El misterio sobre Lula 3.0 y las pujas internas en el PT por el plan económico

El ex presidente vuelve al poder sin haber adelantado en la campaña casi nada de su plan de gobierno

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Los simpatizantes de Lula da Silva celebran su retorno al poder en las calles de San Pablo(REUTERS/Amanda Perobelli)
Los simpatizantes de Lula da Silva celebran su retorno al poder en las calles de San Pablo(REUTERS/Amanda Perobelli)

Luiz Inácio Lula da Silva ha conseguido volver al poder en Brasil elegido por una ventaja minima contra el presidente en funciones Jair Messias Bolsonaro. Ha sido la elección más polarizada de la historia de Brasil con un duro cara a cara hasta el último voto. Como un ave fénix, Lula ha renacido de los escándalos de corrupción del Mensalão, de la operación Lava Jato, de la cárcel y del desprecio de la mitad del pueblo brasileño que en 2018 intentó un cambio eligiendo al capitán del ejército Bolsonaro. Lula ha vuelto, y ha vuelto gracias a un cheque en blanco que le firmó el pueblo brasileño. Durante su campaña, el próximo 39º presidente de Brasil no presentó ningún plan de gobierno o económico detallado.

Lula ganó también porque Bolsonaro fue el peor enemigo de sí mismo y cometió toda una serie de errores, de gobierno y de imagen desde la pandemia que oscurecieron la única cosa que importa en América Latina más que en cualquier otro lugar, la economía. Por ello, sigue siendo un misterio para los observadores externos que un país que se ha recuperado tan rápidamente de la pandemia y que actualmente tiene la mejor economía de la región decida reciclar sin muchas preguntas a una figura asociada a uno de los mayores escándalos de corrupción de la historia del país. Pero, sobre todo, sigue siendo un misterio la ausencia total de debate en la sociedad civil sobre el fracaso de la política brasileña para producir una tercera vía y las consecuencias que esto puede tener en la vida futura de los ciudadanos.

Sobre la ira, en definitiva, ha prevalecido la resignación ante el mal gobierno, bien ejemplificada por la reciente gaffe del ministro de Economía Paulo Guedes que, comparando el gobierno de Bolsonaro con el de Lula, se dejó escapar un “nosotros robamos menos”, corregido inmediatamente con un “nosotros no robamos”. Y de la resignación a la amnesia colectiva sobre la historia reciente del país, el paso para los brasileños ha sido rápido. Y quizás eso es lo que les permite, incluso a muchos que hace cuatro años gritaban que no volverían a votar a Lula, estar satisfechos con el resultado. En los mítines electorales, e incluso a las puertas de los colegios electorales, se repetía: “La era del odio ha terminado, ahora vuelven la bondad y el amor a Brasil”.

Pero en este júbilo colectivo por la armonía reencontrada, pocos han prestado atención a algunas señales que, de confirmarse, podrían crear más de un problema para el desarrollo del país. La señal más grave es la de la economía y para analizarla hay que partir de una pregunta. ¿Quién ganó realmente las elecciones? ¿Lula o el Partido de los Trabajadores (PT)? Lula en su versión 3.0 ahora más que el outsider que llenaba las portadas de los periódicos de medio mundo parece ser sólo un gran deudor de su partido gracias al cual consiguió salir de la cárcel y limpiar su imagen a nivel internacional. Por lo tanto, habrá que entender si será el mago Lula, capaz de negociar incluso con los opositores, o el PT quién decida las políticas del gobierno, especialmente las económicas.

