Vida y muerte de “El artista”, el hombre que falsificó cinco millones de dólares pero terminó solo y pobre

Héctor Fernández cayó por primera vez hace 10 años. Sus billetes eran casi perfectos. Su pensamiento y su historia de película

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El 29 de diciembre de 2007, hace poco más de diez años, caía en Buenos Aires acaso el mejor falsificador de dólares de la historia criminal argentina. A Héctor Fernández, los policías lo sorprendieron cuando estaba por culminar su obra cumbre. Obsesionado con su trabajo, les pidió que lo detuvieran dos días después para que lo dejaran terminar la tarea; los oficiales se rieron, lo festejaron. Y lo llevaron esposado. El operativo Tinta Fresca, ordenado por el juez federal Claudio Bonadio, había sido un éxito. El Artista Fernández –como lo bautizaron los expertos de la Federal– había instalado la fábrica en el fondo de su casa, donde tenía impresoras de última generación, papel moneda artesanal, planchas matrices, filminas con impresiones para los billetes de 100, tinta, plumines y pasta de papel. Estuvo detenido en la cárcel de Ezeiza. En 20 años, según fuentes judiciales fabricó alrededor de cinco millones de dólares. Pero murió pobre, en 2013. Tenía 66 años.

–Para que te dure, a la guita hay que tratarla como a las minas.

Eso solía decir el delincuente.

La primera noticia que hubo sobre Fernández fue un título a seis columnas en el diario Clarín, hace 10 años: "Cayó el artista, un falsificador que iba por el millón de dólares". El artículo iba acompañado de la típica foto de prensa que envía la Policía Federal a los diarios: el detenido, con la cara tapada, estaba escoltado por tres federales.

Diego Sandstede (gentileza Editorial Ross)
Diego Sandstede (gentileza Editorial Ross)

Su vida mediática comenzó tarde. Por una sencilla razón: cada vez que un periodista llamaba a su casa de San Miguel para entrevistarlo, su esposa le decía que perdía el tiempo. "¿Por qué no se dedican a entrevistar a gente honesta, a bomberos, a fileteadores o a enfermeras?", decía antes de cortar.
En su primera caída, sus vecinos no lo podían creer. "¿El viejito está en cana? ¡No puede ser! Si es un pan de Dios", llegó a sorprenderse una mujer que vivía enfrente de Fernández. El carnicero del barrio también lo defendió: "Se han equivocado. El viejo no tiene un peso partido por la mitad. A nosotros nos dijo que era florista". "Me pedía fiado. Y nunca me pagó con plata falsa. Debe haber un error. Además era pobre y siempre andaba con sacos antiguos, esos que se venden en las ferias", aseguró la almacenera de la esquina.

Los detectives de la División Falsificación de Moneda de la Policía Federal no pensaban lo mismo que los vecinos del falsificador. "Ha podido determinarse que la moneda cuya falsificación se pretendió gracias a la habilidad de Fernández alcanza un grado de perfección que hasta sorprende al personal policial", figura en el expediente que estuvo a cargo del juez Claudio Bonadio. Durante el allanamiento, los policías encontraron en el patio de su casa un ultraliviano de fierro a medio terminar. Se sospechó que Fernández lo fabricó para fugarse con una valija llena de dólares; él se reía y decía que era mentira, que lo había inventado para pasear con sus hijos. Las paredes húmedas de su living estaban llenas de cuadros que él mismo pintó: se ven mujeres desnudas, mujeres vestidas, mujeres sonrientes, mujeres serias y mujeres con sombrero.

El falsificador pasó los últimos años de su vida solo. Una tarde, cansada de verlo acurrucado con una lupa sobre láminas con billetes, su esposa le advirtió. "Esto no puede seguir así. Elegí: las máquinas o yo." El Artista no dudó: se quedó con las máquinas. Su esposa, según contaría él tiempo después, se fue con otro.

