En una entrevista el diario español El País, Shaban cuenta que se unió en abril a la insurgencia -las manifestaciones comenzaron el 17 de febrero-desde Misrata, su ciudad, porque "los soldados de Khadafi empleaban en Misrata los métodos más sucios".
Eran las ocho de la mañana del pasado 20 de octubre cuando los rebeldes supieron de un bombardeo de la OTAN. "Recibimos información de que un convoy de 50 vehículos se estaba desplazando desde el barrio 2 de Sirte. Sabíamos que Mutasim, el hijo de Khadafi, estaba en la ciudad porque mucha gente que había huido nos comentaba que lo habían visto, y al mismo tiempo supimos que la OTAN atacaba a esa hora la caravana", cuenta al diario El País.
Shaban, junto a un comerciante de 28 años, Salem Bakir, y otros seis insurgentes, comenzó a rastrear la zona en donde se había producido el ataque. "Los militares se escondían en la cercana estación eléctrica y en los árboles. Hubo duros combates, pero matamos a muchos de ellos y a otros los apresamos. Los soldados de Gadafi se dividieron; unos querían entregarse y otros prefirieron luchar", añade Shaban.
El ataque de la OTAN dejó un convoy destrozado y cadáveres esparcidos por el lugar, que permanecieron seis días allí sin ser recogidos. No muy lejos estaban los túneles de cemento en los que se encontró a Khadafi, dos conductos que sirven para evitar inundaciones.
"En un extremo de las tuberías, uno de los 15 soldados ahí guarecidos levantaba la bandera blanca, pero al otro lado de la carretera, a solo 20 metros, los khadafistas seguían disparando. 'Nuestro líder está aquí', gritó de repente el soldado dispuesto a rendirse. Pero no imaginábamos ni por un momento que ese líder era Khadafi", prosigue Shaban.
"Durante toda mi vida" intercede su compañero Bakir, "cuando veía el convoy de docenas de vehículos que trasladaba a Khadafi desde Trípoli a Sirte, pensaba que era un rey o alguien sobrehumano. Yo le vi el primero cuando ya estaba fuera de la tubería y a dos metros de mí. Me quedé conmocionado y paralizado. Pero toqué el Corán que llevo en el bolsillo, y eso me dio fuerzas para chillar: '¡Aquí está Khadafi!, ¡aquí está Khadafi!' Le dije que soltara su arma tres veces, pero no lo hizo. Y él me dijo: '¿Qué pasa?, ¿qué pasa?, ¿qué pasa?".
Shaban, que estaba sobre una camioneta, saltó al suelo. "Yo estaba viendo al otro lado de la tubería que los militares dejaban fusiles en el suelo, pero aún los tenían en las manos y podían disparar. Me dio miedo. Entonces me abalancé sobre Khadafi y le quité una de las pistolas, la que no es de oro. No sé de dónde me salió la fuerza", enfatiza Shaban.
"Cuando le vi gateando y mirando con la cabeza ladeada, pensé: '¿Cómo el rey de reyes podía estar ahí como una rata?' Esa imagen me acompañará todas las noches de mi vida cuando me vaya a dormir. Recogí su bota y su gorra".
Después vino lo que todos vieron gracias a las grabaciones de los celulares que fueron difundidas. Patadas, golpes contra el líder depuesto, en suma, un linchamiento en toda regla para un hombre que acabó siendo asesinado por los rebeldes.