La apropiación de menores, el mismo método que usaron las dictaduras latinoamericanas en la década del 70, tuvo un antecedente en la España de Franco. En las cárceles del régimen, en los hogares de niños y en los hospitales de todo el país -generalmente los ligados a la Iglesia- las mujeres vinculadas a la República eran separadas de sus hijos. La práctica se naturalizó durante 40 años.
El País analiza "las tramas por las que médicos, monjas y curas decidieron quién tenía derecho a tener un niño y quién no. Dónde, cómo y por cuánto. Estas son las razones de los que manipulaban vidas. Las justificaciones de los que se hicieron con ellas. Y el sobrecogedor relato de algunas víctimas".
En la edición del lunes 7 de marzo de Vidas Robadas, el diario español desanda la vida de Liberia Hernández, una de las tantas menores separadas de su madre en aquella época. Una cuenta pendiente para la Justicia española que aún se debate su papel investigador en este tema.
"Vivíamos aterrorizadas por las monjas. Había niñas que se golpeaban contra la pared igual que hacen los enfermos mentales. Te castigaban por cualquier cosa. Si te hacías pis en la cama, las monjas te ponían las bragas en la cabeza y te hacían pasear con un cartelito que decía: «Se ha orinado en la cama. Meona», por delante del resto de niñas, que se reían de ti. Para castigarnos, otras veces nos arrastraban adonde tenían a las gallinas y los conejos, recogían excrementos y nos los pegaban a la boca", detalla sobre sus días en el internado religioso.
Su madre le había llevado allí porque no podía mantenerla, pero todos los días iba a visitarla. Hasta que una tarde le comunicaron que su hija no estaba más... no existía. En realidad, la que no existía era Liberia Hernández, ahora se llamaba María Nácher Guerola.
La práctica franquista estaba a tal punto generalizada que los niños republicanos eran exhibidos -cual escaparate en rebajas- a los matrimonios que apoyaban al régimen.
"De vez en cuando nos vestían de punta en blanco. Entonces sabías que ese día había exposición. Nos llevaban al despacho de sor Juana a cuatro o seis niñas y nos ponían en fila. Venían matrimonios y nos miraban los dientes, el pelo, te levantaban la falda para ver si tenías las piernas torcidas... Era como si compraran caballos. Recuerdo perfectamente el olor de los cigarrillos de ellos, y lo bien vestidas que iban ellas. A los pocos días siempre desaparecía alguna de la fila, generalmente la niña más pequeña", recuerda Liberia, que hoy tiene 56 años..
A Liberia nunca la seleccionaron. Una de las monjas del lugar la entregó a unos parientes de Alicante que necesitaban más una sirvienta que una hija. Tenía 8 años cuando comenzó a llamarse María. "Cada vez que les decía que me llamaba Liberia y no María, me castigaban. En aquel hogar fue siempre una especie de criada. Fregaba, cocinaba... Con 14 años, sus padres adoptivos la pusieron a trabajar limpiando en otras casas y en una panadería.
De su madre biológica no volvió a saber en mucho tiempo. "Pero yo nunca olvidé que me llamaba Liberia y gracias a eso pude reencontrarme con mi familia", cuenta. Hace 26 años que volvieron a verse.
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