Henrique Meirelles, ex presidente del Banco Central, es la figura cercana a Lula que más simpatiza a los mercados
Henrique Meirelles, ex presidente del Banco Central, es la figura cercana a Lula que más simpatiza a los mercados

El partido corre el riesgo de traer consigo un pesado aparato permeable a la corrupción y también puede estar movido por un sentimiento de revancha, si no de venganza, después de haber sido masacrado por el Lava Jato. Algunas informaciones filtradas en la prensa brasileña parecen apuntar en esta dirección. En relación con el próximo futuro ministro de Economía, Lula se negó a anticipar su nombre durante la campaña electoral, a pesar de las presiones del mundo financiero, porque si para él crear un equipo de gobierno es “como elegir a los mejores futbolistas de una selección” habría sido una “locura” revelarlo antes de la victoria. De hecho parece que hay una lucha interna en el PT precisamente por la elección del nombre y, en consecuencia, por la línea económica que adoptará el próximo gobierno. Aunque el ex presidente del banco central Henrique Meirelles, considerado el candidato que podría calmar a los mercados, se ha asomado a la campaña electoral apoyando a Lula, llegando a participar la semana pasada junto a él en un acto en San Pablo, sus recientes declaraciones han enfriado el entusiasmo.

Al sitio de noticias Metropoles, Meirelles declaró a las pocas horas de la votación que se distanciaba de la “carta del Brasil de mañana” difundida hace unos días por Lula en en la que prometía “responsabilidad fiscal y social” sin más detalles. “Me enteré de la carta después de que se publicó”, comentó Meirelles con sequedad. Detrás de esa carta está uno de los estrategas económicos de la campaña de Lula, Aloízio Mercadante, ex ministro de Educación y también ex jefe de gabinete de la Presidencia en los dos gobiernos de Dilma Rousseff. Hoy Mercadante preside la Fundación Perseu Abramo, el brazo académico del PT, y está vinculado al ala más radical representada por el pro cubano José Dirceu, ex jefe de gabinete de la Presidencia en el primer gobierno de Lula, condenado por corrupción y lavado de dinero a 31 años de prisión, pena que luego se redujo a 27, en la operación Lava Jato, sentencia confirmada en abril de este año por el Superior Tribunal de Justicia (STJ) pero que podría ser anulada por el Supremo Tribunal Federal, como ya ocurrió con Lula.

El paso atrás de Meirelles confirma un informe interno del banco estadounidense Citibank revelado antes de la votación, según el cual no Meirelles, sino un hombre del partido como Alexandre Padilha era el candidato más probable para dirigir el codiciado ministerio de Economía. Padilha, médico, diputado federal y ex ministro de Salud del gobierno de Rousseff, se presenta junto a otros hombres de partido como el candidato al gobierno de San Pablo Fernando Haddad y el senador Wellington Dias, ex funcionario bancario de uno de los estados más pobres de Brasil, Piauí.

Alexandre Padilha, de la línea dura del PT, es otro candidato para el ministerio de Economía
Alexandre Padilha, de la línea dura del PT, es otro candidato para el ministerio de Economía

Sobre la línea económica de la Fundación Perseu Abramo, Meirelles había expresado su preocupación durante la campaña electoral en un encuentro con el think tank estadounidense Eurasia. “Si se considera el programa de gobierno insinuado por Lula, y que prevalece en este momento, tenemos malas noticias. El plan se elaboró con una visión similar a la del tercer gobierno del PT” que entre 2015 y 2016 llevó a la mayor recesión de los últimos cien años de Brasil. La gran incógnita sigue siendo el techo de los gastos contra el que van los economistas de la Fundación Perseu Abramo, las reformas laborales, los subsidios a los pobres y las pensiones. Brasil se prepara, por tanto, para enfrentar cualquier tipo de escenario económico con los ojos cerrados, dejando atrás los datos positivos, a pesar de la explosión del trabajo informal y de una emergencia alimentaria que alcanza ya a 33 millones de personas. El desempleo ha caído por debajo del 9% por primera vez en siete años, la inflación a finales de 2022 será inferior al 6%, menos que la de Estados Unidos y Unión Europea, y la previsión de crecimiento del PIB para 2022 se sitúa en torno al 3%.

A pesar de estas cifras, Bolsonaro fue derrotado, pero en la primera vuelta el bolsonarismo siguió ganando con contundencia en el Congreso, ya que el Partido Liberal (PL) del presidente obtuvo la impresionante cifra de 99 escaños. El 2 de octubre esta victoria había tranquilizado a los mercados como posible contrapeso a cualquier radicalización del gobierno de Lula. Sin embargo, ahora queda la incógnita de la fuerza del Congreso o de su permeabilidad la corrupción, que podría llevar a los diputados teóricamente opuestos a Lula a apoyarlo, como ya ocurrió con el escándalo del Mensalão.

