promotor digital de cine y estudiante de Cine y Televisión, se debe a la cultura digital presente en la sociedad actual.  El uso de plataformas streaming como Netflix o Amazon ha llevado a los usuarios a no visitar las salas de cine alternativo, ni consumir otro tipo de contenido porque es sencillo ver películas en internet.

Frente a este panorama, Adolfo Ayala, fundador y director del Cine Club El Muro, expresa que, aunque estas dinámicas del consumo audiovisual permiten a la gente ver una película desde el móvil, los espacios del cara a cara son importantes, pues la gente también quiere salir.

En marzo de 2020, la Cinemateca de Bogotá creó un cine virtual. No obstante, cuando reabrieron sus puertas, combinaron la modalidad presencial y virtual hasta finales del 2021, pues notaron que las personas se interesaron más en el cine presencial, afirma Lorgia.

En las salas de cine se crean experiencias. Cuando en el Club El Muro se proyectó “Memorias Guerrilleras”, una película filmada por exintegrantes de Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), se generó un diálogo con los espectadores porque en la sala había diferentes opiniones y pensamientos.

A esta declaración se suma Santiago Piravaguen, comunicador social y cliente frecuente de estas salas, quien destaca su gusto hacia estas instalaciones porque en ellas se crean grupos para debatir sobre el audiovisual durante y después de la función. Las personas no van al cine solo a ver películas. Algunos frecuentan estos lugares para compartir su experiencia como Piravagen, otros para escuchar el sonido de la sala, y unos cuantos, para concentrarse en la historia, para compartir en familia o para sentir la película desde la pantalla grande.

Falta de recursos

Aun cuando la llegada del coronavirus afectó a estos establecimientos, su panorama siempre ha sido desolador. Piravaguen cuenta que normalmente no se llenan las salas. “A veces, hay eventos o funciones especiales que generan un aforo elevado, pero es un acontecimiento poco común. Deben proyectar una película demandada y que tenga mucha publicidad para que la gente asista”.

La falta de promoción es una de las razones para que los colombianos no se interesen en el cine local. Aunque el Estado creó la Ley del Cine, dirigida a la financiación de proyectos audiovisuales con el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC), el capital no es suficiente.  Según el Consejo Nacional de las Artes y la Cultura en Cinematografía, el 70% de los recursos (alrededor de 17.975 millones de pesos) es destinado a la producción cinematográfica. El porcentaje restante se utiliza para la formación, promoción, protección al derecho de autor y fortalecimiento del patrimonio fílmico. Al respecto,  Claudia Triana, directora de Proimágenes Colombia, entidad encargada del FDC, declaró en una entrevista a Infobae que para este año tendrán una convocatoria más nutrida, implementando metodologías de trabajo con los beneficiarios que fueron puestos en pausa durante la pandemia.

“Yo creo que no hay alguien que realmente se gane la vida haciendo cine porque no es un negocio rentable en Colombia”, menciona Rivera al respecto. Afirma que quienes se dedican a crear este tipo de piezas audiovisuales lo hacen por pasión al cine o porque quieren contar historias.

Con relación a la afirmación anterior, Adolfo Ayala, fundador y director de Cine Club El Muro, expone que es necesario establecer ciertos procesos para mejorar el consumo audiovisual; es decir, que los jóvenes vean en el cine una manera de interactuar culturalmente, ofreciéndoles una pedagogía audiovisual desde los colegios. Del mismo modo, fortalecer el consumo por parte de los universitarios con talleres y precios accesibles. “En la medida que haya una política cultural-audiovisual más cercana a la formación, el espectador conoce qué productos audiovisuales puede consumir”.

Existen proyectos como el Cine Club La Moviola que parten de un proyecto educativo. “No tenemos ningún tipo de ingreso económico porque esa no es nuestra intención. Las películas que presentamos poseen derechos de exhibición vencidos, ya que tienen más de 80 años”, menciona Romero. Añade que los profesores de arte en los colegios deben tener claro el concepto de cine, pues inculcan la visión del arte como ocio y no como un espacio de reflexión.

Tras analizar la situación de las salas de cine alternativo, Rivera afirma que la oferta será cada vez más especializada. “Seguramente en las salas de cine seguirán presentando películas de Hollywood de alto presupuesto y solo quedarán algunas salas de cine alternativas para ver contenidos de corte más independiente”, concluye el experto.

El cuarto se ilumina. En la gran pantalla se reproducen comerciales que solo los empleados del cine ven. Empieza la película y, con ella, una ilusión. Entran cuatro, cinco, seis personas y representan la esperanza, seis razones para volver a creer; pero siguen quedando 50 sillas por llenar.

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