Daniel Scioli tiene razón. En el debate presidencial se expusieron dos visiones y dos modelos. Antes que otra cosa, lo que quedó en evidencia es la confrontación de dos lenguajes políticos. Básicamente de dos tiempos: el pasado y el presente.
Scioli encarnó las visiones propias del discurso político del siglo XX. En el recorrido que presentó a lo largo de sus intervenciones en el debate hay una línea tajante entre aquellos buenos de toda bondad destinados a desenmascarar a los malos absolutos. A lo largo de su participación intentó develar aquello que le resultó siempre incomprensible, tanto a él como a buena parte de su espacio político: ¿cuál es la verdadera naturaleza de Cambiemos y, sobre todo, de su líder Mauricio Macri?
Scioli, al igual que muchos intelectuales y periodistas, necesitan encuadrar a Macri en las categorías habituales: es de derecha, conservador, liberal, pro mercado, privatista, neoliberal y tantos otros sinónimos. Sin embargo, el fenómeno de Macri resulta inclasificable desde la terminología política del siglo XX, la que, como el discurso de Scioli, comienza a mostrar grietas a la hora de explicar los fenómenos del presente.
Macri y su partido pertenecen al siglo XXI. Surgieron tras la catástrofe nacional de finales de 2001. Su lenguaje no se nutre de los sistemas ideológicos del siglo anterior. No es frecuente que un político se defina a partir de rechazar cualquier atisbo de infalibilidad. Al contrario, Macri se presentó en el debate como un armador de equipos. Nada más alejado a los liderazgos mesiánicos y más o menos autoritarios que conocimos en el pasado.
La línea divisoria no está tanto en las trincheras ideológicas. El cambio se encuentra en otro lugar. En los modos de comunicarse con los votantes, en los sistemas desprejuiciados de toma de decisiones, en la mirada autónoma con respecto a los lastres del pasado. En el debate fuimos testigos de dos ideas de la Argentina: por un lado, una mirada integradora y contemporánea que proviene de Macri. La de Scioli, en cambio, nunca dejó de ser nostálgica y conservadora. No es difícil reconocer en cuál de las dos hay más espacio para imaginar un futuro diferente.
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