Como declaró el propio Lula inmediatamente después de votar, el pueblo ha elegido “qué modelo de Brasil quiere”. Ahora, sin embargo, son las decisiones económicas de su gobierno las que también tendrán un impacto en la política exterior del país en un momento histórico complejo, que ya no es el de su primer mandato bendecido por el boom de las materias primas. A las puertas de Europa hay una guerra entre Ucrania y Rusia, Estados Unidos vive la peor inflación de los últimos 40 años y se prepara para votar en las elecciones de mitad de mandato, Irán busca ampliar su presencia en América Latina para seguir eludiendo las sanciones mientras el acuerdo nuclear se estanca. Por último, no hay que olvidar la crisis de China, bien explicada por el presidente Ji Xiping en el último Congreso del Partido Comunista. Beijing, a pesar de ser el principal socio económico de Brasil, ya no crecerá tanto como antes, conformándose con algo más del 3%, por lo que no podrá sostener como antes el crecimiento de Brasil.

Además, el ex ministro de Exteriores de Lula, Celso Amorim, ya anunció durante la campaña electoral que en caso de victoria Lula restablecería las relaciones con el gobierno de Maduro en Venezuela, también miembro de aquel Foro de San Pablo que él mismo fundó junto a Fidel Castro tras la caída del muro de Berlín para asegurar la supervivencia en América Latina de un comunismo que había fracasado en el mundo occidental. Tanto es así que para el actual presidente de Rusia, Vladímir Putin, ya no le interesa el comunismo latinoamericano, sino que para él Lula o Bolsonaro eran lo mismo, “porque tengo buenas relaciones con ambos”.

Y si para el ex presidente español José Luis Rodríguez Zapatero Lula es “la esperanza para reconstruir el actual sistema internacional destrozado”, el verdadero reto del nuevo gobierno será evitar en Brasil el mismo destino que otros países de la región dirigidos por gobiernos ideológicamente similares, como Chile, Colombia, Perú, Argentina, Nicaragua, Venezuela y Cuba, cuyas economías son o están resultando un desastre. Y tras la pésima gestión de Bolsonaro con la Amazonía, Lula 3.0 se encuentra ahora con la papa caliente del pulmón del planeta, desgarrado por el comercio ilegal de madera, principal causa de la deforestación y el narcotráfico. Ha prometido ante el mundo que se explotará de forma sostenible, pero será necesario implantar un sistema de control para que su gobierno no acabe vendiéndolo a los extranjeros o a los que más pagan.

Sólo las próximas semanas y meses confirmarán si la reciente narrativa de los medios de comunicación y de los expertos internacionales fue acertada al privilegiar los temores de un golpe de Bolsonaro por encima del análisis de los factores de riesgo de un PT que no presentó ningún programa economico. Quizás fue un ver más la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, un pecado que muchos tendrían en su conciencia en el caso que las cosas vayan mal, sobre todo para los pobres. Tanto los militares, algunos meses atrás, como Bolsonaro el viernes, declararon que “quien saca más votos sera el próximo presidente porque esa es la democracia”. Lo cierto es que los efectos de la campaña electoral que precedió a la votación, hecha de mentiras, insultos y eslóganes de la peor calaña en ambos bandos, y en la que faltó cualquier tipo de razonamiento serio sobre el futuro de Brasil, corren el riesgo de volver como un boomerang sobre el nuevo gobierno. Si los brasileños no encontrarán en la mesa esa “picaña y cerveza” que ha sido el mantra de Lula en sus mítines y por el contrario verán explotar la inflación en el carrito del supermercado, es muy probable que la barriga se imponga al poder del olvido y en unos meses salgan a la calle a protestar. Tal como había ocurrido en 2013 en el último gobierno petista, el de Dilma Rousseff, imágenes olvidadas por muchos antes de la votación.

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