Entrañables recuerdos de una intelectual porteña

En "Memorias imperfectas", la destacada escritora y promotora cultural Josefina Delgado entrega un cálido y pormenorizado repaso de su relación con figuras como Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y Beatriz Guido. Infobae publica un extracto del flamante libro

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Todos los recuerdos en una tarde con Julio Cortázar por la calle Florida

Es el mes de junio de 1973. La chica, vestida de jeans y camisa escocesa, espera nerviosa en el bar de la esquina de Córdoba y Suipacha. Mira en su reloj la hora que no pasa y se pregunta si el encuentro no va a decepcionarla. Esta vez no será ella la que pregunte, simplemente hará de acompañante. No quiere perderse esta oportunidad, que muy probablemente sea irrepetible.

Tiene apenas treinta años y todavía no sabe si disfrutar esta nueva democracia que se inicia. Entonces entran ellos. Uno, su amigo, el periodista. Otro, un hombre alto, de barba oscura, una casaca de bolsillos en los que parece posible guardar muchas cosas. Ella se levanta y saluda, tímida, y los hombres se sientan. Piden los cafés, pero todavía falta alguien.

Es el fotógrafo, Antonio Legarreta. El periodista va hasta el teléfono del mostrador. Ella no sabe de qué hablar, no sabe si el ídolo recibirá de buen talante sus preguntas ingenuas. ¿Cuáles? Si la Maga existió, si a él le gusta estar en Buenos Aires, qué piensa de este momento que vive la Argentina, si no tiene ganas de volver para siempre... Pero se queda callada y en cambio es él, con su erre arrastrada, el que la sorprende preguntándole qué hace, cuál es su profesión, qué piensa ella de todo esto que está sucediendo.

No puede creerlo: él, el escritor que les dio un lenguaje a todos ellos, los jóvenes de hoy, se interesa, casi podría decirse con cierta ternura, en una chica a la que no conoce. El periodista vuelve y les propone que caminen por Florida, Legarreta va a salirles al encuentro. Sí, ella también, en las fotos estará ella con su jean y su camisa escocesa. Obedece. Todos miran a esta extraña pareja, reconocen a Julio y seguramente se preguntan por la identidad de su compañera.

Luego suben a un auto y recorren la ciudad hasta llegar a San Telmo, la calle Humberto Primo. Allí bajan todos en una vieja casa de patios iluminados por el sol otoñal. Es una casa que debió albergar a una familia hace un siglo y que hoy se ha convertido en un restaurante de moda. Legarreta, un hombre pequeño y delgado, despliega un sin fin de tomas con su cámara, evidentemente profesional. Cortázar estira sus largas piernas, se acomoda la cazadora, hurga en sus bolsillos, se ríe, hace comentarios. Se lo nota contento, satisfecho de moverse por este barrio de la ciudad vieja.

Después caminan y entran en una casa que a Julio lo inquieta. Parece deshabitada, y sin embargo, de lado a lado en el patio con piso de ladrillo cuelga la ropa recién lavada. Una mujer se asoma apenas, curiosa, y Julio la saluda. Entonces ya la tarde se termina y la chica se prepara para guardar su recuerdo toda la vida.


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Una carta de Julio

Como muchos otros, queríamos salir del país. Fue así que Alberto le escribió a Cortázar pidiéndole una recomendación para la editorial Seix Barral. En ese momento, uno de los directores era el poeta Pere Gimferrer, uno de la famosa antología de Josep María Castellet, Nueve novísimos poetas españoles. (Yo también lo había incluido en una antología de la poesía española.) Cortázar nos manda la copia de su carta al poeta con un añadido de su propia mano:

Querido Gimferrer:

Yo, que no le he escrito nunca por cuestiones mías, lo hago

ahora por razones de otra índole; lo hago ahora con la seguridad

de que usted se acuerda de mí y con el recuerdo

de aquel viejo primer encuentro en las Naciones Unidas,

en Ginebra, vaya a saber en qué año.

Acabo de saber que usted forma parte del equipo de Seix

Barral. La carta adjunta, que recibí hace unas semanas de

Buenos Aires, le explicará el resto [...]

Inútil agregar que le agradezco desde ya lo que alcance a

hacer por Alberto Perrone, y que alguna vez me gustaría

encontrarme con usted para charlar largo y tendido de muchas

cosas que nos son comunes. Si voy a Barcelona dentro

de unas semanas, como espero, lo llamaré a la editorial, y

si usted anda con tiempo nos veremos.

Hasta siempre, con un abrazo de su amigo.

Y agrega a mano:

Esta es copia de la carta que envío a Pedro Gimferrer.

Averigüé en la Feria de Frankfurt que es uno de los directores

de Seix Barral, y creo que me estima como escritor.

Esperemos, entonces [...].

Abrazos a los dos,

Julio

Gimferrer sabía de exilios, aun sin haber salido de España. Porque muchos años después leo, en "Los escenarios de la memoria", el entrañable libro de José María Castellet, esto que dice Gimferrer en los siniestros días del franquismo: "Las conversaciones, al calor de los amigos extranjeros nos producían una sensación de liberación quien sabe si más ilusoria que real."

Cuando en 1983 Cortázar volvió a la Argentina, desdichadas intervenciones impidieron que se entrevistara con el presidente Alfonsín. Alberto y yo fuimos con él a Caminito y allí hubo otra vez fotos que conservo con emoción. Habían pasado diez años y muchos libros, y Cortázar seguía siendo quien nos había dado el lenguaje. Pero también, a las mujeres, ese refugio de la Maga, que nos permitía ser ingenuas y aviesas a la vez. Años después, cuando visité París por primera vez, el Pont des Arts fue para mí el sitio donde pude pensar que París y Buenos Aires habían sido la misma cosa. Porque en los personajes del círculo de la serpiente, de Rayuela, latía ese espíritu de cofradía que todavía hoy, en ciudades como la nuestra, alienta la confraternidad de la creación.