En soledad pensó en crear el billete perfecto. Al mismo tiempo, conquistó a una mujer, que cayó a sus pies cuando él le reveló su plan para hacerse millonario sin salir de su casa.

–La vida es así –me dijo una vez el falsificador mientras mostraba uno de sus cuadros, en el que sobresalía la figura de una mujer pensativa; en otro había una tormenta y un barco a la deriva. El que más llamaba la atención era un león desafiante.

–¿Viste cómo se destacan los pelos de la melena? Los pinté uno por uno, como si fueran los dos millones de puntitos que tiene el billete.

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–¿Nunca intentó ganar plata a través del arte?

–¿Para qué ganar plata pintando cuadros si se puede ganar plata falsificando más plata?

–¿Cuánto ganó falsificando?

–No mucho, porque nadie valora lo que hice. Fui mal pago. El negocio funciona así: el inversionista, el falsificador y el pasador de billetes. Pero lo que sí gané fueron mujeres. A lo pavote. Mi éxito arrancó cuando empecé a fabricar pesos argentinos. En la década del 80 hice australes, que eran mejores que los verdaderos. En mi mejor época, después de falsificar una buena tanda de billetes, me paraba en Florida o San Martín, pleno microcentro porteño. Me ponía un billete de cien dólares en el bolsillo para que sobresaliera la puntita. Un día, una mujer me dijo: "¿Quiere que lo ayude a gastarlo?". Un billete vale más que una cara linda. Algunos malandrines rompemos corazones. No sé qué nos ven. Y no hace falta incursionar en los bajos fondos para tal menester. Alcanza con que sepan que uno falsifica billetes. He tenido muchas mujeres. Hasta salí con una monja. Pero no siempre me fue bien. Mi última amante, me traicionó.
Esa traición quedó grabada en las escuchas que figuran en la causa de su última detención.

–¿Papi, cuándo van a estar los billetitos?–le pregunta su amante por teléfono.

–Pronto, mami. Más rápido de lo que esperas.

–¿Vamos a ir a Europa?

–A vos, te llevo hasta la luna. Vení que te muestro cómo avanzo.

Cuando cayó preso, la Policía le secuestró los dólares que había fabricado (cerca de 500 mil dólares a punto de salir a la calle) y el plan de fugarse con su amante quedó trunco. "Esperen que ya termino mi obra", les pidió Fernández a los policías, que no podían contener la risa.

En el viaje en patrullero, un policía le comentó a su compañero:

–Che, ¿son buenos los pelpa que hace el viejo?

–¡Si te parece! Mirá lo que compré mientras ustedes seguían con el allanamiento –dijo el oficial mientras mostraba una caja de zapatillas Nike. Las había comprado con uno de los pocos billetes que el falsificador había logrado terminar.

En cuanto a la amante de Fernández, pasó lo que se sospechaba que iba a pasar: La mujer, despechada y decepcionada por la promesa incumplida, le robó varios cuadros.

–Se afanó hasta el inodoro. Tuve que comprar otro. La muy turra me dejó por una mina.

Para Fernández, su amante no había valorado todo lo que trabajó todo ese tiempo en el que estuvo encerrado en el fondo de su casa para llegar a su obra cumbre. Trabajó 15 horas por día. Le dolía todo: la vista, la espalda, las manos, la cabeza, las piernas.

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No me enorgullece decirlo, pero falsificar guita me obsesionaba. Nunca usé un arma. Nunca maté. Pero enloquecía si los billetes no me salían perfectos. Estuve tres noches sin dormir en busca de la perfección. Aspiraba a hacerlos mejor que los verdaderos. Tenía que lograr engañarme hasta a mí mismo. Me agarraron siempre. El mejor falsificador es el que nunca fue descubierto.

–¿Ganó mucha plata?

–¡No! Nunca fui rico. No se imagina la cantidad de horas que pasé en busca de la perfección. Fui un apasionado. Sentía más placer haciendo plata que gastándola.

