Casi no conozco al Dr. Carlos Fayt. Mi único contacto con él ha sido de carácter funcional, a raíz de un recurso de apelación en el que me tocó intervenir hace más de quince años. No tengo pues, noticias ni constancias actualizadas de su estado de salud ni de sus condiciones psicofísicas. Sin embargo, las diferentes consideraciones que hemos venido escuchando acerca de si su edad no resultaría, por sí misma, una causal inhabilitante para continuar ejerciendo sus funciones, trajeron a mi memoria un episodio histórico que me gustaría compartir.
Nuestra historia sucede en la Atenas de Pericles, cinco siglos antes de Cristo. Sófocles va a cumplir 90 años. Es casi una gloria nacional; ha revolucionado el teatro: los atenienses han sufrido y gozado con Ayax, Electra, Antígona y Edipo Rey. Ha desempeñado funciones oficiales como encargado del Tesoro y responsabilidades religiosas en el culto de Asclepios, dios de la medicina. Este hombre rico, conocido y respetado, (aunque con una moderada fama de amarrete), es una suerte de héroe nacional pero tiene un problema familiar: Iofonte, hijo de su primer matrimonio, lleva al padre a los tribunales porque aduce que Sófocles padece una demencia senil que lo incapacita para seguir administrando el patrimonio familiar. El Tribunal admite la demanda y cita a Sófocles.
El dramaturgo no recurre a abogados ni aduce en su defensa argumentos leguleyos. Se planta solo ante los jueces y cuando le llega el turno de hablar empieza a recitar fragmentos de "Edipo en Colono", la nueva tragedia en la que está trabajando. Son unos versos bellísimos: un anciano Sófocles cuenta las aventuras y desventuras de otro anciano, Edipo, quien ciego, pobre y derrotado llega, apoyando su claudicante humanidad en su fiel hija Antígona, a los suburbios de la gloriosa Atenas para despedirse y morir. Los jueces emocionados desestiman la demanda, hay lágrimas entre el público que aplaude de pie y pocos meses después, como si estuviese interpretando a Edipo, es el propio Sófocles el que muere.
¿Por qué ese Sófocles nonagenario sigue escribiendo? ¿De dónde le viene esa energía creadora? ¿Cómo explicar su inextinguible voluntad de actividad y servicio? La respuesta de los antiguos era bien sencilla. Dentro de nosotros habita un dios y es ese dios el que nos habla a través de la voz del genio. Una explicación demasiado fuerte para pusilánimes, y hoy todos lo somos.
Esa actitud de tozudez y porfía son el más importante remedio que tenemos contra la soledad. Y la soledad —Harold Bloom dixit— "no es otra cosa que la confrontación con nuestra propia mortalidad". Por eso y para eso sigue escribiendo Sófocles y tal vez por eso y para eso sigue ejerciendo Fayt su magistratura: para poder seguir sintiéndose vivo. En el fondo es una apuesta contra la muerte; una apuesta que sabemos perdida de antemano pero que al menos nos permite seguir hasta el final porque, de lo contrario, el exceso de lucidez acaba conduciéndonos al desierto de la desesperanza.
La imagen de Sófocles que tengo más presente es la de su estatua en los Museos Vaticanos, con toda la solemnidad del mármol pero también con esa pose altiva y desafiante de un compadrito borgiano en un bailongo del novecientos: la cabeza erguida, la mirada al frente, como "campaneando" a la elegida para cabecear la invitación a bailar el tango, la mano izquierda en la cadera y la derecha sosteniendo la toga como si fuera la solapa ribeteada de un saquito ceñido y canfinflero. Solo falta la música del organito orillero o la milonga de flauta y guitarra que distraiga al malevaje. Buena pinta tenía el viejo, el creador de Antígona, de la que se llegó a decir: "el hombre que conoció a Antígona ya no podrá enamorarse nunca más de otra mujer"