BUDAPEST (AP) — Viktor Orban, primer ministro populista de Hungría, sabe explotar el fútbol para promover causas derechistas y ahora impulsó una ley relacionada con la comunidad LGBT que transformó el Campeonato Europeo en escenario de su batalla en contra de los valores liberales de Europa.
La semana pasada, cuando más de 60.000 espectadores asistían a un encuentro en el estadio Puskas de Budapest, el Parlamento aprobó un polémico proyecto que prohíbe compartir con menores de edad cualquier contenido que hable de la homosexualidad o de un cambio de sexo.
Organizaciones de derechos humanos y políticos de Hungría y de toda Europa criticaron la ley, diciendo que equipara la homosexualidad con la pedofilia y describiéndola como un esfuerzo por empujar cualquier representación de la comunidad LGBT a las sombras. Casi la mitad de los 27 países miembros de la Unión Europea emitieron un comunicado diciendo que la ley representaba “una clara ruptura con el derecho fundamental a la dignidad” de la comunidad LGBT y las autoridades están analizando si la ley viola las normas de la UE.
En respuesta a esa ley, el alcalde y el concejo municipal de Múnich pidieron que su estadio sea iluminado con los colores del arco iris en una muestra de apoyo a la tolerancia y a los derechos de los gays cuando Alemania enfrente a Hungría el miércoles en el Euro 2020.
La UEFA, sin embargo, negó el permiso diciendo que lo consideraba una medida política. Otros estadios de Alemania que no están involucrados en el Euro 2020 harán manifestaciones condenando la ley y el capitán alemán planeaba lucir una cinta con los colores del arco iris.
La controversia transformó el torneo en un escenario del combate entre dos visiones contrastantes de Europa, la de lo que Orban describe como “democracias iliberales” y el “consenso liberal” de Europa occidental.
El vicepresidente de la Comisión Europea Margaritis Schinas sostuvo que no había “excusa razonable” para la decisión de la UEFA.
Orban cuestiona el consenso europeo desde que volvió al poder en el 2010. Critica permanentemente el multiculturalismo, restringe la libertad de prensa y la emprende contra la misma UE, pintando a Bruselas como una heredera moderna de la Moscú de la era soviética, que dominó Hungría por décadas.
Su prédica tiene eco. Muchos húngaros resienten la interferencia y una supuesta condescendencia de la UE, y Orban se maneja con astucia, como cuando se esforzó por convertir a Hungría en el primer país de la UE que conseguía vacunas rusas y chinas contra el COVID-19 que no habían sido aprobadas por los reguladores europeos.
La iniciativa, que hizo que Hungría fuese el segundo país de la UE con mayor índice de vacunación, dio validez a su insistencia en resistir los dictámenes de la UE, aumentando su poder y cuestionando la credibilidad de la UE y de los valores liberales.
Feroz crítico de la inmigración, Orban despotricó contra los líderes europeos por el plan del 2015 de distribuir el peso de una oleada de migrantes procedentes del Medio Oriente y de África, y se negó a recibir personas que pedían asilo. Su represión de los medios de prensa generó “un control de la prensa (por parte del estado) sin precedentes en un miembro de la UE”, según Periodistas Sin Fronteras.
Después de romper con un aliado de centro-derecha en el Parlamento Europeo, Orban trató de unir a las organizaciones derechistas de Europa en torno a una nueva agrupación política.
Fanático del fútbol y exjugador semiprofesional, Orban a menudo apela al deporte para promover su visión política y su imagen como hombre del pueblo. Brinda fuerte apoyo económico al fútbol y los partidos atraen a los políticos y la gente influyente. A menudo se hace fotografiar en estadios con grandes empresarios.
En los partidos se escuchan de vez en cuando cánticos contra los homosexuales y la FIFA multó a la federación húngara en el 2017 porque la afición gritó “Cristiano (Ronaldo) homosexual” durante un partido por las eliminatorias de la Copa Mundial contra Portugal en Budapest.
Durante un amistoso con Irlanda, los aficionados húngaros abuchearon a los jugadores irlandeses cuando apoyaron una rodilla en el piso en gesto de solidaridad con la lucha contra el racismo.
Orban condena ese tipo de manifestaciones y defendió a los aficionados, diciendo que no hay que mezclar la política con el deporte. Dijo que los húngaros solo se arrodillan ante Dios, su país y sus amantes.
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