Fernández cayó cinco veces. En 1991 lo detuvieron como integrante de una banda de falsificadores liderada por Daniel Bellini, el dueño del boliche Pinar de Rocha, de Ramos Mejía, que tiempo después fue condenado por matar a su pareja, la bailarina Morena Pearson. El Artista pasó cuatro años en prisión por falsificar dos millones de dólares en el sótano de una quinta del norte del conurbano. Era la época del 1 a 1, pero a la banda no le interesaba fabricar pesos; pensaban introducir los dólares en los Estados Unidos. Fernández no aprendió la lección: el 4 de mayo de 2005 cayó con 260 mil dólares falsos durante el Operativo Papel Picado. En esa oportunidad, el financista fue un ladrón de salideras bancarias apodado Chiche. Lo llevó a su departamento de Caseros y le cebó mate mientras el artista falsificaba. Un día lo delató a la Policía. Nunca supo por qué.
La vida de un falsificador suele ser así. Siempre oculto en la oscuridad, encerrado en algún sótano, lejos de la multitud, pendiente de que un financiador apueste por el trabajo artesanal y de un grupo que se ocupe de la tarea más expuesta: meter los billetes en el mercado financiero. Es un trabajo de hormiga. Pero la idea de esta nota no es contar como se hace un billete, sino como un hombre dedicó su vida a un delito de guante blanco. Un delito que tiene una pena máxima de prisión de 15 años; en 1820, falsificar dinero en estas tierras era penado con el destierro y hasta con la horca. Al falsificador lo paseaban por la Plaza del Retiro y le tiraban encima los billetes que había fabricado. En esa época, el protagonista de esta historia habría sido ahorcado ante el pueblo.

–Hay una fórmula para hacer las películas de los billetes. Es como la cinta de un film. Nadie la sabrá. Es más probable que antes sepan la fórmula de Coca Cola –decía Fernández.

–¿Y si una vedette famosa se la pide a cambio de una cena romántica?

–Ni loco suelto prenda. La fórmula no se la dije ni a Bellini. Y eso que me apretó para sacármela. En todas las prisiones por las que pasé tampoco me sacaron nada. A los presos les pintaba cuadros a cambio de protección.

–¿Y si un pelotón de matones le apunta con sus armas para que revele el secreto?

–La fórmula muere conmigo. A lo sumo se la dejo a mis hijos como testamento. Igual con la fórmula sola no se hace nada. También hace falta talento y buen pulso.

–¿Cómo logra que sus billetes falsos huelan como los verdaderos?

–Les pongo grasa de cerdo.

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Fernández quería recuperar a su familia, pero no se animaba a llamar por teléfono ni a su esposa ni a sus hijos. Parecía improbable que volviera al ruedo, pero él insistía: "Necesito volver y retirarme a lo grande". El 3 de mayo de 2012 lo volvieron a arrestar. Esta vez tenía 460 mil dólares. Cayeron otras cinco personas. "Se trata de billetes de máxima calidad", dijo en una conferencia de prensa el por entonces ministro de Seguridad bonaerense, Ricardo Casal. Pero el falsificador logró la libertad condicional.
Y no volvió a delinquir: murió de un infarto en 2013. Fernández se llevó un secreto a la tumba. No lo ha dicho ni a sus hijos, ni a las mujeres que lo sedujeron, ni a los matones que lo amenazaron más de una vez.

En los últimos meses de su vida, terminó vendiendo calzoncillos y bombachas en Once, según contaba él. A veces pedía limosna para pagar una pensión. Hasta su ropa perdió: varias veces fue visto con el pullover de un local de comidas rápidas. Perdió todo. Primero a su familia, luego su casa, sus pertenencias y su oficio criminal. Quizá aprendió, tarde, que todo lo que toca el delito lo transforma o lo hunde. Fernández falsificó hasta su propia vida.